Veintidós:

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—Hans, ¿esto es de tu época?

La había ayudado a bajar las escaleras y dado algo de ropa. Una camiseta Hawaiana de Kristoff tan holgada que le quedaba como un vestido.

Estábamos en la cocina.

A pesar de ser un pésimo cocinero, me estaba esforzando porque mi invitada se alimentara bien, pues sabía lo feo que era tener el estómago vacío. Preparaba un guiso de vegetales y unos tallarines que mi amigo había dejado en la alacena.

Su cabello negro estaba desordenado, pero al tocarlo era como tener a mano un pedazo de seda. Estaba descalza. Los tacones brillantes que traía la otra noche obviamente quedaron hechos un desastre.

—No. —dije yo, respondiendo a su pregunta— Es de Kristoff. Dijo que provenía de los 1600.

—Entonces, ¿el señor O'Conell también es un vampiro?

Saltaba en las puntas de sus pies, con la inocencia y ternura de una niña pequeña.

—¿Qué saben los humanos de nosotros, eh? Te veo muy emocionada respecto a esto. —expresé yo, evadiendo su pregunta ya que otra vez había hablado de más.

—Me gusta investigar. —respondió ella encogiéndose de hombros, devolviéndome la sonrisa que yo le había dado— Aunque, el concepto que tenemos de ustedes es más bien muy Hollywoodiense. Sumándole también el hecho de que yo nunca pensé tener...Esto con un vampiro.

Al escuchar eso, me di la vuelta, le bajé el fuego a la estufa para que no se me quemara nada, y me acerqué a donde ella estaba, sentada con sus manos sobre las inmaculadas encimeras de Kristoff. Mientras le extendía un zumo de naranja y una pajilla para que lo bebiera, puse mis manos sobre la superficie de mármol, apoyándome en el mentón y le lancé una pregunta:

—"¿Esto?"

No apartaba mis ojos de ella.

Su risa hipnotizante inundó la habitación.

—Lo que sea que somos ahora. Conocidos, amigos...

—O bien, algo más.

Un silencio casi fúnebre llenó la estancia. Donde antes había risas encantadas, ahora no había nada. Sólo silencio.

Quería seguir mirándola, perdiéndome en sus ojos, pero un olor a fuego me distrajo.

—Joder. Creo que la comida se quemó. —concluí—

...

—¡Hey, Fallon! ¿Cuál es tu sabor de pizza favorito? Yo puedo pedir una ensalada, estoy al teléfono con La Bella...—empecé a decir, mientras en simultaneo subía las escaleras para encontrarla en el mismo lugar donde había despertado.

Efectivamente, la comida se había quemado. Si hay una boda o algún evento importante cercano a mí, no me pidan que prepare los aperitivos, porque lo más seguro es que también los queme.

Estaba a punto de pedir algo y que lo trajeran a casa, pero al subir me la encontré...Con lágrimas en los ojos.

—Fallon, ¿dije...Dije algo malo? —le pregunté, preocupado.

Los pensamientos catastróficos propios de la ansiedad habían ascendido a mi cerebro como las burbujas de un aceite que hierve. Lo había arruinado por completo. Sí, eso era lo que había pasado.

—Fallon...—repetí.

—Tranquilo, no hiciste nada. Más bien hiciste todo. Me hiciste de todo. Y eso es lo más absurdo.

—Fallon, te dije que yo no...

—¡Deja de repetir mi nombre de esa manera! ¡Deja de parecer como un maldito sueño! ¡Sé muy bien que la vida real no es así, sé que lo que me hicieron esos vampiros anoche es a lo que debo estar acostumbrada! Y...

Reflexionando sobre esto un poco, tal vez era la agonía del abuso que estos vampiros le habían hecho pasar. Había leído estando en la biblioteca de mi amigo, en tardes en las que éste se ausentaba para cantar en el tejado, libros de testimonios. Testimonios de personas que habían pasado por algo así. Había un sentimiento en el corazón de Fallon hacía mí, pero por el trauma ocasionado le era difícil asimilar que alguien como podía...Quererla. Esas eran mis deducciones hasta ahora, y no la iba a presionar.

La sociedad no entendía a las víctimas, más bien se burlaba en cierta forma y las juzgaba.

¿Por qué no te moviste? ¿Por qué no te defendiste? Eran las típicas preguntas, pero al haberlo visto con mis propios ojos; al escuchar los gritos y súplicas plagadas de terror, había entendido que lo equivocado era "la ayuda" y no la o el que la pidió.

No dije nada. Tan sólo la abracé. Y allí, al parecer mi corazón dio el discurso que mi boca nunca podría.

—No quiero que pienses que no me gustas. Porque no, no me gustas. En este tiempo que llevo contigo en mi vida, he descubierto que lo que siento es mucho más que eso y tú...Tú lo eres todo, Hans. Independientemente de qué ser seas: vampiro, troll o un ángel con el ala rota. Eres generoso, malo para cocinar sí, pero aun así permaneces gracioso, entrañable...Y sabes reconocer el significado de un "no". No vives para cazar y matar. Tú, Hans, tú vives para amar.

—¿Y qué si te quiero amar a ti? ¿Aceptarías que un vampiro como yo ame desenfrenadamente y con locura...A una humana como tú?

Y así, mientras asentía, nos besamos.

No era como me lo había imaginado, tampoco fue mejor. Simplemente fue. Y a veces eso es todo lo que se necesita para que algo tenga significado y te cause una emoción.

Sentí cómo lo salado y desesperanzado de una de sus lágrimas se encontraba con la piel de mi mejilla. Sentí emociones amargas y abrumadoras mezclándose con lo dulce de sus labios y los míos, y entendí el significado del querer a alguien; quererle con todo y sus piezas rotas y todo aquello que no le enseñan a nadie.

—Te adoro, chico que quema hasta los tallarines instantáneos del súper. —dijo ella al fin, conectando la naturaleza de sus ojos con los misterios de los míos. Quería que esos destellos verdes me observaran por mucho, mucho tiempo. De forma perpetua, aunque aquello para ella no fuese posible.

—Te adoro, doncella obsesionada con los seres como yo. —respondí yo, retirándole un mechón de cabello del rostro.

Y de esta forma, todo no fue perfecto ni como en mis más alocados sueños lo había imaginado. Sólo fue. y cuando las cosas simplemente eran, se convertían en perfectas, muy perfectas maravillas.

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora