El principio del fin del mundo

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Los Compas no podían saber que el oleaje que había estado a punto de hacerles naufragar procedía de debajo de sus pies... del inframundo. A ver, es que en ningún libro del cole te enseñan dónde está el Portal de obsidiana. Pero allí, sin importarle un bledo lo que digan los libros de texto, el Titán Oscuro había despertado de su larguísimo sueño. Las estrellas y los planetas se habían desplazado por el cielo a lo largo de miles de años. Y justo hoy-ya es casualidad- habían alcanzado la posición mágica que anunciaba la profecía de Kevin Willys.

En el inframundo había una gran agitación. El Titán Oscuro se removió, bostezó soltando un aliento pestilente y, a continuación, se levantó en toda su maligna gloria, lanzan- do un rugido espectral que hizo temblar la Tierra entera. En cuestión de un segundo, terremotos, volcanes en erupción, tsunamis, atascos de tráfico, chanclas de madres y otras catástrofes empezaron a asolar el planeta... Toda la maldad del mundo antiguo regresaba para reclamar el dominio del planeta. Y lo haría de la peor manera posible. Es lo que tiene el Mal (con mayúsculas, claro).

Los rasgos del Titán estaban aún poco definidos: su cuerpo parecía una niebla impenetrable en la que solo dos cosas eran evidentes al primer vistazo: su gran tamaño y... los ojos. Una mirada diabólica que emitía, al principio, una luz morada, pero que se volvía roja brillante cuando el monstruo se ponía de verdad de mal humor.

El lecho donde el Titán había pasado su sueño era una gigantesca losa de piedra negra, obsidiana volcánica como la del Portal. A su alrededor yacían, convertidos en piedra, sus esbirros. Pero ahora regresaban también a la vida. Y si los terremotos y los volcanes eran malos, la entrada de estas bestias en nuestras ciudades y campos iba a ser mil veces peor.

Allí estaban las brujas, de apariencia ridícula, pero malvadas y con poderes mágicos tenebrosos. Ellas dominaban al resto de bestias infernales y transmitían las órdenes del Titán Oscuro. Podían engañar a la humanidad cambiando de aspecto y eran tan inteligentes como perversas. Lo peor de todo eran sus poderes mágicos, contra los que la humanidad no tenía defensa alguna.

El Titán ya no contaba con su antiguo ejército de gigan. tes, que había sido exterminado por Kevin Willys. En su lugar, una horda de zombis y esqueletos comenzó a desplegarse por los desiertos que rodeaban el Portal de obsidiana. Sus órdenes eran claras: recorrer el mundo y destruirlo por completo. Estos secuaces no eran más inteligentes que un noob típico, pero eran tantos que resultaba dificil hacerles frente. Los esqueletos, armados principalmente con arcos, pero también con espadas y lanzas, eran combatientes muy hábiles, aunque tenían tendencia a romperse en trozos. En cuanto a los zombis, como estaban medio podridos, tam

bién se despedazaban más de lo deseable, pero contaban con un poder terrible: convertir en nuevos zombis a sus vic timas, con lo que el ejército del Titán no paraba de crecer y crecer...

Había dos tipos más de bestias infernales al servicio del mal: los gases y las rayas voladoras. Los primeros tenían el aspecto de medusas, pero flotaban en el aire en lugar de en el agua gracias a sus largos tentáculos que despedían un olor incluso más inmundo que el aliento del Titán. Precisamente esta era su arma principal, que además les daba nombre: el gas letal. Para que os hagáis una idea, pensad en el gimnasio del colegio un día cualquiera, al final de las clases. Bueno, pues el gimnasio huele bien en comparación con los gases. En cuanto a las rayas voladoras, se llamaban así por su parecido a las mantarayas que nadan en el mar. Sin embargo, estos demonios no eran tan elegantes como el simpático animal marino. Su cola despedía potentes des- cargas eléctricas que utilizaban para aturdir a sus víctimas, y su forma aerodinámica les permitía desplazarse a grandes velocidades.

Aunque el poder destructivo de todos esos seres era grande, el Titán tenía una misión muy concreta que encomendarles en primer lugar. Cuando se levantó por fin y contempló a sus esbirros formando ante él, el Titán les dio una orden:

-¡Partid a buscar el arma legendaria!-gritó, y su voz creo nuevos terremotos-. ¡Buscadla por los cuatro rincones del mundo y no oséis regresar aquí antes de encontrarla!

El Titán no había olvidado el poder del arma que lo de-rrotó tanto tiempo atrás. Kevin Willys la había escondido bien, pero el Titán sabía una cosa importante: la única ma

nera de obtener el arma legendaria pasaba por descifrar las indicaciones de un viejo pergamino escondido en un lugar donde solo podría encontrarlo gente de buen corazón. Sin embargo, en cuanto alguien sacara dicho pergamino a la luz, el Titán podría percibirlo y enviar a sus servidores para que se hicieran con él.

Aunque se sentía poderoso después de dormir tantos años (desde luego cansado no podía estar), no deseaba que el arma cayera en manos de un nuevo héroe que lo derrotara otra vez. Le parecía poco probable, porque en nuestra época ya no existen los caballeros, aunque... ¿seguro que no? En todo caso el Titán Oscuro no quería correr riesgos: el mundo sería ahora su reino y en esta ocasión el arma de Kevin Willys estaría a su servicio.

Poco a poco las hordas fueron abandonando el inframundo a través del Portal mientras el Titán aguardaba noticias. Además, se acababa de levantar y, lo primero de todo, un buen desayuno, ¿no? En su caso, un tsunami que barrió todos los mares del mundo y que, pocas horas después, hacía encallar en una rara isla volcánica la barca de dos chicos y un perro que se habían perdido navegando cerca de un lugar llamado... Tropicubo.

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Continuara

Palabras:970

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