JERO:
Ayer después de la escapada a la playa, no hicimos mucho por durante el resto de la tarde, solo regresamos a la casa a cenar con un silencio tan incómodo entre Romina y yo, que estoy seguro de que, aunque nadie mencionó nada, toda mi familia se dio cuenta de que algo extraño está sucediendo entre los dos, y ni yo mismo puedo identificar qué es ni mucho menos cómo hacer para detenerlo.
Ahora mismo estoy en la fila del club muriendo lentamente mientras Ale le mete la lengua hasta la garganta a Carlos, haciendo que me repulse por completo mientras esperamos a que llegue nuestro turno para podernos meter.
—Sí se dan cuenta de que no están solos, ¿verdad? —rompo el silencio, haciéndome notar para que se detengan cuánto antes.
—Ah, sí. Ooops. —comenta Ale separándose de mi hermano.
Los veinte minutos que tardamos en cruzar las puertas, se me hacen demasiado largos; ya que es sábado por la noche y el lugar está a rebosar. Vamos a buscar a Pablo y su novia entre la multitud, quienes están en la barra que está al fondo a la izquierda. La zona está rodeada con unas cuantas mesas altas de las cuáles nos apartaron algunas porque mi amigo suele ser quien pone la música en el sitio. Las luces de colores iluminan el lugar, mientras que una canción suena a todo volumen.
En cuánto María nos ve, se baja del taburete para recibirnos con alegría inmensa. —¿Qué tal está la festejada? —le doy un abrazo por su cumpleaños.
—¡Lista para divertirse! —responde mi mejor amigo poniendo unas botellas sobre la barra.
Espero que la noche sea buena porque últimamente tengo la sensación de que en este punto de mi vida todo consiste en intentar e intentar caminar por arenas movedizas. Con mi familia. En el trabajo. Con Romina, en especial con ella. Me tiembla la respiración cuando hablando de ella, la veo llegar a la mesa con las piernas bronceadas, su ropa colorida y esa sonrisa brillante.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con la Rom que conocemos? ¡Te ves increíble, linda! —mi cuñada le dice a modo de saludo.
Lo primero que capto son sus ojos y el maquillaje que se ha puesto que hace que se le vean mucho más obscuros de lo que son en realidad. Luego mi mirada sigue hacia el vestido plateado de satín que trae puesto, y lo peligrosamente corto que está para mí propio bien.
—Yo te veo igual que diario. —me pone los ojos en blanco al escucharme.
Mentira. No sé qué se hizo esta noche, pero está distinta. No mejor, ni más guapa. Sólo más ella, envuelta en un poco de confianza.
Da un paso hacia mí, aún con sus sandalias de tacón de color negro, todavía no me llega a la altura de los ojos, y me gusta cómo me alza la cabeza para estirarse un poco más.
—Cada día me caes peor.
Aclara de mala manera. Bien, no me esperaba menos después de cómo terminó todo ayer.
—El sentimiento es mutuo, trenzas. —respondo mientras le lanzo una sonrisa.
Entonces, me da la espalda para irse con sus nuevas amigas y seguir hablando de lo que sea que hablen las mujeres y luego se gira para observarme con una nueva emoción en el rostro que no logro identificar. Cuando ves a otra persona tienes que fijarte en la circunstancia en la que están, en la postura que tienen, ver más allá de lo que te permiten observar. Porque las miradas son engañosas. Enmascaran sentimientos.
Me dirijo hacia el bar con la intención de ayudarle a mi amigo con todo el lío de las bebidas y de paso, aprovecho para servirme un shot de tequila. Creo que necesitaré más de uno para sobrevivir está noche.
—Jero, tenemos que hablar.
Cuando Ale se pone en ese plan solo puede significar problemas. La observo detenidamente por unos segundos: postura rígida, brazos cruzados, ceño fruncido. Sí, está enfadada. Compadezco un poco a mi hermano ahora que la tengo enfrente.
—Me has hecho dejar el trago a medias. —le reclamo.
Ella me niega con la cabeza como si no me entendiera y de repente me siento como un niño asustadizo.
—¿Por qué te comportas así?
Podría seguir fingiendo que no sé a qué se refiere, pero la verdad es que no tiene caso alguno. Y en mi defensa admitiré que no sé qué es lo que me ocurre cuando tengo a Romina cerca, y es de lo más desesperante.
—No puedes estar enojada conmigo por actuar así. Es ella la que está mal. —recalco señalando a Romina, quien está dándole un abrazo demasiado largo a Mateo, quien acaba de llegar.
Me centro de nuevo en Ale.
—Los dos lo están. Pero de ti esperaba que te importara algo o alguien más que tú mismo, pero ya veo que no. —espeta con decepción.
Me importan más cosas que yo mismo. Mierda. ¿Es verdad lo que dice? ¿Y si no demuestro el cuidado lo suficiente? Ale es parte de la familia y me importa mucho más su opinión que la de mi propia madre.
—Entonces, ¿qué hago?
No tengo ni puta idea de cómo intentar hacer algún tipo de arreglo para tratar por lo menos coexistir con Rom.
—No tienes que hacer nada, pero ella es mi amiga al igual que tú. Y no me gusta verlos así todo el maldito tiempo. Yo no conocía Romina de niña, pero la Rom que tienes aquí es espectacular y si no puedes darte cuenta de eso, entonces quizás sí es mejor que estén separados. —escucho lo que me dice mientras mi mirada viaja hacia la chica que llena de luz el lugar y vaya que me gusta lo que veo.
Ale continúa:
—Esos son todos los maravillosos consejos que te puedo dar por hoy. Haz algo, enséñale cómo eres ahora para que ella haga lo mismo. —dice antes de correr a los brazos de Carlos.
Estoy sólo con mis pensamientos, cuando me veo interceptado por mis amigos: Pablo, Mateo y otros de la universidad.
—¡Eh, Jero! —me grita Mateo haciéndome girar.
Lo malo de que mi grupo sea el mismo de María, es que justo ahora todos mis compañeros están aquí y solo les ha bastado una mirada para que quieran hacer algún movimiento con Rom. Pues todos ellos, se la han pasado diciendo comentarios sobre ella, de cómo se ve y de qué está haciendo aquí; incluyendo el idiota de Mateo quien ahora está en mi lista negra.
No estoy ciego, sé por qué la miran de esa forma porque yo mismo lo estoy haciendo. No suelo distraerme con facilidad, pero casualmente no puedo apartar los ojos de Rom. Su cabello está recogido en una trenza recargada sobre su hombro, pero la mayoría de los mechones están por fuera, dándole un aire ordenado y caótico a la vez. Tal cómo es ella.
Regreso a la mesa con la intención de distraerme para no partirles la cara a mis propios amigos, cuando María nos llama luego de pedir unos chupitos a la barra.
—Necesito emborracharme. ¡Por la cumpleañera! —aclaro antes de bebérmelo todo.
Lo más impactante es la forma en la que las tres chicas se están estrechando entre sus brazos, como si tuvieran una conexión de amistad muy especial. Esto hace que caiga en cuenta que Rom está ganando a cada uno de mis amigos. Pero yo todavía no me la he ganado y ahora mismo me gustaría que no tuviéramos presente esos límites que nos hemos puesto. Quizás Ale tiene razón, a lo mejor tendríamos que seguir con nuestra tradición de hacer nuevas aventuras juntos. Seguramente ya se me ocurrirá algo...
—¡Feliz cumpleaños! —chilla Romina con una inmensa alegría.
Lo que simplemente me hace enloquecer es que está noche puedo ver un pedazo de la chica que se atreve, la que se aleja de las dudas, la apasionada, la que se deja llevar por lo que quiere, la que no se da cuenta que está siendo más ella misma que nunca. Y verla así es como cuando alguien te provoca un escalofrío que te recorre por todo el cuerpo. Es algo intenso. Inesperado. Caótico. O al menos eso es lo que siento.
Veo cómo Rom toma uno de los vasos para beberlo, y sino mal recuerdo en la fiesta anterior ella rechazó todo tipo de bebidas; por lo que no entiendo a qué se viene este repentino cambio de querer beber. Tratando que vaya despacio, tendría que esperar a ver qué tolerancia tiene Romina hacia el tequila.
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Los secretos que escondemos
RomanceRomina Rodríguez tiene prácticamente todo bajo control o al menos, eso es lo que cree... Pero, ¿todo seguirá igual después de regresar a ese lugar al que sigue anclada? ¿Su vida se tambaleará? ¿Qué sentirá al volver a verlo? Quien siempre ha cons...