XXIV
El comedor de Lady Maxwell siempre estaba lleno. Cuando no organizaba un desayuno o un brunch hacía una cena o dejaba que sus conocidos más apreciados celebraran lo que fuera que hubiera que celebrar en su comedor.
Todo con tal de que aquel lugar no estuviera solo. En aquella ocasión había realizado una comida y todo habría transcurrido de manera habitual de no haber sido porque Rebeca Dior, después de meses encerrada en su perfecta casa por fin vio la luz del día.
El comedor era una habitación para nada estrecha, con el tapiz color palo de rosa, una mesa larga con un mantel del encaje más blanco en la lista de tonalidades de blanca y una araña de vidrio rosa colgado sobre ellos.
—¿Cómo es la vida de casado, Lord Edmund? —le preguntó Lady Maxwell alzando su copa.
Mientras cortaba un pedazo de carne, Edmund afirmó con la cabeza, casi entusiasmado.
—Imaginé que sería una etapa tortuosa de mi existencia, pero me alegro de que no es así.
Los presentes se rieron un poco, Edmund sonrió.
—Aún no comprendo como fue que contrajeron matrimonio tan rápido—sinceró Gerald, sentado al otro lado de la mesa, balanceando su copa para que el vino tocara las paredes—. Fue todo tan apresurado.
—No en realidad, Mr. Jobbington—dijo Lady Maxwell—el motivo por el que Caroline vino del campo es porque la comprometí con Edmund. Siempre supe que una chica tan talentosa como ella haría una pareja perfecta con milord.
—Es un honor que lo diga, Lady Maxwell—añadió Caroline.
—No es nada más que la verdad, querida—afirmó la mujer, estirándose para darle una palmada cariñosa en el dorso de la mano. Gerald Jobbington bebió un largo trago de vino. —Me alegra ver lo bien que se llevan, ¿no le parece que son una hermosa pareja, capitán?
Virgil alzó la mirada y asintió. Edmund lo miró. Pensativo como siempre, perdido en un lugar que estaba a millas de ahí. Un sitio en donde aún caían bombas, donde la muerte se deslizaba silenciosa entre los campos, tocando a los desafortunados. Desde aquel sitio en su mesa. Edmund aún podía ver la imagen de Virgil poniéndose sobre los hombros, apresurado, una chaqueta que había pertenecido a algún pobre infeliz que no volvería a ver la luz del día. Edmund, se recordó así mismo haciéndolo y un escalofrío le recorrió la espalda. Ya habían transcurrido cinco años, ¿por qué no podía olvidarlo?
Virgil lo miró, luego a Lady Maxwell.
—Por supuesto que lo son—dijo, volvió la vista a Edmund y luego a Caroline—me alegro por ustedes.
El mayordomo de Lady Maxwell se deslizó por una orilla de la mesa y se inclinó hacia ella.
—Milady, Ryan Byrne, Rebecca y Oscar Dior están aquí—anunció.
—Hazlos pasar—pidió Lady Maxwell mientras levantaba un poco su copa con la intención de que le sirvieran más vino.
Al cabo de unos instantes, Oscar Dior entró al comedor como un tornado.
—Lamentamos llegar tarde, tuvimos unos inconvenientes en el camino—soltó mientras se acomodaba la chaqueta con un estampado de coloridos rombos. Lucía exhausto.
—No se preocupe mi buen Mr. Dior, llegó a la hora perfecta para el postre.
El hombre atravesó la estancia y se sentó a la cabeza de la mesa, del otro lado de Lady Maxwell. Tras él entró Rebecca y Ryan.
—Buenas tardes—saludó Ryan mientras le abría el asiento a su hermana, la chica le agradeció en voz baja.
—Es un gusto verte por aquí Rebecca, hacía largo rato que no venías a un evento.
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La esposa de Lord Cuthbert
RomanceHistoria para concurso ONC2023 Inglaterra, 1923. Lord Edmund Willaim Cuthbert es un joven escritor, guapo y talentoso, con la costumbre de envolverse en toda clase de rumores que hasta hacía un tiempo no habían tenido repercusión. Por lo menos ant...