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Advertencias: triste, no sex.

Recomiendo leer el One Shot reproduciendo la canción de la multimedia.

Snuff

Una caricia, una quemadura.

Un beso, una puñalada.

Así se sentía Vergil con respecto a sus recuerdos, allí donde Delaney le había tocado se sentía como una quemadura, y allá donde ella le había besado sentía como si un puñal atravesara su carne.

Los recuerdos no dejaban de atormentarle, se sentía culpable, incapaz, frustrado y enfadado con el mundo.

Ella se había ido, habían discutido... y la había perdido horas más tarde.

Despertó sudando frío debido a una pesadilla, la misma de siempre: la última discusión, los gritos, el portazo... y la posterior llamada de su hermano horas después. La había encontrado moribunda entre unos demonios que la habían atacado, pero para cuando quiso llegar ella ya había exhalado su último aliento de vida, y Dante no pudo hacer nada por salvarla.

Ella era humana, se suponía que él debía cuidarla al ser mitad demonio, al ser más fuerte y capaz... pero fue incapaz.

A veces sentía como si él mismo hubiera matado a aquella hermosa chica de risueños ojos verdes y melena carmesí, similar a un fuego danzante bajo el sol.

Pero ese fuego ya nunca volvería a crepitar.

Vergil llevó sus manos a su rostro, apretando fuertemente sus ojos, incapaz de reprimir las lágrimas. Todo le recordaba a ella, la cama donde tantas veces habían intimado, el sillón en el que ella solía sentarse a leer, la estantería repleta de los libros de poesía que ella tanto disfrutaba...

A veces solo quería quemar todo a su alrededor, no volver a saber nada de nadie, ni siquiera de sí mismo. No veía la luz al final del túnel, y ya había pasado cerca de medio año.

Por otro lado, Dante no sabía qué hacer con su hermano. Le veía apagado, como un alma en pena, y sentía que no había nada que pudiera hacer para animar a su gemelo. Dante sabía que Delaney era la luz que iluminaba la vida de su hermano, y que jamás habría otra luz tan brillante como la de aquella chica para él.

Nero también estaba preocupado por Vergil, aunque tratase de actuar como si lo estuviera ignorando. Intentaba dar pie a que su padre hiciera cosas con él, lo que fuera, pero Vergil siempre daba negativas.

Solo. Pese a tener a su hijo y gemelo a su alrededor, Vergil se sentía completamente solo.

Y es que solo Delaney podía llegar a entenderle y hacerle compañía realmente. Solo ella.

Llevó sus manos a su cabello con un suspiro, el cuero cabelludo también le ardía, tantas veces que ella le había acariciado, hundido sus manos en su corto cabello...

Los suspiros de ella contra su piel se sentían como cuchillas creando pequeños cortes. Todo él la extrañaba, su mente, su corazón, su cuerpo. Vergil no era nadie sin aquella vivaz chica.

Y es que resultaba irónico, ya que eran como la noche y el día, pero al igual que el sol y la luna, se complementaban a la perfección, llenando aquellos huecos que el otro tenía.

-¡Delaney! -Otra noche, la misma pesadilla.

Se halló en la cama, tumbado y con el brazo extendido. Cerró la mano en un puño, atrapando la nada. Apretó los dientes y una vez más las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Golpeó la cama, y esta se quejó por el golpe, pero poco le importaba eso a Vergil.

Pasó el tiempo, llegó el aniversario de la muerte de la pelirroja. Vergil le llevó flores a la tumba, sus favoritas, las rosas. Se arrodilló ante el mármol, dejando el ramo. Estaba lloviendo a cántaros, pero eso no fue un impedimento para ir a ver a su amada.

"Delaney Taylor

25/04/1990 - 17/06/2015

Tus seres queridos no te olvidan.

Serás eterna."

Ella quería ser como Vergil y Dante, vivir para siempre, o al menos tener una vida más longeva que la de un humano. Vergil estaba dispuesto a cumplir ese deseo por ella, y es que jamás la podría olvidar, y en sus recuerdos ella siempre sería eterna.

-Aún me culpo por lo que pasó, ¿sabes? -Dijo él, la lluvia no daba tregua, incluso su voz era opacada por el agua que caía con fuerza a su lado -. Siento lo que pasó, jamás quise eso -continuó él -. Jamás me perdonaré por lo que hice. Sueño contigo cada noche de mi vida -confesó -. Siento que tuvieras que irte de este mundo así. Pensé que nuestro final sería distinto, pero fui un idiota -para ese momento Vergil ya estaba llorando sin siquiera darse cuenta -. Daría lo que fuera para poder pedirte perdón cara a cara, saber si realmente tú te fuiste odiándome o no... Eso más que nada me daría la paz que necesito.

Y es que él no sabía si en sus últimos momentos Delaney seguía enfadada con él o no, si se pudo ir en paz... Dante dijo que ella no dijo nada en aquel momento, no tenía las fuerzas para ello.

-Es difícil seguir sin ti, Delaney, no veo la luz, solo sombras -prosiguió el albino -. ¿Crees que puedas darme una señal? Algo, lo que sea, solo necesito saber que te fuiste amándome. Mi mundo se derrumbó cuando Dante me llamó... Siento no haber sido yo quien estuvo contigo, siento no haber ido tras de ti, haber sido tan orgulloso. Siento todo lo que pasó, Delaney -sollozó.

-Verge -una mano en su hombro le sobresaltó, miró por encima del hombro y se encontró a su hermano.

Y es que Dante también tenía un ramo para su cuñada.

-Ella no querría verte así, Vergil -habló Dante de nuevo, dejando las flores junto al ramo de rosas.

Era difícil no estar destrozado, demasiado.

-Tú no lo entiendes -gruñó el mayor.

-No, pero estoy aquí para ti. Somos hermanos, gemelos -recriminó el de rojo -. Tienes que dejarme ayudarte un poco, no vas a poder salir de esto tu solo, lo sabes, ¿verdad?

Vergil suspiró y negó con la cabeza.

-Necesito tiempo -concluyó.

-Has tenido un maldito año.

-No voy a discutir aquí, márchate o cállate -ordenó.

Dante bajó la mirada y se puso en cuclillas frente a la lápida, leyendo lo que había tallado ahí mientras que Vergil se ponía en pie.

Algún día conseguiría perdonarse a sí mismo, estar en paz de una vez por todas, pero le tomaría tiempo, mucho, mucho tiempo.

Seis meses pasaron desde aquello, Vergil caminaba por la calle tranquilamente, se había animado a ir a una librería para adquirir un par de libros de poesía nuevos. Y entonces lo vio, un samoyedo. Aquel perro blanco y esponjoso que parecía una nube, el favorito de Delaney, estaba afuera de una tienda, esperando a su dueño. Jamás había visto uno en persona, solo fotos que ella le había mostrado.

"Es el perro que teníamos cuando era pequeña." Las palabras de la pelirroja resonaban en su mente una y otra vez, en bucle.

Y supo que esa era la señal que tanto había esperado, ese "estoy en paz, no te guardo rencor, puedes perdonarte a ti mismo, te quise hasta el último momento de mi vida."

No pudo evitar acercarse hasta el animal, este se sentó tan pronto como lo vio, expectante y deseando ser acariciado.

-He captado el mensaje, Delaney -le dijo al perro.

El can se levantó, le movió la cola y se puso a dos patas, apoyando las delanteras en las piernas del albino, exigiendo caricias.

Y Vergil se las dio con una sonrisa en la cara, finalmente Delaney le había contestado.

Ahora podría estar en paz consigo mismo de una vez por todas.

One Shots con Vergil SpardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora