JERO:
Estoy un rato más ahí con mis amigos, cuando mi hermano se acerca para hacer un choque de puños conmigo. Carlos por fin parece estar relajado y eso me alegra.
—¿Qué tal con Ale? —si hice de tercera rueda en el coche fue solamente para ser solidario y acompañarlo en el camino porque estos días estuvo miserable por una pelea que tuvo con su novia.
Bebe un trago y luego me mira con una sonrisa que me asegura que ya se han reconciliado.
—Ayer salimos y digamos que le recompensé el enojo. —informa con un tono burlón.
Así que yo estuve sufriendo toda la semana por sus cambios de húmor, para nada.
—Bien. Si fueras un poco más inteligente, no te pelearías con ella. —digo solo para molestarlo.
—¿Y qué me dices de ti y Renata? —apunta con un tono que suena amigable, pero sé que debajo trae una advertencia. —¿O de Romina?
—Eso es distinto, y lo sabes. —replico y no sé muy bien si la afirmación es para él o para mí mismo.
—Si eso dices, hermano. —expone y lo miro molesto por alguna razón inexplicable.
Dejo que mi silencio le responda que es mejor no seguir con este tema e ignorando el aburrido rostro de mi hermano, y me enfoco en el de mi vieja amiga. Romina y yo apenas conseguimos llevar nuestra amistad a un nivel más allá de tolerarnos. Es por ello que no logro comprender cómo me he pasado toda la maldita noche deseando poder rozar mi mano sobre sus mejillas sonrojadas cuando noto que se me queda viendo por más de la cuenta. O, peor aún, querer seguir bailando con ella para tenerla cerca.
No es el momento, Jerónimo.
Estoy mal. Renata está molesta conmigo porque reclama que mi atención está en la otra chica cuyo nombre empieza con su misma letra del abecedario, en lugar de dársela a ella misma; y aunque la relación que tengo con Renata es liberadora porque no tenemos un compromiso tan serio con el otro, no puedo evitar sentir un pinchazo de culpabilidad al no poder controlar ciertos pensamientos de mi cabeza. Y ya es momento de que me centre en lo que debo de hacer, y deje de lado los sueños de un crío de trece años.
Mi hermano me observa con curiosidad antes de acercarse más al grupo. Apoyo un codo en la barra a punto de pedirme un trago y sonrío cuando de repente aparece Renata con dos copas.
—¿Estás intentando emborracharnos? —le pregunto inclinándome para chocar mi vaso con el suyo.
Vuelo a fijar los ojos en la chica que tengo delante y que me mira con asombro.
—Sabes que contigo, es un buen plan. —añade con un atisbo de esperanza que tendré que declinar porque hoy no bebería la cantidad que acostumbro.
—Bien, pues vamos a ello. —agrego poniéndome de pie para ir con mis demás amigos, quiénes me reciben con gran alegría.
Cómo sé que a mis amigos no les cae tan bien Renata, decido bailar con ella y meterla en la conversación para incluirla un poco más al momento. Sin embargo, aún con las sonrisas que me lanza y los movimientos provocativos que hace; mis alertas se prenden de nuevo porque ni de cerca llego a sentir lo mismo que con Rom.
Al estar cerca puedo tener mayor facilidad para vigilar a Romina, y digo, no es que no crea que no sepa cómo medirse con la bebida. Sino que, si existe una razón detrás para que no lo quiera hacer, debe de ser lo suficiente para que ella esté un tanto alterada al tomar. Pero puedo ver que estoy en lo incorrecto al verla reír a lado de Mateo. ¿Qué podría ser tan gracioso? He estado con él bastante tiempo como para saber que no es chistoso.
ESTÁS LEYENDO
Los secretos que escondemos
RomanceRomina Rodríguez tiene prácticamente todo bajo control o al menos, eso es lo que cree... Pero, ¿todo seguirá igual después de regresar a ese lugar al que sigue anclada? ¿Su vida se tambaleará? ¿Qué sentirá al volver a verlo? Quien siempre ha cons...