Irradio una confianza innegable mientras ocupaba el centro del lienzo. Me observé sin pudor, como quien sabe perfectamente lo que vale. Mi mirada desafiante y mi postura firme eran una extensión de lo que soy: segura, egocéntrica, absolutamente cons...
Comencé a alistarme para el día siguiente, enfrentándome primero al uniforme... excesivamente largo, para variar.
Con un leve movimiento de varita y un par de encantamientos rápidos, fui transformando cada prenda hasta dejarla justo como quería. Las medias, por ejemplo, quedaron más ajustadas y subieron apenas unos centímetros por encima de mis rodillas, dándoles un toque más estilizado. La falda... bueno, necesitaba algo de ayuda. Acorté el dobladillo unos cuantos dedos y ajusté la cintura para que marcara mejor mi silueta. Nada exagerado, solo... una mejora necesaria.
La camisa no requería grandes cambios, ya que el suéter cubriría la mayor parte. Solo me aseguré de que el corte se viera limpio y ordenado. Por último, la capa. Esa sí la dejaría intacta. Había algo en ella que no necesitaba ajustes: era elegante, sobria, y tenía ese movimiento dramático al caminar que tanto me gustaba.
Me observé en el espejo, satisfecha. No era rebeldía. Era simplemente estilo.
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Ahora, el cabello. No planeaba hacer un gran cambio, solo un detalle... algo sutil, pero con intención.
Me paré frente al espejo, tomé un mechón entre los dedos y lo observé por un momento. Mi varita ya estaba en mano, así que con un susurro pronuncié:
—Colovaria...
Una ligera corriente mágica recorrió mi melena, y el color comenzó a transformarse suavemente, como si la luz misma jugara con los pigmentos. No era un cambio radical, pero sí lo suficiente para notarse: un reflejo distinto, un brillo más profundo, una señal de que, aunque me adaptara a este nuevo mundo, seguiría marcando mi propio estilo.
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Listo. El uniforme me quedaba exactamente como quería, el cabello tenía el toque justo... Pero entonces, una duda cruzó por mi mente.
—¿Cómo sabré qué clases tengo mañana...? —murmuré para mí misma, frunciendo ligeramente el ceño.
Justo en ese instante, una tenue luz brilló sobre el escritorio, iluminando una hoja que antes no estaba ahí.
—Interesante... —dije en voz baja mientras me acercaba, guiada por la curiosidad.