Capítulo 3

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IV

Miss Caroline Christie, que mujer.

—Es un placer conocerlos—saludó, Lady Maxwell suspiró—es...encantador.

Caroline se tronó los dedos, Lady Maxwell se aclaró la garganta.

—Bien, está es Miss Caroline, espero que disfrutemos la velada.

Le lanzó una mirada de advertencia que la muchacha ni siquiera capto o pretendió no hacerlo.

—Miss Caroline, teníamos altas expectativas en conocerla desde el primer momento que Lady Maxwell la mencionó—sonrió Mr. Morrison. —Es usted tan guapa, alta, ¡y que hermoso acento! ¡Vaya que no nos ha decepcionado!

—Vaya que no—susurró Mr. Jobbington—Miss Caroline, me presento, soy Gerald Jobbington—le tomó la mano a Caroline y le besó el dorso de la muñeca—a sus servicios.

Ryan y Edmund se miraron, compartiendo el pensamiento de que Gerald tenía otra presa en manos o probablemente la hubiera tenido de no haber sido porque Miss Caroline forzó una sonrisa y apartó la mano para luego decir con falsa modestia:

—No haga eso, Mr. Jobbingston, me halaga más de lo que merezco. Con estrechar las manos esta bien.

Jobbingston sonrió.

—Es un placer para mí recibirla de buena manera, milady.

—El placer es mío.

—Con disculpas a Lady Maxwell, permítame ser su guía está noche y además presentarles a mis amigos. Este caballero es el buen Mr. Morrison. Es todo un erudito en cuestión de letras.

—Eso es maravilloso, los hombres inteligentes son atractivos—dijo Caroline forzando una sonrisa.

—Entonces es verdad la historia de que a las mujeres les gustan los hombres inteligentes, sólo los que están enfocados en su trabajo—dijo Mr. Morrison.

—Oh vamos, usted debe de saberlo mejor que nadie—sonrió Gerald.

—En realidad no, mi esposa nunca fue una de esas, se casó conmigo después de todo.

Estallaron en carcajadas. Miss Caroline sonrió un poco y bebió de una copa que ya alcanzaba de un mesero que por ahí iba pasando. Edmund la escuchó agradecerle en voz baja. El muchacho asintió con cortesía.

—Continuemos, él es el mi callado amigo, el Capitán Virgil Winthrop. No espero que hable mucho, odia estos eventos pero se ve en la obligación de asistir, después de todo es el capitán.

—Ah, yo también odio las fiestas—respondió Caroline extendiéndole la mano, el hombre la tomó con cuidado—un placer, capitán.

—El mío.

Edmund los observó en el silencio en el que continuaba sumido. De todas las cosas que estaban sucediendo pudo haberse percatado de como el viejo Morrison le intentaba mirar el escote a Caroline sin éxito, como la muchacha era la persona más desinhibida que jamás hubiera asistido a una de las fiesta, de la tensión en la frágil estructura de Ryan, de su propio temor recorriendo aún las venas, en la malicia de Gerald, pero no lo hizo. Se fijó en Virgil Winthrop y su mano envolviendo la de Caroline.

Se la estrechaba con cuidado, con el rostro completamente sereno. Cuando ella le apretó los dedos, su mirada cambio. Edmund lo entendió enseguida, ella le había apretado la mano más de la cuenta, un estrecho firme, seguro, no delicado. Eso le había sorprendido al capitán, había alzado un poco las cejas, eso no era normal en él, siempre inexpresivo, con el semblante pálido y perdido en recuerdos de una guerra que ya había terminado; con la sangre fría.

La esposa de Lord CuthbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora