TRAS LA LUZ | Kirishima Eijiro

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Viernes, acababa de salir por la puerta de mi instituto, andaba a paso lento, cansada por haber gastado tanta energía al hacer 4 exámenes ese día. Yo estudiaba siempre, la cosa es que me costaba un poco.

Después de 15 minutos andando por fin llegué a mi destino, mi casa.

Iba a 2º de Bachillerato, cumplí hace dos meses los 18 años y decidí independizarme rápidamente. Tenía familia, pero no me relacionaba mucho con ellos.

Entré a mi hogar, dejé la mochila que pesaba tanto sobre mis hombros en la desordenada cama que se encontraba en una habitación pequeña, mi habitación.

Acto seguido, fui directa hacia la cocina en la que no tenía gran cosa para poder comer. Opté por hacerme un poco de arroz blanco con un huevo frito.

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Después de comer, fregué las cosas que usé y, fui a mi dormitorio para descansar 5 minutos sobre la cama. No podía permitirme descansar tanto, ya que tenía que hacer mis deberes, estudiar un poco lo que había dado hoy en las clases y después a las 16:00 irme a trabajar como camarera en un bar.

Sabía que ese trabajo no merecía mucho la pena ya que me explotaban laboralmente y cobraba poco, pero por mucho que enviase currículums en muchos sitios, no me contrataban. Una de las grandes razones era porque no tenía experiencia trabajando ya que era muy joven, eso me cabreaba, porque, entonces, ¿cómo pretendían que los jóvenes tuviéramos experiencia laboral si nadie nos contrataba por esa razón?

Me mentalizaba a mí misma para no cabrearme más sobre el trabajo, porque tenía una casa que pagar, y tenía que comprar comida para sobrevivir.

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Después de hacer mis tareas de estudiante, me puse directamente mi uniforme de trabajo. No tenía mucha historia, era solo una camiseta con escote, con unas letras que promocionaban el nombre del bar y unos vaqueros. Mi jefe, que tenía al rededor de 70 años me decía siempre que enseñase algo de cuerpo para que venga más gente, era un pedófilo.

Me dirigí hacia la entrada de mi casa para coger las llaves y ponerme los zapatos, después, partí hacia mi trabajo.

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Al llegar, vi que ya habían como 10 personas, la mayoría tomándose una cerveza con cara de agresor sexual.

Fui hacia los vestidores, donde ahí tenía que ponerme un delantal que empezaba a partir de la cadera y terminaba por encima de las rodillas. Saludé a mi compañero que tenía 27 años, me caía bien, e incluso diría que es el único amigo que tenía y, enseguida, me puse en marcha.

La tarde transcurría muy lenta desde mi perspectiva, estaba cansada, aburrida, y cabreada por las miradas de las personas en mi cuerpo, sobre todo en el escote que mi jefe me obligaba llevar.

Quería irme ya a casa, pero me quedaban unas horas más. Mi turno terminaba en la madrugada.

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Al terminar por fin mi turno me quité el delantal y lo dejé en una taquilla pequeña donde ponía mi nombre. Iba a salir del bar cuando me sorprendió ver a mi jefe entrando por esa misma puerta, y acto seguido, oírle soltar mi nombre con una voz ronca de sus labios.

No tuve más remedio que echarme hacia atrás para que él pasase y quedarme ahí a saber cuánto tiempo para averiguar qué quería de mí.

- Sígueme.- Dijo el que estaba al mando de todo el local.

Le seguí, no porque quisiera, sino porque no quería que me despidieran, y para eso, tenía que ser una gran sumisa. Al dar unos pocos pasos, ya me di cuenta de a dónde tenía previsto llevarme, su despacho, donde olía a tabaco, alcohol y sudor, un asco.

Se sentó en su silla y me pidió que me sentara en la silla de enfrente a su mesa. Le hice caso.

- Vengo para felicitarte, estás haciendo un gran trabajo, chica.- Dijo el anciano posando sus horripilantes ojos en mi escote pronunciado.

Me alegraba un poco escucharle decir eso, porque a lo mejor me subía el sueldo.

- Y como recompensa te propongo algo...

¡Sí! Me va a subir el sueldo, o al menos eso espero. Mi alegría estaba un tanto por las nubes, pero al oír lo siguiente que dijo todo se desmoronó.

- ¿Qué te parece si te pago 100 euros por unos trabajitos... extras? Ya me entiendes...

Estaba sorprendida, y a la vez confusa, no sabía con certeza a lo que se refería, o sí, y simplemente mi mente no quería asimilarlo.

- ¿Eh?- solté sin darme cuenta.

- Ya sabes... un trabajito... como una prostituta.- Dijo señalando su parte íntima con sus manos mientras se pasaba la lengua por sus labios.

Quería salir de ahí, tenía miedo, estaba cabreada, y confusa. ¿Y si me niego y me viola? le denunciaría, pero entonces no tendría trabajo.

No quería aceptar bajo ninguna condición, y al pasarme por la mente una imagen de mí haciendo eso me daban escalofríos acompañados de angustia.

- ¡Yo no soy ninguna puta para chupársela!- solté de mis labios a la vez que me levantaba de la silla con una rabia que hacia que me doliera la cabeza.

- ¿Segura? Sé perfectamente que te vendría muy bien el dinero para sobrevivir.

- Nunca he estado tan segura en mi vida, ¡es usted un pedófilo de mierda!- dije con un tono de voz que decía claramente "me das asco".

- Pues si no aceptas por las buenas, aceptarás por las malas. Te bajaré el sueldo un 30%.

- Voy a ir a la policía.- dije con un poco de miedo pero a la vez decidida.

- Adelante, no tienes pruebas ninguna, y mis clientes son todos fieles a mí.- dijo con una sonrisa en su horrorosa cara. - Ah, y si piensas como opción de testigo a tu compi, te equivocas, lo tengo cogido por los huevos.

Ahora sí que tenía miedo, sabía que aunque tuviera razón tenía que intentarlo al menos una vez. Poco a poco notaba como mi vista se ponía nublosa, estaba a punto de llorar. Tenía el corazón muy acelerado, y había sentido muchas emociones en menos de 10 minutos.

- Que te jodan.- escupí con odio mientras salía por la puerta lo más rápido que podía, no quería que me viera débil y que pensase que había ganado.

Continuará...