EPÍLOGO

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Omnisciente.

Dos años después

—¿Aquí fue donde murió?

—Sí, justo donde estás sentada ahora.

—¿Qué fue lo que hizo?

—El trato era traerte aquí y señalarte los lugares en donde murieron mis enemigos, no las razones.

Mel se cruzó de brazos y siguió caminando.

Él se detuvo un momento para observarla con amor. Nunca en su vida estuvo más seguro de que lo que sentía en ese instante por ella era amor, nada parecido a aquella obsesión enfermiza de la que todos temían.

Se transportó un día atrás, en su boda, recordando verla llegar usando un vestido blanco con elegante pedrería alrededor del torso y delicado volumen, el cual cubría desde su cintura hasta los pies. Llevaba los hombros descubiertos, detrás de ellos el velo caía y era acomodado por Gabriel, que iba con un traje azul. En sus manos, ella sostenía un ramo de hortensias azules.

La gloriosa melodía de los violines la hicieron ver como un ángel entrando, o más bien regresando a su vida, la misma que estaba dispuesto a compartir eternamente.

—Larga vida a los Saravia Vercelli.

Esas fueron las palabras del padre antes de que ambos giraran para quedar frente al mundo, el que debía prepararse para lo que se avecinaba con esa unión.

Italia no era un país en el que a él le hubiera gustado pasar su luna de miel, pero era el país en el que debían estar debido a un par de asuntos pendientes que se resumían en un solo nombre: Luca.

—Tú... Deberías... Deberías estar muerto...

Fabio sonrió, se tomó un segundo para regresar sus ojos al reloj que llevaba en la muñeca, y contestó:

—La muerte es quien escapa de mí.

Luca no pudo gritar. No le dio tiempo.

Los chorros de sangre corrieron por su cuello debido al corte que Mel le hizo por detrás. Su cuerpo cayó al piso y Fabio terminó con la agonía, arrojándolo a una trituradora, cumpliendo con los principios que la mafia dejó en su subconsciente.

Luca lo traicionó. Luca firmó su sentencia de muerte.

Durante el camino de regreso al hotel, ambos hablaron respecto a lo que pasaría en el futuro, uno en el que ya no estarían tan solos.

—Hay una sorpresa para ti en la habitación.

—¿Para mí?

—Sí.

Fabio la miró con extrañeza y se encaminó hacia la puerta de color vino, la abrió y buscó la supuesta sorpresa que estaba destinada para él; sin embargo, antes de dar dos pasos, se detuvo.

Algo no estaba bien. Le hizo una señal para que ella se mantuviera lejos y siguió avanzando, comprobando que, de verdad, nada estaba bien.

Dos tipos se abalanzaron contra él empezando a atacarlo, mientras que otros dos aparecieron detrás de Mel.

Fueron dos peleas por separado. Las dos duraron casi el mismo tiempo. Ninguno se ayudó entre sí puesto que habían acordado no hacerlo, después de todo, eran tan fuertes juntos como separados.

Propio de un Saravia. Propio de una Vercelli.

Sin embargo, ambos apellidos no seguirían separados durante mucho tiempo.

—Creo saber quién los envió.

—Linda sorpresa, ¿eh?

—No... Esta no era la sorpresa...

—¿Entonces?

Ella se hizo paso entre los cuatro cadáveres y lo llevó hasta la habitación, mostrándole lo que había encima de la cama.

—No...

—¡Sí!

—No.

—¡Sí!

—¿Positivo?

—¡Positivo!

—¿Un bebé?

—¡Un bebé!

—¡Mío! ¡Un bebé! ¡Un bebé aquí!

Él le señaló el vientre mientras se arrodillaba para abrazar los alrededores de su cintura.

La idea de que en esa habitación no solo eran dos sino tres le sacó innumerables lágrimas que ella se encargó de limpiar. Fabio la tomó en brazos, ignoró los cuerpos aún tendidos y la llevó a la alcoba, viendo a Roma teñirse de colores amarillentos, anunciando un atardecer que los iluminó.

La mirada de la muchacha fue atraída por una silueta muy parecida a la de su cuñada, la cual iba acompañada de un hombre, ambos tomados de la mano. Descartó la idea de que fuera ella ya que Nora era un poco más alta.

Se enfocó en vivir esos instantes plenamente e intentó retener sus lágrimas al besar los labios de su esposo. Acostó su cabeza sobre uno de sus hombros, dejando que él rodeara su espalda con una de sus manos mientras que la otra fue a su vientre, conformando un bonito cuadro familiar, como el que siempre quisieron tener.

Permanecieron así hasta que los cuerpos fueron retirados por los limpiadores del hotel.

No quedaron rastros de sangre. No quedaron rastros de lo que antes había pasado. No quedaron rastros de nada, salvo uno.

Un rastro que no estaba muy lejos de ellos, uno que, aparentemente, debía estar muerto, uno que los observaba desde un lugar oscuro, tan oscuro como lo que les esperaba, pues, a pesar de todo, aún seguían en donde iniciaron...

En el lado oscuro.

DARK SIDE |El legado|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora