El golpe

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Como expliqué en la introducción, el detonante que puso patas arriba mi vida y la viró en ciento ochenta grados fue un golpe de lo más tonto que me di en el pasillo de la segunda planta del instituto mientras me dirigía al aula. 

Iba a lo mío, con los ojos en los apuntes, como hacía siempre que estaba solo porque caminar mirando el entorno me incomodaba mucho, y, de repente, me choqué contra un muro de hormigón que me dejó la nariz como una piruleta roja. Un muro que resultó ser nada más y nada menos que la espalda de Jeon Jung Kook aunque al principio no le reconocí.

Ya he dicho que mis gafas volaron. Lo que no he contado fue que mi cabeza lo vivió como una serie de televisión en donde el objeto en cuestión se elevaba a cámara lenta mientras yo lo miraba con horror y procedía a tirarme en plancha para intentar cogerlo.

"¡Nooooooooooo!", grité por dentro.

Y, en eso, se me cayeron los apuntes. Mi perfecto y primoroso trabajo de estudio quedó desperdigado por el suelo y entonces llegó mi segundo "¡Noooooooooo!". Éste con un añadido:

"¡Mis notaaaaaas! ¡Mis ejercicioooooos!"

Añado que todo eso lo visualicé con el tono distorsionado de un autotune de lo más dramático, idóneo para relatar desastres, porque resulta que Jung Kook se echó hacia atrás, sorprendido por el golpe, y me los pisó.

¡Plas!

Después me alegraría de tener la huella de su zapato en mi papel. Recalco el "después". En ese momento no pude pensar en nada porque me quedé de rodillas en el suelo, con la mano estirada hacia las lentes, rodeado de folios y con todo el mundo riéndose a mi alrededor.

Tierra, trágame.

Succióname. Ocúltame. Que no quede nada de mí.

Qué vergüenza.

—¿Estás bien? —Jung Kook se arrodilló, me agarró por los hombros y me ayudó a levantarme—. Lo siento muchísimo. Estaba distraído y no me he dado cuenta de que te acercabas.

Como no veía apenas nada y estaba muy pero que muy acomplejado por la situación, no reaccioné. Me quedé bloqueado, sin levantar los ojos de las baldosas en donde mis notas habían pasado de tener el blanco más pulcro a lucir carbonizadas a base de zapatazos, hasta que me percaté de que me tendía las gafas, me las puse y entonces le vi. Reparé en el rostro de ensueño que tanto me gustaba y me quedé tieso de la impresión.

—De verdad, perdóname. —Él, ajeno a mi estupefacción, se apresuró a recoger el desastre—. No solo te he hecho daño sino que encima he estropeado tu trabajo.

Me alargó los papeles. Los tomé como si la vida me fuera en ello.

—Se te ha quedado muy roja —observó.

—¿Eh?

—Me refiero a tu nariz. —Me la rozó con el dedo—. Espero que no te duela mucho.

Lo cierto era que me palpitaba como si me hubieran pegado con un martillo pero poco importaba. ¿Jung Kook me acababa de tocar? ¿A mí? ¿Y me estaba hablando? ¿También a mí? ¡Ay, que me estaba hablando! Una temblorera de nervios me recorrió el cuerpo de arriba a abajo.

—N... —Las mejillas se me encendieron como braseros—. N- no...

—¿Entonces estás bien?

Asentí. Mejor no hablaba más. No quería quedar como un bobo.

—En cualquier caso lo de los apuntes ha sido una faena —prosiguió—. Los tenías muy bien y por mi culpa ahora están destrozados. Debería transcribirlos.

Hizo ademán de cogerlos pero yo, en un ataque de inseguridad, me abracé a ellos y se lo impedí.

—No te parece una adecuada disculpa, ¿verdad? —dedujo.

No, si estaba fenomenal. Más que fenomenal: su amabilidad era divina. Y, además, no era necesario que me compensara. Lo que había ocurrido había sido un simple accidente y con tenerle delante y poder observarle de cerca ya me daba más que satisfecho pero, muy a mi pesar, no fui capaz de responder nada. Ya sabía que las relaciones sociales se me daban fatal pero ahí descubrí que frente a Jung Kook la cuestión empeoraba de forma exponencial.

—¿Y si te invito a comer? —El chico se rascó la nuca, en busca de algo con lo que agradarme—. ¿Estaría mejor?

Co- mer...

Jun- tos...

—Podemos quedar el Viernes después de las clases —continuó—¿Quieres?

Sí pero no. O no pero sí. O qué sabía. ¡Qué sabía! Ay, necesitaba la ayuda de Yoon Gi con urgencia. ¿Dónde se metía? ¿Por qué no había llegado si ya era la hora de entrar en clase? ¿Se había quedado dormido otra vez?

—Tampoco, ¿no? —concluyó—. Vaya, sí que debo de haberte molestado.

¡Uy, no! ¡Qué va!

—Jimin nunca se molesta.

Como si de alguna forma mágica se tratara, mi amigo apareció y se situó a mi lado. No debía de haberme equivocado con respecto a lo de dormirse porque traía una cara de sueño que no se la aguantaba, la mochila abierta, como si hubiera guardado los libros de forma precipitada, y el pelo de cualquier forma. Todo muy él. Muy como siempre.

—Le conozco muy bien y te aseguro que su talante es encantador —siguió—. Pero el pobre se ha quedado afónico porque ayer estuvimos en un concierto y de tanto cantar y gritar ahora no puede hablar.

¿Que yo qué?

Le miré, con la incredulidad reflejada en las pupilas, y él me devolvió un gesto de "no te preocupes, nene, que lo tengo todo controlado".

Ya, controlado a base de afonías y conciertos, sí.

—¡Oh, entiendo! —Jung Kook le creyó, claro—. Es cierto que cuando uno se pone a cantar a veces no puede parar. A mí también me pasa.

—Qué hermosa coincidencia. —Yoon Gi no vaciló en seguir—. Y no te preocupes, que el Viernes seguro que ya está recuperado. Podrá ir a comer contigo.

Rayos; Yoon Gi. ¿Pero qué estaba haciendo?

Le tiré de la manga del abrigo, con disimulo y un tono suplicante. Implorante. Desesperado. Pero él me ignoró y siguió organizando en mi nombre los pormenores de la compensación.

Ay, no. No, no, no.

¡Yoon Gi!

Sabía perfectamente lo que sentía por Jung Kook y también todo el cúmulo de inseguridades y problemas varios que cargaba en el cerebro. Y, sin embargo, me acababa de meter en una situación de la que no creía poder salir sin que me diera un ataque de ansiedad. O varios.

—Tranquilo, te ayudaré a prepararte —me susurró entonces—. Te compartiré mi infalible Tutorial Antirrechazos y le dejarás impresionado. Tu solo déjamelo a mí.

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TUTORIAL ANTI-RECHAZOS  《YoonMin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora