VII
"Querido Ryan Byrne:
Los días son largos y las noches eternas, la vida está mal y la muerte comienza a sonar como la única opción que añoro. Anhelo el aroma de las flores en primavera, el cantar de las aves y la loción de tu pelo. He comenzado a pensar en todo lo que habíamos estado hablando, en aquella época donde nuestro amor era fugaz, pero tangible, antes de que el vino causara esta insania situación. Deseó volver aquella fiesta, en donde las sábanas empapadas en sudor y tu cálido aliento en mi oído eran el mayor de los placeres. Quiero que vuelvas a preguntarme aquello, porque te aseguro que está vez responderé que sí, aún si es una mentira..."
La puerta de la celda se abrió de par en par. En las ultimas veinticuatro horas, solamente una persona había ido a visitarle y ese había sido su mayordomo, que entraba y salía de prisión como si fuera la estancia de su casa.
Iba a verle para anunciarle como se encontraban las cosas fuera de la celda, de como su abogado ya iba en camino desde Dublín y que tardaría más o menos otro día en llegar, también decía que pagar la fianza sería barato entre comillas, y que estaba terminando de arreglar los papeles para que lo dejaran salir en caso de que su abogado no llegara pronto.
Seguramente en aquella ocasión, venía a decirle lo que Danielle había hecho en su ausencia o algo por el estilo. Pero se equivoco. Lady Maxwell entró a la habitación, con la misma altanería de siempre. Se recargó en su bastón y se le quedó mirando, Edmund recargó la nuca contra los helados tabiques.
—Me temo que nunca le había visto en tan deplorables condiciones, Lord Edmund. Pensé que en bancarrota, en prisión o en el infierno, usted nunca perdería el glamour, pero creo que me he equivocado, cosa que me sabe muy pero que muy mal porque yo nunca me equivoco.
—No estoy de humor Lady Maxwell.
—Y no es para menos—la mujer se sentó en el catre, y se inclinó hacía adelante, con una mano sobre el bastón y un codo sobre la rodilla. —¿Cómo se encuentra?
—Nada glamouroso al parecer. Ryan no ha vendido a verme, de hecho nadie lo ha hecho.
—Nadie quiere verse envuelto en sus asuntos después de la escenita de anoche.
—¿Qué pasa afuera? Los barrotes de la ventana apenas dejan que entre la luz del sol, además, aunque intentara mirar solo conseguiría ver el jardín de la prisión. Ni siquiera sabía que las cárceles tenían jardín. O ventanas.
—Eso es porque usted no pertenece a una cárcel, Edmund. Lo que sucedió anoche fue un terrible incidente que ya arreglaremos. Usted pagará su fianza y yo pagaré para evitar su juicio.
—¿Y quién limpiara mi nombre?
—Escriba una novela y listo. Recuerde que acusado de sodomía o no, usted sigue siendo una figura pública bastante aclamada.
—Lo dice como si fuera sencillo—se quejó el muchacho, lady Maxwell se puso de pie.
—Es seguir adelante o pudrirse aquí—alzó las cejas—usted mismo se ha puesto en este sitio. Le advertí varias veces que debía ser cuidadoso, pero nunca me escuchó, ahora debe pagar por ello. Piense en lo que desea, Edmund. Vendré a verlo cuando se decida.
—Lady Maxwell—llamó el chico.
Lady Maxwell se detuvo en el arco de la puerta.
—Fue Gerald, ¿no es cierto?
Lady Maxwell lo miró sobre el hombro.
—Quien haya sido, Edmund, no estás totalmente impune.
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La esposa de Lord Cuthbert
RomanceHistoria para concurso ONC2023 Inglaterra, 1923. Lord Edmund Willaim Cuthbert es un joven escritor, guapo y talentoso, con la costumbre de envolverse en toda clase de rumores que hasta hacía un tiempo no habían tenido repercusión. Por lo menos ant...