Consecuencias

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Furia

Rabia

Ira

Todo ello se iba formando en el interior de Atenea quien luego de ver como Percy iba en busca de su pegaso se había despedido para cobrar un favor. Uno qué haría arder el mundo de Artemisa. Llego al taller de este personaje tan particular, que había llevado el significado de la resignación a otro nivel y después de siglos se había visto que había sucumbido a la propia debilidad luego de ser humillado en múltiples ocasiones por su esposa de manera descarada y sin intentar ocultarlo. Hefesto. Ella lo había conocido cuando era un joven dios y tenía en su mente el ideal de ser fiel a su mujer Afrodita y no caer en las practicas de otros dioses que tenían hijos con mortales para perpetuar su accionar en el mundo mortal. Pero después de siglos en los que su honor fue mancillado por la forma en que Afrodita se arrastraba con cuanto hombre codiciaba había decido seguir con su vida adelante.

Como el buen dios que era y que prácticamente era el dios de la tecnología ya estaba al corriente de lo que había sucedido con Percy, Vali, Artemisa, sus cazadoras y Eskol. Se resistía al hecho de intervenir en esto, pero le debía y mucho a Atenea y lo que le pedía bien podía exceder el precio del favor que estaba cobrando. Hefesto tenía una reserva para momento de emergencia en los que se haría uso de ello para asegurar un cambio en la marea de las cosas, pero la forma en como Atenea tenía planeado usarlo le hizo simplemente estremecerse. Luego de una buena negociación y de darle unos valiosos y únicos planos de uno de sus hijos que fue una luz del renacimiento y que Hefesto moría por tener y estudiar.

—Espero que estes segura de esto —le dijo entregándole una caja y mostrándole el producto. Atenea sonreía de manera sádica mientras pensaba en como iba acabar con ellas y les iba a hacer pagar.

—Esas mocosas y Artemisa solo aprenderán asi —Hefesto se sentía un tanto culpable porque le estaba dando las herramientas para atacar a Artemisa, pero por otro lado podía sentir el profundo dolor y rabia que estaba sintiendo no solo Percy sino también Atenea. Hefesto amaba a sus hijos de manera profunda y procuraba darle todo lo que necesitaban para explotar sus capacidades.

—Que los dioses tengan piedad —susurró mientras Atenea tomaba la caja con cuidado.

—Sin piedad, sin misericordia, no mostraron ni una ni otra con Eskol y Travis —las palabras de Atenea lo dejaron un tanto atónito porque desde tiempos que ya no podía recordar no la había visto en este plan.

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—¡Que locura has hecho, Artemisa! —la voz de Apolo era una mezcla de regaño y preocupación mientras que Artemisa tenía en brazos a una de sus cazadoras que se debatía entra la vida y la muerte y Thalia cargaba a la cazadora muerta. Alice era su nombre, hija de Hermes.

Todos los dioses sabían que cuando alguna de sus hijas entraba a la caza de Artemisa no podían tomar personal alguna daño que pudieran sufrir, ya no era su responsabilidad ni su vida, sino de Artemisa. Ni siquiera se molesto en contestarle, se sentía como que habían vuelto de una derrota durísima y así había sido, pero saber que Percy había pagado por la humillación que les había hecho pasar. Mientras que la adrenalina se iba calmando y los calambres y el dolor iban apareciendo empezó a ser consciente que posiblemente había roto el pequeño hilo que la mantenía como una diosa del Olimpo. Pero no le importaba, el precio bien lo valía. Casi habían llegado a las tienda del campamento para que todas recibieran atención y una buena dosis de descanso.

—No me molestes, Apolo, tu sabías sobre esto y decidiste dejar que Percy me humillara teniendo un bastardo entre las sombras —la mirada que Artemisa tenía para Apolo era de una molestia tal, pero no tenía intención de hacer algo al respecto.

Algunas cosas toman tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora