Capítulo 14

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14

Tal y como había dicho Cybele escribió las cartas pertinentes y las envió enseguida. Sabía que con su padre no habría ningún problema, con Eldarion no se sentía muy segura, y eso era algo que resolvería después, ahora mismo debía cambiarse la ropa llena de sangre propia y del rey, para ir a ver a su pequeña.

Se sentó por un momento, la cabeza le daba vueltas por el estrés y el agobio que sentía, sin contar con la preocupación por la pequeña Thranbely, aquel despliego de luz y magia que salió de su cuerpo la tenía tan impresionada que no sabía que pensar al respecto.

Respiró profundo y se recordó quien era, la Reina Cybele de Mirkwood y la futura Reina de Mephender, no era momento de flaquear, por el contrario, debía encontrar las fuerzas dentro de ella para calmar y consolar a los demás, como era su deber de soberana.

Sin perder mucho tiempo fue a ver a su hija, la encontró tranquila y durmiendo a placer, se veía en paz con su expresión dulce y los labios un tanto sonreídos que indicaban los buenos sueños que estaba teniendo. Se contentó al ver que lo sucedido no la había afectado aún pues de seguro al pasar unos días reaccionaria de lo vivido.

Sentada junto a su niña tarareaba una canción de cuna cuando la puerta de la habitación se abrió para dar paso a Orother.

—Sabía que te encontraría aquí —comentó con voz suave el elfo.

—Tenía que venir a verla. Lo que sucedió hoy fue... —no encontró palabras para definirlo.

—Una tragedia y un Milagro —suavemente la tomó del brazo para llevarla hasta la pequeña sala de juegos junto a la habitación de la nena y así hablar sin tener que susurrar.

—Una tragedia de la que solo yo tengo la culpa —Cybele miró al suelo.

—Estoy completamente seguro de que Thranduil también lleva culpa en esta situación. Tu jamás hubieses salido de palacio de la manera que lo hiciste si él no te hubiese provocado al punto de enloquecer.

Viejo, sabio y muy perspicaz así era Orother.

—Algo de eso hay, aunque la locura la cometí yo, no él —volvió a mirarse las manos con arrepentimiento—. Por mi culpa esta en una cama sin saber si despertara —la voz se le quebró en la última palabra. Levantó la cara y lo miró a los ojos —No sé qué hacer, en qué debo enfocarme primero, y Thranbely...

—Ella estará bien, esa niña es un milagro, lleva la magia de los Valar en sus venas —la expresión de Cybele hizo la pregunta por ella—. Es algo tan antiguo como el mundo mismo, de los tiempos en que los Valar cantaban y creaban vida. El valar Dorl algo rebelde y curioso cantó para crear a un Elfo distinto, uno que pudiese portar parte de su magia y su luz, ella fue Eodora La Estrella de Plata, la tatarabuela de la tatarabuela de Thranduil —Cybele abrió los ojos con asombro—. Des los tiempos de Eodora solo su hija Dora y la nieta de esta Luthel habían tenido el don de los Valar, hasta ahora con Thranbely pues ella también lo posee.

Luthel fue la Tatarabuela de Thranduil y él la recuerda muy bien, como ella hacía bailar sus juguetes o iluminaba con un chasquido de sus dedos una cueva donde él se escondía, no me puedo imaginar el asombro del Rey al ver que su hija es portadora del regalo más grande que los valar otorgaron a nuestra especie.

—Todo lo que cuentas suena a divinidad y eso me asusta, ella es mitad humana.

—Bely es mitad numenoriana, no una simple mortal.

—El poder que lleva dentro de ella ¿es peligroso?

—Cybele no debes de preocuparte por ella, yo mismo seré su tutor, compartí lo suficiente con Luthel para tener una buena idea de su poder. Esa luz que brilla dentro de ella es solo un peligro para sus enemigos, para nosotros ella será adorada por todos, será inspiración para cada elfo que habita este mundo, y nuestre raza entera estaría dispuesta a dar la vida por ella... Hija mía —Orother le tomó ambas manos entre las suyas y se las besó— Nos has dado el mayor regalo que pudiésemos pedir, una descendiente de la Estrella de Plata... no importa el tiempo que pasé, no importa cuánto cambié nuestro planeta, las eras y eones que vengan, el nombre de Thranbely seguirá fuerte tallado en la piedra y la memoria pues está destinada a la grandeza.

Obligación y Seducción. Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora