Irradio una confianza innegable mientras ocupaba el centro del lienzo. Me observé sin pudor, como quien sabe perfectamente lo que vale. Mi mirada desafiante y mi postura firme eran una extensión de lo que soy: segura, egocéntrica, absolutamente cons...
Decidí tomar camino hacia el aula de Pociones. Aún faltaban cerca de veinte minutos para que comenzara la clase, pero algo dentro de mí —curiosidad, tal vez disciplina— me empujó a llegar antes. Quería observar cada preparación, cada mezcla, cada matiz que ese lugar pudiera ofrecer antes de llenarse de alumnos ruidosos y calderos humeantes.
Al cruzar la puerta, un aroma peculiar me recibió. No era desagradable. Al contrario, tenía algo de misterioso y envolvente: una mezcla entre hierbas finas, raíces recién cortadas y algo dulzón que no logré identificar del todo. Era como si el aire mismo guardara secretos líquidos aún por descubrir.
Dejé mis cosas en una de las mesas del fondo y comencé a recorrer el aula en silencio, dejando que mis dedos rozaran ligeramente los frascos alineados en los estantes. Algunos contenían ingredientes secos: pétalos oscuros, polvo de piedra lunar, raíces enredadas y diminutas escamas de algún animal que preferí no identificar. Otros flotaban en líquidos espumosos, burbujeantes o densos como el aceite.
Me acerqué a un caldero usado recientemente. El borde aún conservaba restos de poción reseca, de un tono violeta opaco. Su interior estaba tibio al tacto. ¿Quizá habían estado practicando algún filtro somnífero?
La luz tenue de las antorchas proyectaba sombras danzantes sobre las paredes húmedas de piedra. Había algo mágico en ese silencio, algo que me hacía sentir que ese lugar era mío por unos instantes. Como si las fórmulas, los ingredientes, los vapores... me hablaran en un lenguaje que entendía perfectamente.
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Estaba tan absorta en los frascos, los aromas y el silencio reconfortante del aula, que no escuché los pasos hasta que una voz familiar interrumpió mis pensamientos.
—Sabía que te encontraría aquí...
Me giré lentamente, buscando con la mirada al dueño de aquella voz. Y ahí estaba, recargado con aparente calma en el marco de la puerta.
—Eres tú... Severus —murmuré, con una mezcla de sorpresa y desconfianza—. ¿Tenemos clase juntos?
—No, tengo clase después... en una hora —respondió, sin moverse del umbral.
Asentí en silencio y retomé mi recorrido entre los frascos y calderos. Pero su presencia no era gratuita. Lo sabía. Podía sentirlo en el tono de su voz, en la forma en que evitaba mirarme directamente.
—Algo me dice que no viniste hasta aquí solo para informarme tu horario —dije, sin mirarlo—. ¿Tengo razón?
Severus bajó la mirada un instante y luego se apoyó con más firmeza en el marco, como si necesitara aferrarse a algo.
—Es sobre Lily...
Me detuve en seco. Solté un leve suspiro, hastiada.
—Entonces no vale la pena platicar.
—Le dije que tú la ayudarías... no que la golpearías —replicó, esta vez con un dejo de reproche en la voz.