CAP 2

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ROM:

Al día siguiente hace una mañana cálida y soleada, el perfecto momento para salir a tomar el sol por un rato o nadar en la alberca. Es raro caminar por aquí... me siento como si me fuera a perder, aunque sé que no pasará. En nuestra antigua casa, llegaba al cuarto de mis papás o al de Ro, en menos de diez pasos. Y aquí eso es del todo imposible. Bajo las escaleras, dirigiéndome hacia la cocina y deseando no equivocarme de camino. Me muero de hambre y necesito algo rico ahora mismo.

Disfruto de estar con mi familia en nuestro primer día en esta casa y de desayunar cereal con leche en la mesa del jardín cuando me avisan con total serenidad que hoy veremos a los Rodríguez causando que casi me atragante con una bolita de cereal. ¡Hoy! ¿Es que no se dan cuenta de que eso es lo último que necesito en este momento? Ya es suficiente tener que vivir aquí en contra de mi voluntad y ahora encima me obligan a ir a la comida con ellos. Lo único que me pone menos nerviosa es que no voy a tener que ver a Jerónimo porque su mamá les ha dicho a mis padres que él no está en la ciudad, así que por lo menos voy a tener un poco de tranquilidad y de tiempo extra para que lo tenga que ver.

Estoy enfrente de mi vestidor viendo las prendas de ropa, sin tener ni idea de que ponerme y eso que ya me he cambiado de ropa más de cinco veces. Al final, ni sé cómo le he hecho, pero me  decido por unos pantalones de mezclilla oscura junto con una blusa de tirantes de color lila y de zapatos unas sandalias negras.

Y media hora después están estacionando la camioneta enfrente de la casa naranja y cuando nos abren la puerta indicándonos que pasemos no puedo evitar sentir nostalgia, y una gran presión se forma en mi pecho debido a los cientos de momentos que me vienen a la mente. Cuando Marissa, la madre de los increíbles niños con los que me divertía tanto, me toma por sorpresa jalándome de la mano hasta que me encuentro en un abrazo que me genera una cálida sensación que se adueña de mí al estar aquí.

—Mi Romina, ¡estás aquí, cielo! —cuando abro los ojos me encuentro a la mujer que es como mi segunda mamá.

Lleva puesto un bonito vestido rosa y por encima un delantal con pequeños dibujos de postres sostenido por la cintura y el cabello amarrado con una coleta en lo alto de su cabeza. La enorme sonrisa que tiene demuestra demasiada alegría. 

—Entra, cielo; te están esperando. Y hay una nueva integrante en la familia que todavía no has conocido y se muere de ganas por verte. —tengo que cerrar los ojos con fuerza por un segundo para asegurarme de que esto es real.

Desde pequeña he adorado lo acogedora y hogareña que me parecía esta casa, la cual normalmente estaba repleta de pastelillos o galletas recién horneados y el rico olor de la receta que había preparado y como te llegaba desde la puerta la fragancia a chocolate. A los señores Rodríguez les encantaban cualquier tipo de plantas y flores amarillas, por lo que ahorita sigue estando lleno de macetas y hojas verdes, que llenan la estancia de vida y olores naturales.

No me puedo resistir a la urgencia de ir a observar las fotografías con los marcos plateados colgadas en las paredes. En la mayoría de ellas, veo a ese niño que se la pasaba retándome para que hiciera nuevas cosas, a quien estaba ahí para protegerme, a mi amigo desde que teníamos seis años. Estoy ensimismada mirando ese rostro que no he vuelto a ver desde hace un largo tiempo hasta que me encuentro con Carlos, el hijo mayor, quien me lleva cinco años. Y a su lado, hay una pequeñita peinada con dos trenzas a cada lado de su cabecita, no me sorprende ver que tiene los grandes ojos de Jero, a ella no he tenido la fortuna de conocer, al menos hasta ahora.

—¡Hola! ¿Cómo te llamas? —me agacho para estar a su altura.

Me agarra un mechón de cabello con sus pequeñas manitas.

Los secretos que escondemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora