VI

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En cierto sentido, es bueno saber que hay dioses griegos ahí fuera, porque tienes alguien a quien echarle la culpa cuando las cosas van mal.

Por ejemplo, si eres un mortal y estás huyendo de un autobús atacado por arpías monstruosas y fulminado por un rayo —y si encima está lloviendo—, es normal que lo atribuyas a tu mala suerte; pero si eres un mestizo, sabes que alguna criatura divina está intentando fastidiarte el día... o que tus poderes se salieron de control.

Después de probablemente convocar ese gran rayo, Andromeda estaba más cansada que nunca. Pero ahí estaban, Annabeth, Grover, Percy y ella, caminando entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a sus espaldas, y el hedor del Hudson les anegaba la pituitaria.

Grover temblaba y balaba, con miedo en sus enormes ojos de cabra.

—Tres Benévolas —dijo con inquietud—. Y las tres de golpe.

Incluso Andromeda estaba impresionada. Sus manos estaban temblando y la explosión que ella misma pudo haber provocado resonaba en sus oídos aún después de minutos. Pero Annabeth seguía tirando de ellos.

—¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor.

—Nuestro dinero estaba allí dentro —le recordó Percy—. Y la comida y la ropa. Todo. Sólo Andromeda sigue con su mochila.

—Bueno, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea...

—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que os mataran? Esa espeluznante mujer tenía a Andromeda por el cuello y...

—No tienes que protegerla, Percy. Ni a ella ni a mi. ¿Acaso no viste cómo acabó con ella? Se las abría apañado.

—En rebanadas como el pan de sandwich —intervino Grover—, pero se las habría apañado.

—Cierra el hocico, niño cabra —le espetó Annabeth.

Grover baló lastimeramente.

—Latitas... —se lamentó—. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para mascar.

Atravesaron chapoteando terreno fangoso, a través de horribles árboles enroscados que olían a colada mohosa.

Annabeth y Percy comenzaron a hablar. Pero Andromeda no podía prestarles atención. Seguía en estado de shock por lo ocurrido en el autobús. Sólo trató de seguir los pasos de sus amigos mientras se aferraba a los tirantes de su mochila.

Annabeth se acercó a ella.

—Oye, Andy —la llamó—. Me preguntaba si podría contarle a Percy lo de...

Fuera lo que fuese lo que iba a decir, se vio interrumpido por un sonido agudo, como el de una lechuza siendo torturada.

—¡Eh, mi flauta sigue funcionando! —exclamó Grover—. ¡Si me acordara de alguna canción buscasendas, podríamos salir del bosque! —Tocó unas notas, pero la melodía no se apartó demasiado de Hillary Duff.

En ese momento Percy se estampó contra un árbol y le salió un buen chichón.

Andromeda trató de reírse, pero usar sus poderes le había quitado las energías incluso para burlarse del hijo de Poseidón.

Evitó quedarse dormida durante un kilómetro más, empezó a ver luz delante: los colores de un cartel de neón. Olió comida. Comida frita, grasienta y exquisita.

Siguieron andando hasta que vieron una carretera de dos carriles entre los árboles. Al otro lado había una gasolinera cerrada, una vieja valla publicitaria que anunciaba una peli de los noventa, y un local abierto, que era la fuente de la luz de neón y el buen aroma.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora