Capitulo 11 - Hipócrita

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Adrián

Adrián llevaba un tiempo trabajando como camarero en el exclusivo bar De la Torre Azul. Aunque el trabajo le proporcionaba un buen salario gracias a las generosas propinas que los clientes solían dejar, él no lo disfrutaba en absoluto.

La principal razón por la que odiaba tanto ese trabajo era que le hacía sentir una profunda envidia cada vez que veía a los clientes del bar, en su mayoría empresarios exitosos, ya que él siempre había soñado con estudiar Administración y Dirección de Empresas (ADE). A pesar de ello, su situación económica en casa lo había obligado a abandonar los estudios a la temprana edad de 16 años para trabajar y contribuir con el sustento familiar.

Adrián se encontraba distraído en su turno de trabajo. Los lunes después de un fin de semana de fiesta eran especialmente difíciles para él, ya que solía aprovechar los fines de semana libres en su trabajo para salir de fiesta con sus amigos y disfrutar de la vida nocturna de Madrid.

El fin de semana anterior había sido especialmente divertido, con noches de diversión en los lugares de moda de la ciudad, pero ahora las consecuencias de sus excesos comenzaban a hacerse sentir. Adrián se sentía cansado, con la cabeza embotada y sin poder concentrarse en sus tareas de camarero.

Fue entonces cuando sin querer chocó contra una de las clientas del bar. "Mierda la he manchado" pensó. Mientras recogía las cosas en la bandeja sólo esperaba a que aquella mujer se pusiera a gritarle, como solía suceder cada vez que manchaba a uno de los clientes del bar.

La mayoría de la gente que acudía, solía llevar trajes que valían mucho dinero. Aunque otros en cambio, llevaban trajes bastante económicos tratando de aparentar. No es que él pudiera hablar muy alto sobre este tema, porque, pese a lo que muchos pensaban, la mayoría de mujeres con las que se acostaba no le resultaban en absoluto atractivas, simplemente lo hacía por "aparentar" y por evitar ciertos comentarios y burlas de sus amigos cuando se acostaba con una mujer de las que si le resultaban atractivas. Las mujeres que tenían curvas. O como se les suele llamar, las mujeres gordas.

Y por eso, cada vez que Adrián se sentía atraído por una de ellas, solía recurrir a la técnica de insultarlas para que la cosa no fuera a más.

Tras recoger la bandeja, y sorprenderse por no escuchar ningún tipo de queja, levantó la mirada y vio a la mujer que le había derramado una copa encima. Era ella, Ana. Por un momento se quedó mudo. Se percató de que quizás ella también lo había reconocido, solo esperaba que no fuera el caso.

– ¡Oh! ¡Perdona! No te vi venir.– Dijo Adrián con voz amable.

– No hay problema. Fue un accidente. – Contestó Ana rápidamente. Sin duda sabía quién era y lo había reconocido.

– No, de verdad que lo siento, acompáñame al almacén y te presto una servilleta para que te limpies– contestó Adrián tratando de ser lo más amable posible. Para su sorpresa, podría decirse que hasta utilizó el mismo tono seductor que suele utilizar cuando liga con chicas. Mentalmente Adrián se dio una colleja.

– No es necesario, gracias. Ya me apañaré como pueda... y si me disculpas me voy con mis compañeros que me están esperando – contestó Ana todo lo secamente que pudo.

Sin darle tiempo a decir nada más, se giró y empezó a andar hacia donde estaban se encontraban los que parecían ser sus compañeros.

Sin pensarlo, Adrián tuvo el impulso de agarrarle el brazo. Tenia la necesidad de hablar con ella, de pedirle disculpas. Casi agradeció haberle derramado aquella copa para poder hablar con ella, pero ella no parecía dispuesta a ello. Su cara lo decía todo. Tenía el ceño fruncido, y cara de pocos amigos.

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