Capítulo 1: Monstruo

1.3K 125 79
                                    



Suele decirse que incluso los animales más feroces son muy afectuosos y protectores con sus cachorros. Aunque claro, en algunas especies las crías son dejadas a su suerte por ley natural, encargándose de sobrevivir sin sus padres presentes, como algunos animales marinos.

Cassandra era consciente de que ella no era un animal ─por mucho que se considerara una depredadora─ y, también de que sus hermanas y su madre no lo eran. Aún así, la protección y cariño que Alcina les brindaba a las tres era digno de respeto.

Su madre confiaba plenamente en que sus hijas no eran para nada ingenuas ni mucho menos indefensas; sabían protegerse y defender a su familia ferozmente. Pero, como se podría esperar de toda madre normal, la condesa del Castillo Dimitrescu tenía cierto carácter sobreprotector hacia sus hijas; ellas eran su mundo y aquello que más valor tenía en su vida, así que las protegería sin dudar incluso si ellas aseguraban no necesitarlo en algún momento.

Cassandra nunca deseó tener hijos (tampoco podía), pero, a veces se preguntaba qué se sentiría estar en el lugar de su madre. ¿Sería igual el sentimiento que Cassandra tenía hacia su familia cuando actuaba cómo escudo y las protegía? ¿Era similar el sentimiento que tenía una hija y hermana protectora y valiente, que el de una madre feroz y territorial?

La hermana del medio de la familia se consideraba a sí misma alguien con un carácter muy similar al de un lobo: cazador, imponente, a veces solitario, pero que formaba parte de una manada en la cual mataría y moriría para protegerlos. Por mucho que la catalogaran como a un monstruo a ella y a su familia, Cassandra prescindía de la ética de cualquier humano o ser mortal para considerar correcto cuidarlos y defenderlos.

Podría ser alguien cuya moral era inexistente para los humanos, en un planeta lleno de ellos donde ella era una anomalía que nunca iba a encajar. Pero aún así, la poca cordura y valores que conservaba mantenían su propósito firme. Eran ella, sus hermanas, y su madre contra un mundo lleno de personas que no dudarían en juzgarlas o lastimarlas si pudieran; eso nunca iba a cambiar, ¿así que para qué molestarse en cambiar quien se supone era ella para el mundo?

Una tarde especial, precisamente una de las últimas del otoño antes de que comenzara el invierno, las tres hermanas salieron a cazar.

Bela aceptó salir con el propósito de traer algún animal para la cena; Cassandra solo pensó en la posibilidad de tener algún otro trofeo que colgar en las paredes del castillo, y Daniela salió para divertirse y tener un último respiro del cautiverio al que pronto se sometería durante meses.

A ninguna de las hermanas les agradaba el invierno (por obvias razones), pero esta tarde en particular, la brisa fresca otoñal fue algo que les hizo sentirse más libres que apresadas contra un posible peligro en el clima. Algo poco usual, así que las tres sintieron que podría ser un día bastante especial, o quizás lindo de recordar.

Una hora después de haber salido, las tres se reencontraron a las afueras del bosque. Bela ya traía un venado macho y joven sobre sus hombros, cargándolo con orgullo, mientras que Daniela solo traía una liebre pero se la veía feliz con su tesoro.

─¿Todas listas? ─interrogó la mayor, sin esperar respuesta─. Vámonos.

─¿Tan pronto? ─Cassandra cuestiona, mirando la puesta de sol─. Aún no oscureció, Bela.

─Madre dijo claramente que solo tendríamos una hora.

─Sí, pero yo no tengo ningún trofeo aún.

─¡Mala suerte para la audaz cazadora! ─exclama Daniela, sonriente mientras sostiene en el aire la liebre que consiguió─. Parece que te superé hoy, hermanita.

«¡¿Qué le has hecho a mi hija?!» || ᶜᵃˢˢᵃⁿᵈʳᵃ ᴰⁱᵐⁱᵗʳᵉˢᶜᵘ ˣ ᴸᵉᶜᵗᵒʳᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora