18 | Perdiendo la fe.

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Melanie.

Abrí los ojos y me choqué con un par de luces blancas sobre mí mientras sentía su cabeza dormida en uno de mis brazos.

—Gabriel... —lo llamé, pero no despertaba—. Gabriel. —repetí con voz más fuerte.

Alzó sus ojos claros y al instante me sonrió con un alivio que nunca antes había visto en él.

—¡Te dije que estaría bien!

—¿Leah? —Reconocí la voz de mi amiga, quien me doblaba la edad y tenía una farmacia en el pueblo.

—¿Qué intentabas hacer, niña malcriada? —me reclamó ella—. ¿Acaso querías dormir durante un mes?

Dormir. Dormirme. Las pastillas que Fabio tenía.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi respiración se agitó.

—Yo lo arreglaré. —dijo mi hermano dirigiéndose a mí, como si hubiera adivinado mis pensamientos—. ¿Ya puede venir conmigo? —le preguntó a Leah.

—Sí, trata de que no se agite y que no tenga emociones fuertes. Debe beber esto por las próximas dos semanas —indicó dándole un par de botellas con un líquido blanco.

Gabriel me ayudó a ponerme de pie y salir de esa camilla.

—Gracias...

—No es nada.

—Y tú no... No nos has...

—Yo no los he visto, sí, tu hermano me explicó, descuida. —se adelantó Leah—. Suerte, Mel.

—Gracias.

—¡Melanie! —Nora llegó hasta nosotros y se apegó a mí para abrazarme.

Sus ojos estaban fatigados y las ojeras se le notaban a lo lejos. Le correspondí el abrazo intentando no llorar.

Nos despegamos y ella fue a mi amiga para pagarle.

—Descuida, no tienes que darme nada. —dijo esta última negándose a recibir el dinero.

—¿De verdad? Al menos la mitad... —insistió mi cuñada.

—No hace falta.

Nora le sonrió y le agradeció, todos lo hicimos.

Los tres salimos de esa pequeña farmacia llegando a la acera, frente a ella estaba un auto al que entramos. Me esforzaba en mantenerme fuerte y olvidar lo que vi, lo que él hizo, lo que escuché.

—¿Hace cuánto llegué? —pregunté.

—Hace diez o doce horas.

Me encogí de hombros y vi a mi hermano por medio del espejo retrovisor. Su mirada de lástima me hizo sentir peor.

Llegamos a casa y al entrar fui recibida por Pipo acompañado de Marina y Raúl.

Apenas crucé de la puerta hacia la sala me choqué con su rostro descompensado.

—¡ERES UN MISERABLE! —le grité yendo contra él para golpearlo—. ¡ERES UN MALDITO DESGRACIADO! —continué, rompiendo a llorar sin dejar de lastimarlo.

Él no hacía nada por defenderse, ni siquiera retrocedía.

Mi hermano y Nora quisieron detenerme, pero la rabia era tan grande que me liberaba de sus agarres.

—Me mantuviste inconsciente para que no sea un estorbo, ¿no es así? ¡Iban a matarme y yo no podía defenderme porque estaba drogada! ¡Y FUISTE TÚ QUIEN ME DROGÓ! ¡YO VI LAS PASTILLAS! ¡LAS GUARDASTE! ¡LAS GUARDASTE EN TUS BOLSILLOS!

DARK SIDE |El legado|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora