Dieciséis:

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Hans:

Tres días habían pasado desde ese encuentro encantado, en el que estaba conociendo el cariño en formas que mi cuerpo y alma no habían percibido nunca antes.

Sin embargo, todas mis esperanzas y sueños respecto a la jovencita de largo cabello oscuro se iban a hacer añicos en cuanto recibiera las siguientes noticias.

Estábamos en su habitación secreta, Kristoff estaba saliendo del baño, vestido con pantalones negros formales y la pálida piel de su pecho desnudo contrastaba con los rayos tibios del sol de la mañana, se estaba cepillando los colmillos. Era muy aseado cuando quería.

Se suponía que dentro de poco (no estaba seguro de cuánto) sería la velada del baile, pero desilusionado, expresé:

—Así que, después de todo...¿No quiso ir conmigo?

El vampiro que más de una vez había salvado mi vida me observaba dubitativo, analizando el panorama que se nos presentaba.

—No lo sé, Hans. En realidad, siento que aquí hay algo más de lo que no nos hemos percatado...

—¡Pero, no puedo permitir que el degenerado de Harry apenas se atreva a tocarla! ¡No puedo hacerlo! ¡Debo hacer algo!

—Estás en todo tu derecho, tornado. —sentenció Kristoff rotundamente.

—Pero, ¿qué demonios pretendes que haga? ¡No me puedo colar al baile sólo porque sí!

—¿Y quién dijo que te colarías?

Yo arqueé una ceja, perplejo y algo confundido. No tenía ni idea de qué rayos planeaba hacer Kristoff, pero lo haría a ojos cerrados. Él me inspiraba confianza y calidez. Una que no había sentido en mucho tiempo.

Y así, sonrió con alegría. Una linda sonrisa vampírica, si saben a lo que me refiero.

Se produjo un silencio de sólo unos segundos.

Hasta que, al fin, mientras abotonaba su camisa se giró para verme y concluyó:

—Hans, necesitarás tu mejor traje. El baile es esta noche.

Y así, tal vez por mi ansiedad, colapsé. Todo se sumió en una sólida oscuridad, por efímeros momentos que parecieron una eternidad.

...

No culparé al hecho de que Kristoff en ese momento se estaba bebiendo una bolsa de un viejo paciente sanguíneo...

Culparé a la ansiedad, al azar, al destino; a la inseguridad.

La cuestión es que me había desmayado de forma absurda. Pero supongo que así era yo y debía aceptarme.

Cuando desperté, el crepúsculo ya estaba pintando el cielo adormilado de distintos colores, lo que significaba que en unas horas el baile daría comienzo.

—¡Bonne soirée, bello durmiente! Mira, estuve buscando entre mi vieja ropa (ya que olvidé que tú tienes un pésimo estilo) y encontré esto. ¡Póntelo!

Me intenté incorporar. Recuerdo que antes del desmayo estaba parcialmente sentado a orillas de la cama de mi amigo, pero siento que cuando perdí el conocimiento me tuve que haber descompensado y caído de allí.

Sin embargo, desperté (aunque algo torcido) sobre una superficie suave.

Había olvidado que las almohadas de Kristoff estaban hechas de plumas.

Mientras restregaba mis nudillos contra la piel, le eché un vistazo al atuendo que me había ofrecido Kristoff. Era un total black como dirían las revistas adolescentes de esta época.

—Eh, Kristoff...¿No crees que eso nos pondrá en obvia evidencia? Recuerdo haber visto muchos vampiros vestidos así en nuestros días...

—Porque ese es el punto, mon ami. Como el horroroso de Harry y su clan tuvieron algo de influencia en la organización del baile, (algo de lo que, por desgracia no nos enteramos) pues el evento va a hacer temático de entre los años 1600 – 1900. Y...

Sacó de uno de los polvorientos cajones una máscara de época europea, que hacía juego con el resto de la ropa. Pues era oscura, como la noche. Y misteriosa, como los seres en los que en esa noche ambos nos convertiríamos.

—¡Es un baile de máscaras! —explicó— Con esto y con la debida caracterización, estoy segura que muy pocas personas aparte de Fallon te reconocerán.

—¿Y cómo estás tan seguro? ¿Cómo sabes todos estos detalles? ¿Y por qué de repente sueltas palabras en francés?

—Esa es la cuestión: tengo algunas conexiones con Antoine De Maere, el chofer de los Hollander. Viví en Francia un tiempo cuando terminé el colegio y...

Dio una vuelta como inspirada en una pirueta de baile del pop actual y al volver a fijar su mirada en mí, concluyó:

—Sé que los demás no te reconocerán porque son vacíos de corazón, sólo se preocupan por las joyas o por inversiones monetarias. Un simple joven acompañado de su amigo enmascarado no causará sospechas, en cuanto sepamos fundirnos entre la multitud sedienta de chismes y material para redactar una noticia periodística. En cambio Fallon...

—Es diferente. –puntualizamos los dos al unísono.

Se podría decir que la risa algo irónica pero llena de orgullo de Kristoff se oyó hasta traspasar las páginas de los libros que reposaban en la estantería que tenía el doble trabajo de escondernos. Y de proveerle a mi benefactor su cena.

—Sí, loco enamorado. Ella es mucho más que lo que le han enseñado sus padres. Mucho más que el ambiente en el que ha crecido... ¡Pero ahora ya, ya vete a cambiar o se nos hará tarde!

Yo le devolví la sonrisa de benevolencia y colmada de cariño. De este modo, le di unas palmaditas en el hombro mientras concluía:

—Gracias por devolverme la historia que alguna vez tuve que enterrar junto a mi madre. Gracias por hacer...Que esté creando la mía propia.

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora