Ocho:

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Kristoff:

Sé que el hablar del amor a estas alturas de mi vida podría ser algo estúpido, sé que tal vez ya estaba viejo para la gracia; pero a veces habían cosas en mi existencia que me era imposible comprender...Al igual que le sucedía a un joven vampiro que ahora se sentía tan cercano a mí.

A decir verdad, muchas cosas en Hans me recordaban a mí mismo cuando tenía su edad y tal vez era por eso que estaba desarrollando un afecto fraternal hacia él. Me veía reflejado en el vampiro al que no le gustaba nuestro alimento principal, no por lo que pudiésemos o no comer, sino porque en su momento también fui como él.

Era despreocupado, asustadizo; me detenía a pensar mucho las cosas y también era un romántico desprevenido el cual contaría su historia una vez más.

...

Era verano del 1600, y yo tenía la edad de Hans. Todo a mi alrededor parecía atascado en el tiempo, tal vez era porque en cierta manera lo estábamos.

No es por alardear, la verdad, pero para ser honesto recuerdo que durante ese tiempo era todo un galán. Entregaba rosas aquí y allá y las hermosas sonrisas de las doncellas definitivamente me decían que estaba haciendo algo bien.

Lo más natural era que al tener a tantas chicas deseando mi corazón, al fin me pudiese enamorar perdidamente de una. Pero la indicada simplemente no había llegado aún.

Estaba en mi antigua secundaria, un edificio barroco rodeado de arbustos al que todo el mundo llegaba a caballo o en carruaje. Las jóvenes más lindas me esperaban en la entrada con cartas o chocolates, yo las recibía pero llegaban a parar al baúl de los recuerdos. Recuerdos que olvidaría de forma instantánea.

No me malentiendan, no era un vampiro grosero; pero sencillamente ninguna de ellas me hacia sentir nada.

Me la pasaba todos los días en la biblioteca en busca de un libro que, para mi propio mal, me hiciera pensar más de lo que ya lo hacía.

Porque en mi opinión, los libros tenían ese poder: te hacían pensar y ponían tu alma a volar unos instantes.

-¡Kristoff!

Escuché que una voz amigable pronunciaba mi nombre.

Me encontré con unos ojos verdes que me observaban, por sobre las hojas del libro en el que había metido mis narices y por estar tan inmerso en él no me había percatado de la otra presencia en la habitación.

-¡Ah, hola profesor Joseph! No lo vi.

-Siempre metido en los libros, ¿a que sí, eh?

-Supongo. –respondí con una sonrisa.

-Ya que eres tan literario, te asigno el próximo trabajo de teatro con la señorita Waltz, la nueva. Espero la hagas sentir como en casa en nuestra honorable institución.

Al verla, mi alma se iluminó por un fugaz momento.

Era hermosa, con profundos ojos cristalinos y largo cabello negro.

Dije muchas veces que no me enamoraría, no porque no quisiera una novia sino porque sentía que no merecía el amor en sí, de siempre estar tan desdichado. Pero, cuando la vi, algo mágico dentro de mí empezó a florecer.

-Así que, joven Krisoff...-me decía, con una sonrisa.

Siempre me habían parecido enigmáticas las sonrisas de la gente, capaces de expresar malicia algunas veces, pero cuando vi la de ella supe que no tenía ni una pizca de maldad. Todo sobre la joven vampiresa era un misterio que estaba dispuesto a descifrar.

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora