«Oh, no... No otra vez», rezongó mi propia voz en el interior de mi cabeza. Con los párpados fuertemente cerrados, me giré hacia arriba y tanteé la superficie de la mesa de noche hasta alcanzar mi teléfono. De muy mala gana abrí los ojos y no me sorprendí de comprobar que faltaban diez minutos para que sonara la alarma. Tres o cuatro de los siete días de la semana me tocaba vivir la misma historia: mis preciados últimos minutos de descanso se veían arruinados por las constantes peleas de la pareja que vivía en el apartamento de al lado. Por alguna extraña razón les encantaba discutir y gritarse en el dormitorio, que compartía pared con el mío, y evidentemente amaban hacerlo en los horarios más inapropiados. De todos modos, no estaba segura de qué era peor: si las peleas, o las reconciliaciones que incluían largas maratones de sexo ruidoso. Cada vez que los oía hacer una cosa o la otra, agradecía más que nunca estar soltera. Me chocaba y angustiaba ver que casi todas las relaciones en la actualidad eran muy similares a la de mis tóxicos vecinos.
Volví a dejar el teléfono sobre la mesa de noche y rodé para estirarme a lo ancho del colchón. Uno de los tantos beneficios de vivir sola era todo el espacio disponible en una cama king-size. Ya hasta me había acostumbrado a dormir en el medio, y me encantaba.
A pesar del brusco despertar, me convencí de que nada iba a impedirme arrancar el día con el pie derecho, así que me levanté de un enérgico salto, corrí las cortinas block out para dejar entrar el hermoso sol de un típico día primaveral en San Diego y me permití entretenerme un rato observando el ajetreo típico del centro de la ciudad, antes de dirigirme hacia el baño para iniciar mi «rutina de belleza» diaria. Desafortunadamente, yo no pertenecía a ese grupito privilegiado de chicas que con lavarse la cara ya se veían listas para aparecer en la portada de Vogue. Tenía una piel hermosa, pero a base de mucho esfuerzo, cremas, mascarillas y tónicos faciales. Nunca había padecido acné, pero sí mucha resequedad, lo cual podía llegar a ser un problema tan tedioso como la piel grasa.
El escándalo que se desató en la puerta de entrada de mi apartamento minutos más tarde mientras yo preparaba café estuvo lejos de asustarme. Mamá batallando con las llaves era una escena típica que se repetía las tres veces por semana que ella venía a visitarme.
—¡Ari! —la oí llamarme—. ¡Te traje algunos víveres!
—No grites, má, que los vecinos no necesitan saber que me crees en bancarrota cuando en realidad no lo estoy —dije tranquilamente, yendo hacia la sala con dos tazas humeantes de café. Le extendí una a mamá después de que depositara las bolsas sobre la mesa.
—Deberías alegrarte de que puedes gastar tu dinero en otras cosas —comentó antes de beber un sorbo de café; entonces intentó darme un beso en la frente, pero algo la detuvo—. ¿Qué es esa cosa en tu cara? —me preguntó frunciendo el ceño.
—Una mascarilla de carbón. Es para remover los barros.
Mamá puso cara de fastidio.
—Tú no tienes barros —dijo.
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Sin Sin Sin© /// COMPLETA
Romance[VERSIÓN ORIGINAL PUBLICADA EL 20/09/2018] ------------------------------------ Carter ha sido el amor imposible de Ariana desde que ella es capaz de recordarlo. Entre cartas jamás entregadas, dibujos de corazones y suspiros de enamorada, Ari ha pas...