PRÓLOGO

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SIETE AÑOS ANTES

JERO:

Durante el recreo mis amigos y yo, nos encontramos con una araña toda grande y peluda, y desde ese minuto hemos decidido que vamos a adoptarla entre todos, le daríamos unos cuantos bichos y se llamaría Jimmy. Con ocho años tener una mascota es lo más increíble, así que ahora Juan y Pablo están peleando para ver de quién es el turno de llevarse a la mascota a su casa.

Hoy el cielo está pintado con un tono azul celeste porque no hay nubes, el sol de media mañana nos golpea con tanto calor que tenemos que escondernos debajo de un árbol. Y una vez que concuerdan en que Pablo se llevará a Jimmy, vamos caminando hacia el salón que está vacío para guardarla en algún lugar seguro y así evitar levantar sospechas ante los maestros. Estamos pasando por el largo pasillo repleto de lockers cuando una serie de ruidos horripilantes me hacen cambiar de rumbo para descubrir de qué se trata, o en este caso, de quién.

Solamente se trata de una pequeña niña que está sentada con las piernas colgadas al mismo tiempo que mueve sus pequeños dedos a lo largo de las teclas del piano como si quisiera matar a ese pobre instrumento, causando que suene espantoso, peor que cualquier cosa que haya escuchado jamás. Me acerco para poder fijarme bien en ella. Su cabello color marrón está recogido en dos largas trenzas y tiene incrustadas pequeñas flores de diferentes colores por todo su peinado. Viste un vestido verde repleto de girasoles amarillos, nunca he visto a nadie igual, es como si estuviera recién salida de un jardín de flores.

Y antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo, ya me estoy sentando en el banco junto a su lugar. Si no me equivoco la he visto antes por la calle de mi casa, pero nunca hemos hablado. Así que solo es una niña desconocida que no tendría más de mi edad. Ella sube la mirada hasta encontrarse con la mía.

—¿Quién eres, niño curioso? —me hace sonreír el modo en el que me habla, como si yo fuera un extraterrestre.

—Soy Jerónimo. —respondo con cierto desconcierto a lo que ella me observa entre confundida y nerviosa, antes de lanzarse para darme un abrazo muy fuerte a manera de saludo. Y es raro porque a mí casi no me dan abrazos.

La niña de dos trenzas se da la vuelta para poder estudiar una especie de libro que tiene unas letras musicales que de inmediato la hacen cambiar a una expresión tan alegre que me dan ganas de averiguar qué es lo que la tiene con tanta concentración.

—¿Qué haces, niña de la música? —le pregunto.

Su voz es un poco aguda. —Estoy tocando el piano. —según lo que yo he escuchado hace un momento, ella no lo hace muy bien, pero quién soy yo para decirle eso.

¿Qué niña pasa su recreo haciendo esto, en lugar de jugar a cazar gusanos o algo por el estilo? ¿Y dónde están sus amigos? ¿Por qué no está con ellos?

—Mira, te voy a enseñar lo que he aprendido hasta ahora. El piano tiene teclas negras y blancas. Y si tocas las de la izquierda suena muy fuerte como un monstruo, pero si te vas al otro lado, el sonido se parece al de la voz de unas ardillas. —me quedo pensativo intentando entender por qué le interesa hacer esto cuando claramente es extremadamente aburrido.

Está en silencio por unos segundos hasta que empieza a cantar mientras toca teclas al azar, con una mano empieza a tocar mientras con la otra simula un micrófono con el que hace gestos demasiado exagerados, que me hace reír. La verdad no sé qué es peor si cómo canta o cómo toca.

Cuando termina ella permanece inmóvil cómo si estuviera arrepentida de haberme soltado toda esa cantaleta, sus ojos color caramelo le brillan a causa del reflejo de la luz del sol contra la ventana del salón, pero lo que atrapa mi atención son las pequeñas calcomanías verdes en forma de estrella que tiene pegadas por ambos párpados. Flores y estrellas, que combinación tan ... alocada.

—Eres rara, pero me gusta. —aclaro con una ligera sonrisa.

Hace un sonido de descontento ante mi comentario. Y no estoy seguro, pero creo que tiene la cara con una expresión de puchero como si quisiera llorar, pero al siguiente segundo me sorprende reaccionando de la manera más infantil que pudiera imaginar, sacándome la lengua y haciendo que pueda notar que le faltan algunos dientes porque probablemente ya se le cayeron los de leche.

Me parece confuso que ella no se parezca al resto de mis compañeras de mi año escolar porque estoy acostumbrado a eso, y tal vez es su misterio y su mirada tan intensa lo que me intriga a hacerle compañía por un rato más.

—No me has dicho cómo te llamas, niña de la música. —le recuerdo.

Mantiene la cabeza recta y me mira a los ojos.

—Soy Romina. —dice con voz baja.

Se levanta incómoda y comienza a guardar su libro en su mochila de estrellas cuando veo que su intención es marcharse. Quizás le podría presentar a mis amigos, enseñarle nuestra mascota, y se podría convertir en una nueva amiga.

Levanto una de sus hojas y se la tiendo en la mano.

—¿Quieres ver algo emocionante, Rom que ama las flores? —se ríe al escuchar cómo la he llamado.

Arruga las cejas con cierta desconfianza.

—¿A dónde vamos? —menciona con una risa tímida.

Abre los ojos con emoción a la espera de mi respuesta.

—A la aventura más emocionante de nuestras vidas...

Recuerdo con alegría los tantísimos momentos que vivimos juntos durante años hasta que un día ella ya no estaba y nunca más volvió a estar.


¡Espero que les guste este nuevo libro, tanto como yo disfruto de escribirlo! Si tienen algún comentario para mejorarla, haganmelo llegar. Gracias por leerme!

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Gracias por las 3 portadas🤩
@mabel092
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Los secretos que escondemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora