ROM:
Aquella mañana cuando abro los ojos me siento realmente mal. Me palpita la cabeza como si me fuera a estallar y tengo una sed impresionante, como si desde hace días no bebiera agua. Creo que por primera vez en mi vida entiendo lo que significa tener una resaca y ha valido la pena pues creo que anoche había sido justo lo que necesitaba. Relajarme y olvidarme de todo porque yo tiendo a guardar todo lo doloroso muy, muy dentro hasta que ya no puedo soportarlo más y simplemente exploto.
Estando un tanto mareada me acerco a mi baño para lavarme los dientes y quitarme aquel sabor amargo que me queda en la boca y observarme en el espejo. ¡Dios mío! Los ojos los tengo hinchados y con el maquillaje corrido, el pelo está revuelto y cómo no me lo recogí, está repleto de nudos. Sin hacerme nada más y en pijama, salgo de la habitación para ir a buscar algo de comida en la despensa cuando tengo que bajar los escalones casi corriendo porque veo a mi hermano con la puerta abierta hablando con quién sabe quién.
—Rodrigo, ¿qué te he dicho de abrirle la puerta a desconocidos? —le grito antes de quedarme paralizada cuando veo a Jerónimo agachado platicando animadamente con él.
Jero entorna los ojos y me mira divertido al ver que intento peinarme un poco para disimular que me siento igual a cómo me veo.
—Pero si es nuestro amigo. Mira Rom, ¡me trajo unas galletas y vamos a jugar fútbol! —dice emocionado señalando su balón.
Me quedo sin palabras cuando Jerónimo se acerca a saludarme de beso en la mejilla. Mi hermano ladea la cabeza confundido al ver que no le he respondido por estar distraída con el poder que ese par de ojos azules parece tener sobre mí.
—Anda, ve yendo a desayunar. —le pido centrándome de nuevo. Rodrigo nos pasa de lado, antes de invitar a su nuevo amigo a nuestra casa.
De repente los recuerdos de anoche se instalan en mi mente: todo lo que hablamos, lo cerca que lo tenía al bailar y cómo no me quería alejar, segundas oportunidades... El silencio se forma entre los dos mientras observo el frunce de su ceño, cómo abre y cierra la boca cómo si no supiera cómo comportarse.
—No me vas a dejar fuera, ¿cierto Rom? —da un paso hacia mí. —También traigo unas cuántas para ti. — me informa moviendo el refractario de un lado al otro.
Mi mente desconfiada, sale a la luz porque es sospechoso que haya venido hasta acá solo para eso. Y creo que Jero nota que sospecho que debe de haber algo más porque me insiste en seguirle la corriente.
—Son tus favoritas, y sirven muy bien para la resaca. —dice cómo si eso fuera a convencerme. Y vaya que lo hace porque ahora mi panza está rugiendo de hambre.
—Entra, Jero. Y no digas nada. —agrego al ver cómo una sonrisa burlona se marca en su rostro.
Camino, sintiendo su mirada desde atrás y en el momento me arrepiento de no haberme cambiado de ropa, pues solamente traigo unos shorts viejos y descoloridos con una playera del estilo. Mientras que él viene con ese aire del típico niño bueno, que todos sabemos que no lo es.
Una vez en la cocina, mi familia recibe a Jero con mucha alegría, en especial mi mamá quien se acerca a él para poder abrazarlo. En lo que ellos siguen hablando, yo me tomo mi tiempo para verter un poco de leche en una taza, pues el aroma del café siempre impregna las mañanas porque mi papá no pasa un solo día sin beberlo, en cambio a mí me gusta hacerme mi bebida favorita. Voy hacia la despensa para sacar algunas cosas cuando un brazo se estira por encima de mi cabeza y toma lo que estaba buscando.
Me sorprendo al girarme y tener a Jerónimo mucho más cerca de lo que creía que estaría, tardo un poco más de la cuenta en agarrar el bote que sostiene en las manos.
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Los secretos que escondemos
RomanceRomina Rodríguez tiene prácticamente todo bajo control o al menos, eso es lo que cree... Pero, ¿todo seguirá igual después de regresar a ese lugar al que sigue anclada? ¿Su vida se tambaleará? ¿Qué sentirá al volver a verlo? Quien siempre ha cons...