Treinta y dos

10 2 0
                                    

Harry Klein era un vampiro habilidoso y simpático con ciertos humanos. Con los de su especie, fraternizaba con alegría compartida y algo de lealtad. Pero la crueldad que yacía en su corazón, teñía de sangre su oscuro corazón.

El clan que alguna vez fue liderado por aquel al que llamaban "tornado" se abría paso por entre los verdes parajes de una Transilvania cansada y descolorida.

Para los demás humanos, era deprimente existir en un lugar así.

Para ellos, era un éxtasis.

Era su momento de cacería, mientras el crepúsculo de un día que ya había muerto destacaba aquellos ojos rojos que tanto aterraban a sus víctimas. Siempre jóvenes e indefensas chicas.

-¡Eh, Klein! ¿Dónde demonios debemos buscar? ¡Tenemos hambre!

-Paciencia, paciencia amigos míos. Ya que Kris dejó el mando por unos días, yo seré el que lleve el orden hasta su regreso, ¿entendido?

Un vampiro pelirrojo y más blanco que un manto de nieve protestó, como que hastiado ya del tema:

-¿Desde cuándo deja Kris a cargo al que casi logró que los humanos descubriesen nuestro secreto?

-Corrección: ese fue el imbécil de Hans. Cálmense, les prometo que sé dónde hay comida. Tan sólo síganme la corriente.

Y así, nuestro líder provisional Harry y otros cuatro seres de la noche se dirigieron a la mansión de los Bell. A otro baile de elite que culminaría en desgracia.

A parte de lo de la intuición y los hechizos, este clan de vampiros también podía desplazarse a velocidades diferentes que los humanos. Lo hacían en forma de murciélagos carroñeros, con sólo un sutil pelaje y dientes afilados. Se transformaban en estas bestias y así, aleteando a la luz de la entristecida luna, llegaban a su destino.

Sólo los vampiros que habían matado por placer podían transformarse. Por eso, ni nuestro afable protagonista ni su padre se habían transformado a lo largo de esta sangrienta historia.

Hans, sin embargo, sí podía desplazarse, ya que había cazado y atormentado en sus días más oscuros.

La verdad era que el acabar con la vida de una persona sólo por divertirte, poseía una clase de cinismo que ciertos vampiros ni siquiera se imaginaban.

Y por ello, ahora estaban en el exilio.

Así pues, nuestros cinco vampiros, en su forma animal, volaron y volaron hasta encontrarse con los majestuosos jardines de la mansión Bell; donde volvieron a su forma humana. Todo estaba engalanado sutilmente con telas rojas y carmín. Los invitados sólo bebían vino tinto y varias señoritas danzaban cariñosamente portando hermosos vestidos con incrustaciones de rubíes y algún que otro diamante.

-¿Qué temática tendrán estos ricachones esta noche, Harryuskis? -el vampiro que había hecho la pregunta hablaba con voz chillona. Sus compañeros decían que era el más tonto del grupo, pero su líder, aunque fastidiado, respondió con condescendencia.

-La luna roja, mi estimado Vasile. La luna roja.

El aludido contempló el resplandor lunar que los rodeaba y respondió, esta vez para sí mismo; pero todos lo escucharon:

-¿Roja? ¡Pero si la luna está tan pálida como nuestra piel, mi señor!

Claramente, necesitaba anteojos.

-Vasile, no hables. Tenemos trabajo que hacer. -respondieron los otros tres caballeros de la noche masajeándose las sienes.

Hubo una breve pausa, que el poderoso "Harryuskis" quebró con:

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 16 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora