CAP 3

575 97 82
                                    

JERO:

En la vida hay cosas que ves venir y otras que te toman totalmente desprevenido. Ese día lo vuelvo a experimentar porque aun cuando he hecho de todo por olvidarla, sé exactamente que nunca, jamás me hubiera imaginado que Rom ahorita estaría en mi casa en este preciso momento.

En verdad es ella. Y está aquí después de tanto, tanto tiempo....

De inmediato sé que se ha percatado de mi presencia, de que soy yo porque puedo detectar como su cuerpo se tensa, como sus ojos se vuelven brillosos y como respira hondo sin moverse. No he estado tan nervioso en años. Siento como si estos pocos segundos se han convertido en dos horas de estar parado enfrente de ella, esperando a que Romina diga algo, pero está sin decir absolutamente nada.

Romi está en silencio, sin apenas mover un músculo.

Me he pasado desde los trece años hasta ahora preguntándome que sería de Romina, para que ahora la tuviera frente a mí. Hay tantas cosas que quiero decirle, tantas cosas que quiero hacer con ella. Preguntas que necesitan por fin una respuesta, después de siete largos años. Quiero correr y abrazarla, quiero tocarla, quiero hacerla reír. ¿Cómo es posible sentir tantas emociones en un solo momento? ¿Por una sola persona?

Quiero acortar la distancia que hemos tenido a través de los meses, los años, los kilómetros; así que lo hago, aun sabiendo que todos me siguen con la mirada mientras recorro el espacio. Sin que pueda detenerme bien a pensar en si es lo correcto o no, levanto la mano y le acaricio la mejilla al mismo tiempo que una tímida sonrisa suya me recibe.

—¡Estás aquí! —una respiración entrecortada se le escapa por la boca.

Sin dudarlo ni por una milésima de segundo, la jalo hasta poder abrazarla. Ella al principio no me lo responde, pero poco a poco sus brazos rodean mi espalda con fuerza.

Su cuello desprende una fuerte fragancia dulce como de vainilla, es un perfume que ha cambiado al igual que ella. Doy un paso hacia atrás para separarme de ella lo suficiente para poder verla por completo: su cabello ya no le llega hasta los hombros, ahora lo tiene largo y de distinto color; y sigue teniendo la misma pequeña cicatriz, casi invisible a menos que sepas dónde buscarla. No puedo creer que sepa dónde fijarme, pero lo sé porque conozco su cara: está a un costado del ojo derecho y se la hizo al caerse cuando apenas estaba aprendiendo a andar en bicicleta por querer demostrarme que podía bajar por una colina inclinada.

Rom se gira hacia mí con el alivio reflejado en su mirada. —Jero... — un susurro que solo yo puedo escuchar de lo bajito que lo pronuncia.

La miro directo a sus ojos marrones, pero no logro descifrar nada de lo que reflejan y eso solo me asusta porque quizás ya no es la misma que conocía. —Bueno, vengan chicos. —nos insiste mi mamá a lo que ella como si nada le hace caso. Sin decirme nada más.

No tengo la oportunidad de preguntarle nada porque en cuanto me acerco al comedor, la mamá de Romina me abraza tan fuerte que tengo que cerrar los ojos para no perder los papeles por el mar de sentimientos tengo en mi interior. Me revuelve el cabello como lo hacía cuando era pequeño y me hace sonreír al acordarme de ese gesto. Junto a ella hay un señor que se ve bastante nervioso y tal vez un poco incómodo.

—Él es Santiago, mi esposo y papá de los niños. —esto menos me lo esperaba. Espera, dijo ¿niños?

—Mucho gusto, señor. —le ofrezco un apretón de manos que el corresponde de buena manera.

—Mi hija y Dani me han hablado mucho de ti. —le han hablado. Eso quiere decir que sabe la historia de sus pasados o quizás la gran mayoría.

Mi mamá hace el intento de venir a saludarme, pero yo me paso de largo, ignorándola. Solamente con verla ya he tenido suficiente de su parte, y eso que apenas llevo diez minutos con su compañía. No entendía qué rayos estaba haciendo aquí, pasando tiempo con sus hijos, emocionándonos para que en una hora se vuelva a largar con su nuevo novio.

Antes Romina había significado todo para mí, y verla marchar sin tener ni idea de que no la iba a volver a ver, me fastidió de una manera inalcanzable. Hoy, ni siquiera sé si se quedaría en la ciudad de nuevo o si se volvería a ir. Observo como Santiago le dice algo a Rom que no alcanzo a escuchar, pero sí la veo pararse de la silla y salir al jardín; así que hago lo mismo para lograr sacarle algo de información.

Mi vieja amiga se asoma a la casa del árbol y grita: —Ya es hora de comer. ¡Corran, antes de que se terminen los postres! —les avisa.

Un pequeño niño asoma la cabeza sonriendo, y puedo ver que se parece un poco a su hermana; con los ojitos grandes y muy abiertos y el cabello despeinado de tanta diversión. Y eso hace que piense que la mayoría de mis recuerdos con ella eran de esos que se quedan para siempre, para toda la vida, de los que te pones a pensar porque te ponen contento. Pero al mismo tiempo me duelen y por eso llevan demasiado tiempo guardados, escondidos porque cada vez que me permito regresar a esos días de diversión, a su risa, a su ternura; siento una sensación amarga en el estómago porque, aunque quisiera negarlo, en su momento Romina había sido la persona que más había querido. Pero ahora no me gusta la sensación que se genera en mi pecho al pensar si siquiera siguiera siendo la misma, si se acordaba de todos los momentos que vivimos, si algún día pensó en mí como yo lo he hecho desde la última vez que la vi.

Doy un paso hacia adelante ayudándole a los niños a bajar. —¿Se divirtieron?

Los dos niños asienten alegres, pero yo únicamente estoy enfocado en una persona; pues veo que Rom hace el intento de peinar un poco a su hermano y sin que lo pueda evitar me quedo mirándolos cuando ella levanta la cabeza y me observa de forma extraña. Sus ojos se fijan en mí, para bajar a mi pecho y nuevamente a mi rostro, observándome de manera que ella cree es bastante disimulada, cosa que es todo lo contrario. Y no sé por qué, pero me permito hacer lo mismo, miro como está peinada con una coleta a lo alto de la cabeza y sin que un cabello se le escape, pero curiosamente no trae ni una gota de maquillaje y eso me gusta porque puedo ver las pequeñas manchitas rojas y pecas que tiene repartidas por las mejillas. Claramente, ella ha crecido y estaba muy guapa. Pero, vamos eso no es lo que importa.

—Tenemos que hablar, por favor. —digo con desesperación.

Espero que ella no sea capaz de distinguir cómo el tenerla de vuelta es todo un huracán para mi existencia. Me habría gustado jurar que aún la conozco lo suficiente como para esperar que todo continúe en armonía. Pero en el fondo sé que el que Romina esté aquí solo puede significar una cosa: es todo o nada, igual que siempre lo ha sido; la única diferencia es que tengo la sensación de que en este momento cualquier atisbo de nuestra amistad está rozando el "nada" y eso me mataba.

Los secretos que escondemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora