BIENVENIDO A TÚ INFIERNO.

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La noche hoy está siendo demasiado pesada, no me he sentido nada bien desdé que me enteré de la deuda de mi padre con esas malas personas. La cabeza me duele demasiado desdé muy temprano y tengo problemas para concentrarme en mis obligaciones laborales. Agradezco infinitamente que King no se moleste conmigo, él hasta ahora me comprendido.

—Si te sientes tan mal pienso que deberías de ir a tú casa —dice mi jefe mientras limpia algunas copas —. Tienes cara de muerto.

—No he dormido bien en estos días.

—Niño, hablo en serio. Deberías de ir a tú casa, podrías enfermar.

—Si voy a casa me pondré más mal, créeme.

Cada vez que veo a mi papá a los ojos, una irá inmensa se apodera completamente de mi. Lo quiero matar, no puedo creer que nos esté hundiendo más de lo que ya estamos. Debimos de habernos librado de él desdé hace mucho tiempo.

—¿Qué clase de problema tienes en casa qué te está poniendo tan mal? —Lorena llega a la barra.

—Uno malo, y lo peor es que mi padre es el que lo ha provocado —respondo.

—¿Qué es lo qué pasa Jay? —cuestiona la rubia oji-verde —. Tal vez si nos cuéntanos podamos ayudarte a encontrar una solución.

—Nadie puede ayudar en esté problema. El único que puede arreglar todo esto es mi mismo padre. No quiero abrumar a nadie con mis problemas, así que mejor vamos a trabajar.

—Pero te ves terrible —dice King —.¿Qué? ¿Acaso no te ves?

—Estoy bien, King no te preocupes por mi.

Sigo con mi trabajo normal por unas dos horas más, cada vez más me estoy sintiendo más y más cansado. Él no poder dormir bien ya me está comenzando a pasar factura.

No soporto tampoco el ruido que hay a mi alrededor, todo me está aturdieron demasiado.

Conozco a papá perfectamente, él no se hará cargo de absolutamente nada. Yo tengo que encontrar la maldita solución antes de que mamá se entere de todo lo que está pasando. Si ella se llega a enterar temo mucho que su salud empeore más.

Yo soy el escudo de todos y tengo que enfrentar esto con mucha valentía.

—Dios...—suspiro y volteo hacia King —.¿Puedo tomarme un descanso?

—Ve —me dice.

—Gracias —respondo.

Dejo lo que estoy haciendo, salgo de la barra y camino hacia la salida del bar.

Un poco de aire fresco me puede caer bien.

Salgo del bar y tomo asiento en la pequeña banca que se encuentra fuera del establecimiento.

Las calles están muy solas, no hay ni una sola alma. Todo el movimiento está allá dentro. Afuera parece una maldita película de terror.

Saco mi teléfono de mi bolsillo, el reloj marca casi la media noche. Tengo un mensaje en mi buzón.

Abro el mensaje.

No te preocupes Jayden, ya me he hecho cargo de todo el problema. Ya está solucionado.

Papá

¿Ya lo ha arreglado? ¿Cómo?

Respondo el mensaje y después lo envío.

Me ha sorprendido demasiado, pero aún con el mensaje no me siento tranquilo. Hay algo en mi pecho que me está diciendo que esto no se ha solucionado. Una sensación de peligro, algo definitivamente no está bien.

No confío en papá.

Decido llamarlo pero me envía directamente al buzón de voz.

Intento de nuevo pero pasa exactamente lo mismo.

—¿Por qué demonios no contesta?

Guardo mi teléfono, saco un cigarrillo junto con mi encendedor.  Lo enciendo y comienzo a fumar tranquilamente mientras observó la luna que está iluminando ahora mismo el cielo nocturno de Nueva York.

¡Demonios! La maldita sensación no se está yendo. Con cada minuto que pasa se está volviendo más y más fuerte en mi. Tengo que hablar con papá ya mismo, si lo hago posiblemente me sienta bien de nuevo. Tengo que verlo a los ojos y que me diga que todo está bien, que ya no hay peligro para nadie de nosotros.

Termino de mi cigarro, lo tiro en la basura y me pongo de pié.

—Jayden Russell —escucho la voz de un hombre a mi lado derecho.

Desvío la mirada y me encuentro cara a cara con el dueño de la voz. Es un muchos de cabello negro largo, ojos azules, con un tatuaje de calavera y un arete color negro.

Viste completamente de negro y por la forma en la que me está mirando no me da buena espina.

—¿Quién eres?

—No importa. Lo importante es que ya te he encontrado —responde el desconocido.

—No te conozco.

Volteo hacia el otro lado y me topo de frente con dos hombres de negro muy altos y fornidos.

—¿Ibas a un lado? —cuestiona el oji-azul.

Vuelto a mirarlo.

—¿Quién mierda son ustedes? —cuestiono serio.

—Ya te dije que no importa —responde —. Ya duerman al niño bonito.

—¿Qué? ¿Dormir? —lo miro sin entender.

Volteo hacia los hombres.

Uno de ellos saca un pañuelo blanco, rápidamente se me acerca y me lo coloca en la nariz.

Lucho por liberarme y con cada movimiento mis fuerzas se van yendo.

Mis ojos comienzan a sentirse muy pesados y mi vista se vuelve muy borrosa.

Caigo al suelo, cierro los ojos poco a poco hasta todo transformarse en una total oscuridad.

CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora