Capítulo 17

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XXXIX

Volvió a casa. No dejó que Lady Maxwell le dijera a Sebastián que lo llevara. Edmund dijo que él se encargaría y salió en plena lluvia. Cuando abrió la reja del jardín y miró la luz del ático encendida, no estaba tan seguro de si iba a lograrlo.

La idea de Carol y Virgil juntos le desagradaba. Los imaginaba, a Charles inclinado sobre él, sentado en sus piernas, rodeándole el torso con las pantorrillas, con los rizos acariciándole el rostro al capitán. Imaginaba a Virgil tocándolo. Manos ajenas tocando a su esposo.

Se adelantó, subió en silencio y se quedó de pie fuera del ático, mirando por la rendija. Escuchaba leves risas y murmullos. Luego un ataque de tos por parte de Charles.

—¿Estas bien? Tú tos está empeorando, ¿ya se lo dijiste a Edmund?

—No es tan grave. Además no le importa.

Virgil dijo algo más y Caroline se rio. Eso le sacó de quicio. Abrió la puerta y entró sin rodeos.

Se quedó mirando a ambos, sentados en el pequeño sofá que habían acomodado en el ático. Ambos bebiendo una copa de vino blanco, con la mano de Virgil sobre la rodilla de Caroline. Ellos también miraron a Edmund, Virgil apartó la mano.

—¿Qué es lo que no me importa?

—Hola—saludó Caroline. Luego tosió.

—Hola—dijo Edmund, miró a uno y luego al otro—¿y bien? ¿Qué está sucediendo? Pensé que tenías un compromiso con Lady Maxwell.

Virgil y Caroline se pusieron de pie.

—Sí, tuve un evento, pero Lady Maxwell no se presentó. Virgil y yo nos encontramos.

—Que curioso, pensé que ustedes dos no se hablaban—Edmund los miró—, ¿fue un evento muy importante? Te pusiste el vestido rojo.

Caroline sonrió.

—¿Sabes qué otra cosa es curiosa, Ed? Escucharte hablar —soltó—hasta hace un par de horas creí que te había comido la lengua un ratón, pero ya veo que no; sólo abres la boca cuando te conviene, ¿no?

Virgil se aclaró la garganta.

—Le compré un cuadro a Lady Caroline. Hace un rato estaba mostrándomelos.

Edmund asintió.

—Me alegro, ¿qué cuadro compró, capitán?

Virgil señaló el cuadro de un hombre sentado, mirando hacia el exterior de una ventana que no permitía ver nada más allá.

—Este, ¿no es hermoso, Lord Edmund?

—Por supuesto—miró a Virgil, forzó una sonrisa—disculpe que le pida esto, pero debo hablar con Caroline acerca de un asunto que requiere resolverse ya.

—Me iré entonces, pero me asegurare primero: ¿algo en lo que pueda ayudarlos? —preguntó Virgil cortésmente.

—No, pero gracias, capitán.

—¿Por qué no te cambias primero, Ed? Estás empapado y chorreas agua—Caroline se acercó a él, le tomó del hombro y tiró hacia abajo para quitarle el abrigo—Virgil, ¿puedes darme la toalla de ahí? Está limpia.

—Claro—el capitán se giró a por ella.

—No es necesario—Edmund se apartó de Caroline, ella tiró hacia abajo.

—¡Ed, espera! —le pidió.

Él retrocedió, el abrigo cayó al piso, Caroline suspiró mientras se inclinaba a recogerlo. Virgil le entregó la toalla a Edmund quien le lanzó una mirada penetrante y sin omitir sonido, balbuceó: "vete ya, es en serio".

La esposa de Lord CuthbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora