Capítulo 3

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Capítulo 3

Legolas deambulo sólo por las galerías hasta salir a los Jardines de Esthe. Los hermosos cerezos dejaban caer sus hojas haciendo una alfombra de pétalos sobre el piso de piedras.

Se sentía abatido y decepcionado.

«No sé qué esperaba al regresar aquí»

Como un iluso pensó que retornar y encontrar a su padre con una nueva y amorosa familia le alegraría el alma. Ciertamente ya no sufría de desamor por el rechazo de Tauriel, demasiados años había pasado entre los hombres para saber que el amor no era para siempre y que tampoco se sufría para siempre.

En verdad quería juzgar a Thranduil por despreciar la segunda oportunidad que le deba la vida, pero con qué moral. Él mismo había aprendido a ser lujurioso, a tomar mujeres por placer de una noche y luego nunca volverlas a ver. Había adoptado actitudes humanas que no eran precisamente nobles.

Miró la luna nostálgico, él tomaba mujer tras mujer para sacar a una en específico de su mente y corazón. Ese experimento había resultado, pues luego de 86 años ya no la amaba y en lugar de ese amor había un hueco profundo en su pecho que nada ni nadie rellenaba «Jamás pensé que fueses un tonto, padre» y bien que lo era.

Por más de mil años había visto a su padre solo y amargado por la muerte de su madre, ahora que tenía una nueva, joven y bella esposa la rechazaba por tener a una elfa de amante. No entendía qué demonios estaba pasando entre esos dos, ya se enteraría.

La fiesta pasó como se debía, con risas alegría y celebración para todos excepto para sus majestades que parecían ajenos lo que los rodeaba. Cybele fue la primera en despedirse y retirarse de la fiesta, no podía fingir más, no podía seguir sonriendo, conversando y bailando cuando por dentro estaba contrariada, rabiosa y dolida, cuánto más podía insultarla Thranduil, cuánto más podía soportar aquel juego de poderes. El odio no la regia como años atrás, el odio que sentía por él le daba una fuente inagotable de energía y ahora sólo quería ser aceptada, respetada y amada por el hombre que había jurado hacerlo.

No sólo ella, también Thranbely necesitaba del amor de su padre, de su compañía, su protección. No sabía qué hacer para lograr ese cambio en él, necesitaba que el rey bajara la guardia, que la quisiera aunque fuese un poco.

Se vistió con una dormilona de seda color ocre, era tan larga que la arrastraba un poco. Peinándose frente al tocador un ruido severo la asustó, la puerta que daba al pasadizo entre las habitaciones se abrió con tanta fuerza que la se estrelló contra la pared de piedra.

Thranduil entró tan violento y molesto que Cybele retrocedió por puro instinto de prevención, parecía que él la golpearía. Caminó hacia ella, hasta que no hubo más camino y la reina quedo atrapada entre el muro y su cuerpo, a pesar de estar aterrada no se lo demostró y lo miró a los ojos desafiante, si se atrevía a golpearla más le valía que la matase pues si la dejaba viva ella lo mataría.

Una mano de él se movió con el impulso de abofetearla. Cybele cerró los ojos ante el inminente golpe pero éste nunca llego, la mano de Thranduil se posó sobre su mejilla con delicadeza.

La reina abrió los ojos y vio el rostro de él más cerca que antes.

- Tienes que ser una bruja -dijo con desconcierto-. Tienes que serlo, es la única explicación... -mantuvo silencio.

- ¿De que aún no me hayas matado? -su voz era desafiante.

- Justo eso. Tú... tú -guardó silencio y pegó su frente con la frente de ella-. Te odio Cybele, te odio como jamás he odiado a nadie en mi larga vida y aun así no logro acabar contigo-dijo con los ojos cerrados y negando sutilmente con la cabeza.

Obligación y Seducción. Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora