Reencuentro

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Le tomó demasiado esfuerzo y tiempo poder trasladarse por la tierra, asfalto y otras superficies sin dejar nada en el camino. Cuando finalmente estaba cerca del apartamento de sus abuelos y estaba en solitario volvió a forma natural, estaba transpirando y sin energía, necesitaba recuperarse un poco. Los suspiros fueron largos y profundos, pero no podía detenerse.

Cuando entró por la puerta a toda velocidad no estaba preparado para lo que tenía delante suyo: la esposa de su padre, Artemisa, con una bandeja de comida rumbo a su habitación. La cara de Artemisa fue de terror, pánico y finalmente de vergüenza cuando se cruzó con la mirada desafiante de Eskol que rápidamente froto su anillo y tenía su arco en mano y su carcaj en la espalda, luego de ello tensó el arco apuntando a la cara.

—¿Qué demonios haces tu aquí? —no gritó, no quería asustar a sus abuelos, pero la forma en que lo susurró hizo que se le helara la sangre a Artemisa que casi tumba la bandeja de comida. Miró para todos lados con temor de que esto pudiera terminar mal para ella.

—Yo... yo —estaba empezando a temblar, conocía su condición actual que no le iba a permitir en igualdad de condiciones. Iba a perder contra él. Lo sabía.

—No repetiré la pregunta —Artemisa lo miró, pero no pudo mantener la mirada porque sus ojos tenían dagas que la atravesaban sin compasión.

—Eskol... —cuando dijo su nombre los ojos de Eskol explotaron y sus manos temblaban por dejar salir esa flecha y terminar con esto. Pero en su mente estaban las palabras de Travis que le había dicho que su padre no quería que hiciera nada estúpido solo por venganza.

—No te atrevas ¡No te atrevas a decir mi nombre! —la forma en como le gritó hizo que terminara de tirar la bandeja haciendo un ruido que despertó a Paul.

La respiración de Eskol era pesada era dura y llena de ira. Artemisa lo sabía, sabía porque estaba así. Paul ya le había contado las cosas y su gran temor estaba frente a ella el ver a la cara al hijo de su esposo, quien había terminado por desvanecerse de la forma más brutal que Paul había podido contárselo. Paul no se había guardado ningún detalle ni había omitido la brutalidad de las forma en que había sido tratada. Había llorado al contárselo, amargamente y Artemisa había escondido la cara de vergüenza y con lágrimas también de saber qué es lo que todos sus actos habían desencadenado. Eskol se había quedado sin su padre y también había tenido que enterarse de la brutalidad con la que había sido tratado.

Eskol estaba cegado de la ira que lo inundaba, recordaba cada momento con Percy, cada momento que había robado de sus obligaciones como dios para poder estar con él y Artemisa le había robado todo eso. No quería ignorar eso, quería acabarla, podía con la ira de los dioses solo con saber que no iba a ver su rostro otra vez.

—Eskol —la voz de Paul lo saco de su trance para ver sus ojos llorosos, su abuelo se veía frágil, estaba más delgado y caminaba con dificultad. En un momento trastabilló y Eskol no lo dudo dos veces en soltar el arco y saltar hacia donde esta Paul y sostenerlo una fuerte caída.

—Abuelo, no, no —Paul se aferró a él, no quería verlo consumirse por la ira, pero sabía que no iba a poder detenerlo por mucho tiempo. —Necesitas descansar —Paul asintió mientras se aferraba a él y trataba de llamar la atención para que se concentrara en él.

—No deberías estar aquí —Eskol sabía que su abuelo tenía razón, no debía estar aquí, seguramente lo mandarían a un encierro al enterarse de ello. No le importaba.

—Bromeas, tuve que pedir un gran favor para poder ver que estaban enfermos —seguramente Hécate tenía alguna cosa en mente con su idea de que debía cuidar de Liz.

—Tiene razón, puede ser peligroso —la voz de Artemisa se escuchaba temerosa, pero no pudo callarse, era su mejor opción para que Eskol no se centrara en ella.

Algunas cosas toman tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora