El rey 3

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Una ráfaga de viento irrumpía por la ventana de mi habitación. Seguramente eso era lo que me había despertado. Espera... ¿Una ráfaga de viento? ¿Cómo era posible? Siempre me aseguraba que mi ventana estuviera bien cerrada antes de irme a dormir. "¡Otra vez!" pensé mientras me levantaba de la cama, me calzaba las pantuflas y me dirigía hasta la ventana para cerrarla. La verdad no me interesaba saber por qué estaba abierta ni cómo había llegado a estarlo; a esa hora lo único que quería era cerrarla y volver a acostarme. Estaba cansada, y realmente necesitaba sacarle el mejor provecho a mis horas de sueño.
—¡Uuuuh! ¡Uuuuh! —Fue el ruido que me trajo de vuelta al mundo de los despiertos.
"¿Qué es ese ruido?", pensé cuando me volví a despertar a la una de la mañana. Mi ventana estaba abierta nuevamente y un búho estaba parado allí, ¡No puede ser! ¿Acaso me ha perseguido desde Boston?

Me acosté luego de comprobar que mi ventana y mi puerta estuviesen bien cerradas. Es más, esta vez hasta cerré la puerta de mi habitación con llave, aunque sabía que a mi tía Elroy no le gustaría la idea. Al menos me podía dormir sabiendo que estaría segura allí dentro.
Intenté dormirme pero no lo logré; por más cansado que estuviese mi cuerpo simplemente parecía que no podía mantener mis ojos cerrados. Todos los sonidos a mi alrededor parecían acentuarse. Tic... Tac... Tic... Tac, hacía mi reloj despertador. Nunca antes me había percatado de lo molesto que podía ser ese aparato.
A eso de las dos menos veinte minutos, comencé a sentir el ruido de pasos. Pasos que parecían acercarse a mí. ¿Pero pasos dónde? ¿En el techo del palacio? Sí, eso era. No lo podía creer. Me senté en mi cama para intentar escuchar mejor ese sonido. Me convencí a mí misma que seguramente era un gato caminando en el tejado. Pero antes de poder seguir considerando la idea, la ventana de mi habitación se abrió de golpe de cuando menos lo esperaba, vi las cortinas moverse en la cornisa de la cama. Mi corazón dio un salto, amenazando con salirse por mi boca. Abrí los ojos grandes y redondos como platos. Se me hacía imposible creer lo que estaba viendo. Me quedé bien quieta, agazapada en mi cama y sin animarme a moverme de allí me quedé prestando atención para ver si veía algún movimiento en la ventana.
Pasaron dos minutos y no ocurrió nada. Cuando recién estaba tranquilizándome de a poco, una negra figura entró volando por la ventana, y se detuvo en el medio de mi habitación frente a mi cama.
—¡Uuuuh! ¡Uuuuh! —volvió a chillar con más fuerza, girando su cabeza unos ciento ochenta grados. Intenté gritar del terror que sentí al verlo, pero mi garganta hacía caso omiso. Intenté moverme de mi cama, pero mi cuerpo tampoco respondía. Estaba inmóvil, y era la sensación más horrible que había sentido hasta ahora. Nunca me había sentido tan indefensa.
Una figura frente a mi cama dio un paso hacia delante y parándose en medio de un rayo de luna, se hizo visible detrás de la cortina.
Lo que vi allí, me cortó la respiración.
Era el hombre más apuesto que jamás había visto en mi vida. Debía de tener entre veinte y veinticinco años, era alto, bronceado, tenía el cabello corto de un color castaño oscuro, y sus ojos de un color blanco, bajo unas cejas espesas y negras brillaban en la oscuridad.

Cuando posó sus ojos en mí, me pareció notar que brillaron con mayor intensidad.
Lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas. Presentía que esa noche sería mi última. Estaba segura que estaba tratando con un asesino, nunca en mi vida me había sentido tan aterrorizada. Tenía la piel de gallina, y mi corazón latía cada vez más rápido.
—Candy—dijo la voz masculina desde afuera, hablando en el mismo tono—. Me encanta cuando estás así —Susurraba —Tu corazón se acelera, tu piel se eriza y emites un aroma que me da ganas de devorarte una y otra vez.

Mis lágrimas se convirtieron en sollozos. Ese enfermo hijo de su madre sabía mi nombre, disfrutaba hacerme sentir aterrorizada, e iba a matarme. ¿Qué más me haría?
—¡Mírame, Candy! —me ordenó. Levanté mi vista con miedo, aterrorizada, aunque él no era algo feo de mirar, para nada. Era el chico más apuesto que yo jamás hubiera visto. Sus facciones eran realmente perfectas. Pero al mismo tiempo no podía evitar preguntarme ¿cómo podría un chico tan perfecto ser tan tenebroso? pero cuando abrí la cortina, un agujero en el suelo se abrió muy muy lentamente para tragarme. El hombre al que llevaba añorando más de dos meses, el mismo que me había quitado incluso el apetito, se encontraba delante de mí, tan irresistible como siempre, con un traje de chaqueta hecho a medida. No tenía ni una simple arruga y le quedaba como un guante.

La más bella Herejía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora