Capítulo 9

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XIX

"Querido Edmund:
La verdad es que me sorprendió el hecho de que haya llegado un cuadro de girasoles a la puerta de mi casa. En especial porque no iba dirigido a mí, sino a Rebecca Dior, y no tenia la menor idea de que mi hermana tuviera más amigas que no fueran Lady Maxwell, Cecilia Barrow y su propio esposo. Me sentí casi ofendido hasta que vi la parte de atrás y el listón dorado que me llevó a la carta (una carta tonta por cierto). Me parece una excelente idea lo que proponen. Cuadros a mi hermana con notas de citación para vernos por las noches. Libros también, no podían faltar. No es nada creativo, pero tampoco es demasiado obvio. Así que puede funcionar.
Saludos a los Cuthbert. Con amor Ryan."

XX

Había transcurrido un mes y medio desde su boda y como ya lo había mencionado, su vida en pareja iba de maravilla, si es que podía considerase una vida en pareja. La verdad era que no tenía la más remota idea de las actividades que Lady Cuthbert llevaba a cabo en su día a día, a diferencia de él, Caroline era una persona activa, siempre estaba ocupada. Eso lo sabía porque nunca estaba en casa y cuando estaba siempre tenía una respuesta preparada para lo que acontecían sus días del mismo modo que Edmund ensayaba algo para decirle acerca de dónde había estado por las noches. Ambos eran maestros del engaño.

Aunque Caroline sabía que mentía y tenían un trato, a Edmund le sentaba mal tener que admitir que dormía en casa de Ryan. De haber sido Caroline diferente, a Edmund le habría dado bastante igual si se enteraba o no de sus actos impuros con hombres, pero al ser Carol una buena chica, le hacía sentir como un marido horrible.

No solamente era la muchacha con la que se había casado para salvarse el pellejo, sino que poco a poco y a pesar de que no estaban todo el tiempo juntos como se suponía que debían estarlo, se habían convertido en buenos amigos. Ella respetaba sus diferencias, entendía quien era él y además compartían gustos, especialmente en libros. El arte les había unido; Edmund no tenía idea que el arte podía unir dos almas de esa manera, tan cercana espiritualmente y tan distante de modo físico.

No amaba a Caroline, nunca lo haría, pero podía imaginar una vida con ella y con Ryan o con cualquier otro joven que encontrara tras romper con Byrne. Era perfecto, Caroline por su lado, deleitándose con sus pinturas, Edmund escribiendo y reposando en los brazos de Ryan.  Las cosas marchaban con buen rumbo, los rumores se habían disipado y no tenía ninguna preocupación.

Edmund era libre. Aunque no del todo. No lo suficiente.

Todavía faltaban unos días para la entrada de la primavera. Edmund ya anhelaba escuchar el cantar de las aves y la brisa impregnada con el aroma de las rosas de su jardín. Ya estaba comenzando aburrirse del color grisáceo que el cielo conservaba tanto tiempo a causa del uso frecuente de las chimeneas.

El invierno le dolía, el frío le podía más y no es que le molestará pasar un poco de frío, sino que le hacía rememorar malos momentos. Momentos de su vida que Edmund habría borrado de tener una goma mental a la mano. El invierno, que para la mayoría de los niños de familias adineradas era el causante de buenos recuerdos como beber chocolate caliente, decorar el árbol de navidad y comenzar una batalla con bolas de nieve, para él era sinónimo de hambre, muerte y frío.

Habían transcurrido ya varios años desde aquellos recuerdos, los cuales, a pesar de todo, volvían. Había pequeños disparadores de dichos recuerdos rondando en su vida y cuando se activaban, Edmund no podía evitar perderse en ellos. Sucedía seguido, a Edmund le gustaba pensar que aquel estrés, consecuencia de lo vivido en la guerra, había disminuido con el tiempo. Después de todo era un hombre libre, disfrutaba de beber y de asistir a elegantes eventos y concurridas fiestas. La mayor parte del tiempo, su mente se ocupaba ahí.

La esposa de Lord CuthbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora