XV

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Percy despertó siendo sacudido por Andromeda.

—¡Despierta! ¿Qué acaso nunca duermes?

—Te podría preguntar lo mismo —Percy se talló los ojos, tratando de ver a la rubia con claridad.

Grover se acercó a ellos.

—El camión ha parado, creemos que pueden venir a ver a los animales.

—¡Escóndanse! —susurró Annabeth.

Ella lo tenía fácil. Se puso la gorra de invisibilidad y desapareció.

—Perfecto —murmuró Grover y se escondió detrás de una montaña de costales.

Andromeda jaló a Percy detrás de otra montaña de sacos de comida.

Para ser honestos, estar tan cerca de esa chica lo puso más nervioso que la posibilidad de ser descubiertos.

Las puertas traseras chirriaron al abrirse. La luz del sol y el calor se colaron dentro.

—¡Qué asco! —rezongó uno de los camioneros mientras sacudía la mano por delante de su fea nariz—. Ojalá transportáramos electrodomésticos. —Subió y echó agua de una jarra en los platos de los animales—. ¿Tienes calor, chaval? —le preguntó al león, y le vació el resto del cubo directamente en la cara.

El león rugió, indignado.

—Vale, vale, tranquilo —dijo el hombre.

Grover se puso tenso. Para ser un herbívoro amante de la paz, parecía bastante mortífero, la verdad.

El camionero le lanzó al antílope una bolsa de Happy Meal aplastada. Le dedicó una sonrisita malévola a la cebra.

—¿Qué tal te va, Rayas? Al menos de ti nos deshacemos en esta parada. ¿Te gustan los espectáculos de magia? Éste te va a encantar. ¡Van a serrarte por la mitad!

La cebra, aterrorizada y con los ojos como platos, miró fijamente a Percy.

No emitió sonido alguno, pero la oyó decir con nitidez: «Por favor, señor, liberadme.» Se quedó demasiado conmocionado para reaccionar.

Se oyeron unos fuertes golpes a un lado del camión.

El camionero gritó:

—¿Qué quieres, Eddie?

Una voz desde fuera —sería la de Eddie—, gritó:

—¿Maurice? ¿Qué dices?

—¿Para qué das golpes?

Toe, toe, toe.

Desde fuera, Eddie gritó:

—¿Qué golpes?

Su tipo, Maurice, puso los ojos en blanco y volvió fuera, maldiciendo a Eddie por ser tan imbécil.

Un segundo más tarde, Annabeth apareció a su lado. Debía de haber dado los golpes para sacar a Maurice del camión.

—Este negocio de transporte no puede ser legal —dijo.

—No me digas —contestó Grover. Se detuvo, como si estuviera escuchando—. ¡El león dice que estos tíos son contrabandistas de animales!

«Es verdad», dijo la voz de la cebra en la mente de Percy.

—Debemos liberarlos...—sugirió Grover.

Incluso él lo había sugerido dudando. Pero Andromeda se levantó y comenzó a tratar de abrir la cerradura. No había ni una pizca de duda en su semblante. Sabía lo que hacía.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora