Capítulo Dos

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Jin frotó la correa esposada a su tobillo derecho. Debajo de ella, la piel se veía en carne e irritada, pero se consoló a sí mismo imaginando la expresión del rostro de su papá si pudiera verlo tomando el sol en la piscina, con una botella del mejor bordeaux del viejo a su lado.

Ni siquiera estaba tomando, solo la tenía abierta en caso de que su querido y viejo padre se presentara sin anunciarse. No era como si su padre lo hubiese hecho o siquiera fuera a hacerlo.

Él siempre ponía sus esfuerzos en las cosas que amaba, y Jin no había sido una de las cosas de las que Kim JunHwan se preocupara desde que tenía seis, por si acaso. Presión se inflamó detrás de las costillas de Jin, pero él la obligó a retroceder, mordiéndose el interior de la mejilla hasta que el sabor a metal llenó su boca.
Como sea.

Se dejó caer de nuevo sobre el sillón verde, lanzando una última mirada a su tobillera emitida por el gobierno antes de cerrar los ojos, dejando que el calor del sol y el dolor de su mejilla palpitante empujaran lejos el sentimiento enfermizo que él no quería reconocer.

No había visto a su padre en meses, no desde que el juez dio a Jin una clase severa sobre responsabilidad y lo sentenció a seis meses de arresto domiciliario.
No había razón para pensar que su padre iba a ensombrecer su puerta, aunque Jin haya espantado a otro perro guardián.

Sin abrir los ojos, Jin levantó la botella de Chateau Latour Pauillac y la olisqueó para después tomar un trago tentativo y hacer una mueca. Sabía a ciruelas y mugre, y le recordaba a virutas de madera.

Tomó otro trago más generoso. Quizás si estaba lo suficientemente borracho, podía pretender que el sonido blanco de la aspiradora de Manjung era de la playa, y que los latidos de la música latina que sonaban en sus parlantes Bose eran del concierto de alguna banda en el bar de una pequeña isla.

Hoy no le tocaba a Manjung limpiar. Ella solo tenía turno los miércoles, pero desde su encarcelamiento en la “casa de culo-apretado”, ella había estado viniendo todos los días pretendiendo limpiar. A cambio, Jin pretendía que no notaba que no le tocaba ese día.

A él le gustaba la compañía, aunque sospechaba que su madre enviaba a Manjung bajo la esperanza de que ella podía contarle los secretos de Jin.

No podía culpar a Manjung por pretender que lo hacía. Su madre les pagaba a sus espías sumas generosas. Pero Manjung era una de las dos personas que eran fieles a Jin por sobre cualquier otra persona.

A pesar del ruido, Jin no tuvo problemas en escuchar el desagradable tintineo del timbre de entrada mientras sonaba la quinta sinfonía de Bethoveen. Él se quedó dónde estaba, pero se forzó en abrir los ojos de nuevo.

— ¡Manjung! ¡La puerta!
La ama de casas movió la mirada en dirección a él, entonces, deliberadamente le dio la espalda, moviendo las amplias caderas al son de la música.

—Esto se verá reflejado en tu bono navideño, pseñora —Prometió mientras pasaba de ella al caminar.

—Oh, y yo que estaba ansiosa por esos quince dólares —Manjung sonrió, sus palabras acentuadas goteaban sarcasmo.

Él sonrió ampliamente y palmeó su grisáceo moño desaliñado. No se molestó en ponerse pantalones, en su lugar abrió la puerta de golpe usando solamente sus bóxers color negro.
Que gran error.

— ¿Kim Seokjin?

Jin estaba seguro que su boca se abrió. Quedó boquiabierto ante la masa de más de seis pies 5 de puro músculo parado en su puerta, pero no pudo evitarlo.

No era frecuente que cada fantasía que alguna vez hayas tenido tomara vida y golpeara a tu puerta.
El hombre frente a él tenía una mandíbula amplia y con rastrojo, preciosos ojos miel, y espeso cabello castaño pincelado con plata que Jin decidió tenía el largo perfecto para tirar de él.

Embriagador||NJ|| ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora