CAMBIO INESPERADO.

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Abro mis ojos con lentitud, los rayos del sol entran por la ventana de la habitación y el cantar de las aves se escucha en el exterior.

Jamás había dormido tan bien cómo lo he hecho ahora. Dormí excelente.

Llevo mis manos hacia mi cara y comienzo a frotar mis ojos un poco.

Escucho un ruido raro a mi lado, dejo de frotarme los ojos y volteo hacia allá.

—¿Qué mierda...?

Dimitri se encuentra dormido a mi lado.

¿Qué está haciendo aquí?

¡Dios! No puedo creer que se haya quedado aquí.

—Dimitri, largo —le digo —. Anda despierta ya. No puedes estar aquí.

Nada, él está profundamente dormido.

Cómo un maldito tronco.

—Dimitri —lo comienzo a mover para despertarlo —. Hablo en serio, tienes que irte.

De su boca sale un gemido, me toma, me jala hacia él y me envuelve con sus manos.

Estamos demasiado cerca, tanto que puedo sentir su respiración chocar contra mi rostro.

—¿Qué crees qué estás haciendo? Ya déjame —intento liberarme pero él pone más fuerza —. No estás dormido.

—No...—responde finalmente —. No lo estoy.

—¿Desdé cuándo no lo estás? —lo cuestiono.

—Unas horas —dice y abre sus ojos.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—¿No lo recuerdas? Me quedé para cuidarte.

—No necesitabas hacerlo. Sabes bien que no quiero que estés aquí —contesto muy cortante —. Ya déjame y vete de la habitación.

—¿Qué pasa Jay? ¿Ya no te gustan los abrazos?

—¿Y ahora de qué estás hablando?

—No lo recuerdas.

—¿Qué se supone que tengo que recordar? —le pregunto sin entender nada.

—Cuándo me desperté para quitarte el trapo húmedo, tú me abrazaste y no me dejaste hasta hace unas horas.

—¿Q-qué? —siento mis mejillas arder —. N-no. Eso no es cierto. Yo no soy de abrazar a las personas mientras duermo.

—Pues a mi me abrazaste cómo si fuera tú oso de peluche.

—¡No es cierto! Deja ya de mentirme.

—No tendría por que hacerlo. No gano nada.

¿De verdad lo abrace toda la madrugada?

—Pienso que te sentías muy seguro conmigo —comenta el castaño con una sonrisa.

—Jamás. Yo nunca me sentiría seguro contigo.

—¿Por qué no quieres aceptarlo? Deberías de dejar de ser muy orgulloso pequeño.

—¡No me digas pequeño!

—¿Entonces cómo debo de decirte? —pregunta —.¿Te gustaría cachorro?

—¡No!

—Tú me dices orangután cuándo se te pega la gana ¿Por qué yo no puedo ponerte un apodo?

—Por que el tuyo no es un apodo. Te digo orangután... ¡Por que lo eres! —me logro liberar de su agarre y regreso con rapidez a mi parte de la cama —. Así que no se te ocurra ponerme un nombre.

CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora