XIII

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—No me gusta —dijo Grover—. Ares ha venido a buscarte, Percy. No me gusta nada de nada.

Percy miró por la ventana. La motocicleta había desaparecido.

¿Sabría Ares de verdad algo sobre su madre, o sólo estaba jugando con él? En cuanto se hubo ido, la ira desapareció por completo de él. Supuso que a Ares le encantaba embarullar las emociones de la gente. Ése era su poder: confundir las emociones al extremo de que te nublaran la capacidad de pensar.

—Quizá no fue más que un espejismo —dijo Percy—. Olvidaos de Ares. Nos vamos y punto.

—No podemos —contestó Andromeda—. Mira, yo detesto a Ares como el que más, pero no se puede ignorar a los dioses a menos que quieras buscarte la ruina. No bromeaba cuando hablaba de convertirte en un roedor.

Percy miró su hamburguesa con queso, que de repente no parecía tan apetecible.

—¿Lo dices porque lo respetas o porque te gusta?

—¿Qué?

—Nada. ¿Porque nos necesita para una tarea tan sencilla?

—A lo mejor es un problema que requiere cerebro —observó Annabeth—. Ares tiene fuerza, pero nada más. Y aveces la fuerza debe doblegarse con inteligencia.

—Pero ¿qué habrá en ese parque acuático? Ares parecía casi asustado. ¿Qué haría interrumpir al dios de la guerra una cita con su novia y huir?

  Sus tres amigos se miraron nerviosos.

  —Me temo que tendremos que ir a descubrirlo —dijo Annabeth.

[...]

El sol se hundía tras las montañas cuando encontraron el parque acuático. A juzgar por el cartel, originalmente se llamaba «WATERLAND», pero algunas letras habían desaparecido, así que se leía: «WAT R A D».

  La puerta principal estaba cerrada con candado y protegida con alambre de espino. Dentro, enormes y secos toboganes, tubos y tuberías se enroscaban por todas partes, en dirección a las piscinas vacías. Entradas viejas y anuncios revoloteaban por el asfalto. Al anochecer, aquel lugar tenía un aspecto triste y daba escalofríos.

  —Si Ares trae aquí a su novia para una cita —dijo Percy mirando el alambre de espino—, no quiero imaginarme qué aspecto tendrá ella.

  —Percy —le avisó Andromeda—, tienes que ser más respetuoso.

  —¿Por qué? Creía que odiabas a Ares.

  —Sigue siendo un dios. Y su novia es muy temperamental.

  —No insultes su aspecto —añadió Grover.

  —¿Quién es? ¿Equidna?

  —No; Afrodita... —repuso Grover y suspiró con embeleso—. La diosa del amor.

  —Pensaba que estaba casada con alguien —dijo Percy—. ¿Con Hefesto?

  —¿Y qué si fuera así?

  —Bueno... —Mejor cambiar de tema—. ¿Y cómo entramos?

  —Maya! —Al punto surgieron las alas de los zapatos de Grover.

  Voló por encima de la valla, dio un involuntario salto mortal y aterrizó en una plataforma al otro lado. Se sacudió los vaqueros, como si lo hubiera previsto todo.

  —Vamos, chicos.

  Los otros tres tuvieron que escalar a la manera tradicional, aguantándose uno a otro el alambre de espino para pasar por debajo.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora