X
Escribir para alguien. Sin lugar a dudas ese era un motivo extraño para casarse con alguien. En especial porque él era el mejor haciéndolo, pero cuando escribía lo hacía por su propio placer, no para agradarle a alguien, además...la muchacha le estaba salvando. Escribirle un libro era muy poca paga, pero prefirió no hacer más comentarios al respecto.
Una vez Lady Maxwell le sacó de la cárcel, Edmund envió a su mayordomo a que dejara de intentar contactar al maldito abogado de Dublín y que mejor se pusiera a buscar invitaciones de boda, llamó a la mejor pastelería de Londres para que le hicieran el mejor pastel del año, si se podía del siglo, también envió a Danielle a limpiar la casa y vacía dos habitaciones para la nueva señora Cuthbert, después se sentó a hablar con Lady Maxwell para pedirle que dejara hacer la boda en su maldito jardín y con ese maravilloso juego de porcelana y plata que tenía.
Edmund se recargó en el brazo del sofá y cerró los ojos. Luego se miró el anillo de bodas en el dedo correspondiente: de oro, brillante y sonriente.
—Estás atado, Edmund, no podrás escapar de este matrimonio—le dijo el anillo mientras soltaba diabólicas carcajadas.
—A callar, idiota—le ordenó Edmund mientras lo dejaba en la mesa y lo miraba con resentimiento. Como un objeto maldito y envenenado.
Se frotó el rostro. Todo había ocurrido tan rápido.
XI
—¡¿Te has vuelto loco?! —había exclamado Lady Maxwell cuando Edmund le contó. Incluso estuvo a punto de tirar su taza favorita.
—Me he enamorado—respondió él, atragantándose con las palabras y pretendía sentarse de manera confiada en aquel sofá de tapiz rosa. En la sala de té de Lady Maxwell
Lady Maxwell le dio una calada a su cigarro y se soltó a reír con ganas.
—¿Enamorado? ¡¿Tú?! ¡Pamplinas! —azotó la taza de té—y mucho más de una mujer. Edmund, ¿has perdido la cabeza?
Edmund se removió incomodo. Se inclinó al frente.
—Es obvio que no, ¿pero qué quería que hiciera, huir a Francia?
—Francia es demasiado cercano a Londres teniendo en cuenta lo que pasó.
—No quiero dejar a Ryan.
Lady Maxwell abrió mucho los ojos antes la abrupta respuesta del muchacho.
—Usted no ama a Ryan y nunca lo hará, Edmund—soltó la mujer—su pequeña obsesión con Byrne le ha llevado muy lejos y lo único que hará es causarle dolor a Caroline y peor, hacer que los maten a los dos.
—No le causare ningún dolor, fue ella quien me lo propuso. Además, ¿por qué alguien nos mataría?
Lady Maxwell lo miró.
—¿Qué le pidió a cambio? ¿Dinero? ¿Sexo?
—Peor. Quiere que escriba para ella.
El salón se quedó en silencio. Edmund mordió una galleta para que el crujir del pan fuera lo único que rompiera con la tensión, Lady Maxwell continuó pensando, con la taza en la mano derecha y la pierna cruzada una sobre la otra. Balanceó la pierna.
—Pensé que no era admiradora suya.
—Bueno—comenzó Edmund—antes de que se fuera le pregunté por qué quería una cosa así y lo único que dijo fue: "quiero que escribas algo decente, casi todo es una porquería". Y se largo.
Lady Maxwell soltó una carcajada.
—Es claro que es una petición nada difícil de cumplir para usted. Escribir algo decente a cambio de que le vean casado de manera correcta y además que continué su relación con Ryan—bebió té—¿qué deseara en realidad?
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La esposa de Lord Cuthbert
RomanceHistoria para concurso ONC2023 Inglaterra, 1923. Lord Edmund Willaim Cuthbert es un joven escritor, guapo y talentoso, con la costumbre de envolverse en toda clase de rumores que hasta hacía un tiempo no habían tenido repercusión. Por lo menos ant...