XI

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Para Percy sería genial decir que tuvo una profunda revelación durante su caída, que aceptó su propia mortalidad, que se rio en la cara de la muerte, etcétera.

  Pero su único pensamiento era: ¡Aaaaaaaaahhhhh!

  El río  parecía mas cerca desde arriba, pues mientras iba cayendo pensó que caería en el cemento. Pero entonces una corriente de aire lo dirigió directo al río Mississippi. El viento le arrancaba el aire de los pulmones. Torres, rascacielos y puentes entraban y salían de su campo de visión.

  Y entonces: ¡Zaaaaa-buuumm!

  Un fundido en negro de burbujas.

Se hundió en el lodo, pensó que seguro acabaría atrapado bajo treinta metros de barro y se perdería para siempre. Sin embargo, el impacto contra el agua no le había dolido. En ese momento se hundía lentamente hacia el fondo, las burbujas le hacían cosquillas entre los dedos. Se posó suavemente sobre el lecho del río. Un siluro del tamaño de su padrastro se ocultó en la oscuridad. Nubes de limo y basura —botellas, zapatos viejos, bolsas de plástico— giraban alrededor de él.

  En ese punto reparó en unas cuantas cosas: primero, no se había convertido en una tortita al estrellarse; segundo, no lo habían asado a la parrilla; y, tercero, ni siquiera sentía ya el veneno de Quimera en las venas. Simplemente estaba vivo, y era genial.

Sin embargo, constató algo muy curioso: no está mojado. Claro que sentía el agua fría al rededor de su cuerpo, esto no quiere decir que sea inmune a la hipotermia submarina, pero cuando se tocó la camisa, parecía perfectamente seca.

Miró la basura flotante y agarro un viejo encendedor. Imposible, pensó. Le dió al mechero e hizo chispa. Apareció una lámina. Justo ahí, en el fondo del Mississippi.

Alcanzó un envoltorio de hamburguesa arrastrado por la corriente. Y en cuanto lo tocó, se secó de inmediato. Lo encendió sin problemas, pero en cuanto soltó el envoltorio las llamas se apagaron y volvió a ser un pedazo de papel mojado. Rarísimo.

Hasta el final no se dió cuenta de los más extraño: estaba respirando. Estaba debajo del agua y estaba respirando normalmente.

Se puso de pie, manchado de lodo hasta el muslo. Le temblaban las piernas y las manos. Debería estar muerto. El hecho de que no lo estuviera parecía... bueno, un milagro. Imagnó la voz de una mujer. Una voz como la de su madre, que decía: «Percy, ¿que se dice...?»

—Esto... gracias. —Debajo del agua su voz sonaba a chico mucho mayor—. Gracias... padre.

  No hubo respuesta. Sólo la oscura corriente de basura, el enorme siluro siguiendo su rastro, el reflejo del atardecer en la superficie del agua, allá arriba, volviéndolo todo de color caramelo.

  ¿Por qué lo había salvado Poseidón? Cuanto más lo pensaba, más vergüenza sentía. Así que antes sólo había tenido suerte. No tenía ninguna oportunidad contra un monstruo como Quimera. Probablemente aquella pobre gente en el arco ya era sólo ceniza. No había podido protegerlos, no era ningún héroe. Quizá tendría que quedarse allí abajo con el siluro para siempre, unirse a los animales del fondo del río.

  Encima, la hélice de una embarcación batió el agua, removiendo el limo alrededor. Y allí, a un metro y medio de distancia, estaba su espada, la empuñadura brillante sobresaliendo del barro.

  Volvió a oír la voz de mujer: «Percy, agarra la espada. Tu padre cree en ti».

  Esta vez supo que la voz no venía de su cabeza. No eran imaginaciones suyas. Las palabras parecían provenir de todas partes, transmitiéndose por el agua como el sonar de un delfín.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora