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Por la tarde Kirishima tenía que hacer ejercicio y seguir practicando sus ataques para el día en el que nos enfrentemos al Alto Rey.

Mientras yo, seguía arreglando bien la cabaña.

•••

Al cabo de una hora escucho como alguien entra a la cabaña.

- Oye _____, me gustaría enseñarte un poco de defensa personal.- me dijo Eijirō en cuanto entró a la casita.

- ¡Oh, ya estás aquí!- dije alegre al verle.- Estaría bien saber defenderme. Sobre todo porque me gustaría ayudar.

- Bien, aunque no me gustaría que estuvieses ahí cuando derrotemos al Rey, es peligroso.

- Es igual de peligroso para ti.

- No. Si vienes, te tendrán en el punto de mira.- comenzó a cabrearse.

Chasqueé la lengua. No me gustaba admitirlo, pero sabía que tenía razón. Aunque no podía evitar sentir la necesidad de estar ahí por si le pasase algo.

Odiaba sentirme inútil.

- Soy una cabezota y voy a ir. Aprendo rápido, podré arreglármelas. Necesito estar ahí, no quiero que te pase algo y que yo esté aquí de brazos cruzados sin hacer nada.

- Joder. ¿¡No entiendes que yo también me preocupo mucho por ti!? ¡Me van a acompañar los chicos y vamos a estar bien, tú no tienes ningún kosei, y no sabes defenderte!

- ¡Pero siempre puedo aprender, me podéis usar como cebo, por ejemplo!

Él suspiró.

- Ya veremos, pero no prometo nada.

En ese momento necesitaba tomar un poco de aire. Esa conversación me estaba afectando, comenzaba a preocuparme por nuestro futuro.

Salí de la cabaña, directa hacia el río. Era el lugar en el que me sentía más tranquila.

Quería relajarme, pero no paraba de pensar.

¿Y si no me dejan ir y pierdo a Kirishima? Es la persona que más amo, si él llega a desaparecer de mi vida o muere, no sé qué podría hacer. Sé que no debo depender de una persona, pero después de tantos años, sin tener esa confianza, apoyo, amor y cariño de alguien, le necesitaba más que nunca.

Después de ese pensamiento, sentía la necesidad de que él estuviera aquí conmigo, quería abrazarle y pedirle perdón, pero una parte de mí me decía que mantuviera mi dignidad. Pero me la sudaba, le echaba de menos. Era en estos momentos de vulnerabilidad cuando más ansiaba tenerlo a mi lado.

Me levanté rápidamente y fui hacia la cabaña.

Abrí la puerta y me encontré al hombre lobo sentado en el sofá con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza cabizbaja.

Al escuchar la puerta abrirse él levantó la cabeza, vi como se le iluminaban los ojos, y se levantó corriendo hacia mí.

- ¡_____, p-perdóname! ¡Fui un idiota al gritarte así y cabrearme! Pero es que te amo tanto que no podría estar sin t-...- no pudo terminar la frase porque le callé besándole.

Extrañaba tenerlo cerca, añoraba sus labios y sus caricias dulces.

Sentí la necesidad de profundizar más el beso, así que lo hice.

TRAS LA LUZ | Kirishima EijiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora