Capitulo 16- Ladronzuela

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–¿Qué haces tú aquí?– Preguntó Ana extrañada.

– Nada, te estaba buscando– Contestó la persona de dentro del despacho de Ana en un tono seco.

– ¿A mí?– Volvió a preguntar Ana esta vez en un tono más severo.

– Si, a tí. ¿Por qué si no iba a estar aquí?– Volvió a responder la persona de dentro del despacho en tono cortante.

– Bueno pues ya estoy aquí, dime qué necesitas.– Preguntó Ana todavía analizando la situación.

– La verdad es que venia a decirte que a las cuatro hay reunión con Sofía. Que quiere que le contemos las ideas que hemos ido pensando. No llegues tarde.– Respondió Marta mientras salía del despacho de Ana a toda prisa.

– Espera– gritó Ana, e intentando poner un tono serio añadió– Muchas gracias por avisarme, pero la próxima vez si no estoy no entres en mi despacho.

Marta emitió un bufido y salió dando un fuerte portazo.

Ana suspiró, y se sentó en su silla. Era raro que Marta estuviera en su despacho sin estar ella. Pero todo parecía igual que como lo había dejado, así que por una vez, puede que Marta hubiera dejado atrás ese odio que le tenía y hubiera sido una buena compañera.

Todavía eran las tres, así que Ana decidió organizar las ideas que llevaba teniendo toda la mañana para la campaña. Le parecía raro que la reunión fuera tan tarde. Por norma, el resto de reuniones de este tipo que habían tenido solían ser nada más acabar el descanso de media mañana. Pero bueno, así podía organizarse para deslumbrar a todos con sus ideas.

Terminó pronto, aún quedaba media hora, así que decidió acercarse al despacho de Inés para preguntarle por su mañana. Fue entonces cuando al coger su teléfono móvil vio que Inés le había escrito.

Madre mía que ganas tengo de irme a casa... Nos vemos a las tres y media en la reunión.

¡A las tres y media! Ana llegaba tarde, no mucho porque sólo pasaban cinco minutos de la hora en la que era la reunión. "Maldita Marta" pensó para sus adentros y corrió con todas sus cosas hasta el despacho de Sofía.

Ana entró al despacho de Sofía con un peso en el estómago que no lograba sacudirse. Las caras de sus compañeras no ayudaban a aliviar su ansiedad. Inés, aunque contenta de verla allí, parecía preocupada por algo. Marta tenía una sonrisa en su rostro que, aunque parecía agradable, tenía algo de siniestro. Y Sofía parecía estar bastante enfadada.

– Ana, ¿no sabes que detesto la impuntualidad? -dijo Sofía, mientras hacía un gesto con la mano para que Ana tomara asiento.

–Lo siento mucho, Sofía. No volverá a pasar -respondió Ana, tratando de no parecer nerviosa.

– De acuerdo, por esta vez. Pero no quiero que se repita -añadió Sofía, mirando a Ana fijamente.

La sonrisa de Marta se desvaneció ligeramente, mientras Sofía continuaba hablando.

– Bien, tomemos asiento. Vamos a seguir escuchando las ideas de Marta, que por cierto son bastante buenas -dijo Sofía, mientras señalaba una silla vacía a Ana.

Marta asintió con la cabeza, pero Ana no pudo evitar sentir una sensación de desconfianza. ¿Qué había estado tramando Marta mientras ella llegaba tarde? Pero decidió dejar esos pensamientos a un lado y centrarse en la reunión.

De repente, Ana se dio cuenta de que algunas de las ideas que Marta estaba presentando eran las mismas que ella tenía apuntadas en su libreta. Marta se las había plagiado. Pero Ana no podía delatarla frente a Sofía, porque además de que Marta llevaba más tiempo trabajando en la oficina, Sofía estaba aún algo cabreada por su impuntualidad. Ana sabía que solo tenía las de perder si confrontaba a Marta en ese momento.

Así que Ana decidió guardar silencio y fingir que todo estaba bien. Pero por dentro, sentía una mezcla de rabia y frustración al ver que Marta se llevaba el crédito por su trabajo. Decidió que tendría que encontrar una manera de hacerle frente a Marta sin que Sofía se diera cuenta.

La sonrisa de Ana poco a poco fue apareciendo en su rostro mientras escuchaba a Marta exponer las ideas que supuestamente eran suyas. Marta, por su parte, comenzó a sentir una creciente incomodidad al percatarse de la reacción de Ana.

Ana no podía evitar pensar que las únicas ideas mejores que las suyas eran las que ella misma tenía. Poco a poco fue cayendo en cuenta de que las ideas que Marta estaba exponiendo eran las mismas que ella había anotado en su libreta, y no las que estaban en el ordenador.

Cuando llegó el turno de Ana para exponer sus ideas para la campaña, se tomó su tiempo para explicar cada detalle, cada matiz y cada aspecto que hacía que sus ideas fueran únicas. Mientras hablaba, la expresión de Marta cambiaba de incomodidad a sorpresa, y finalmente a vergüenza.

Ana había demostrado que no se dejaría engañar ni plagiarse. Había reclamado lo que era suyo con astucia y habilidad, sin necesidad de recurrir a un enfrentamiento directo. Y ahora, con una sonrisa satisfecha, estaba lista para seguir adelante con la campaña, sabiendo que sus ideas serían las que se llevarían a cabo.

En cuanto salieron del despacho, Ana le pidió a Marta hablar a solas. A lo cuál Inés miro sorprendida y se despidió de ambas dejándolas a solas.

–Está bien. Pero aquí no. Vamos a tu despacho– dijo Marta.

– Estás loca si piensas que vas a volver a entrar ahí. Vamos al tuyo– dijo Ana con voz firme y ambas se dirigieron al despacho de Marta.

Curvas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora