La trampa 2

90 11 7
                                    

La tía abuela Elroy y yo volvemos la cabeza al mismo instante hacia la doble puerta que da a la habitación de Archie y vemos a Terry al otro lado, rodeado de un marco bordeado. Nos hace un gesto con la cabeza, y los hombres corren al interior. Yo entro en la mía, vacilante coloco el seguro. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí. ¿Por qué avancé en esa dirección si ya estaba lista para dormir?
«¡Da media vuelta! ¡Métete en el cuarto! ¡Vete YA!»
Pero no lo hice. Me quedé en el umbral y, la vi, Annie estaba semidesnuda en la habitación de Archie, pero el no estaba ahí... por lo que parece, nada ha pasado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano de mi habitación mientras oigo cómo los sirvientes corren arriba y abajo buscando a Elisa y, cuando diviso la mesa de noche, veo que una botella de vodka vacía esta sobre la consola. Después observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia allí. Los demás siguen registrando la mansión, abriendo y cerrando puertas y gritando su nombre.
Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza. Sé por qué. Es el mismo magnetismo que me lleva hacia Albert siempre que está cerca, pero ¿realmente quiero saber porqué se esconde fuera? Conforme me aproximo a las puertas abiertas, intento preparar los ojos para ver un despojo ebrio tirado sobre una de las tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Albert, casi desnudo, tumbado boca abajo sobre el entarimado.
Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien.
—¡¿Que hiciste?! —chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el camisón y me echo al suelo a su lado.
Lo agarro de sus anchos hombros e intento ponerlo boca arriba. No sé de dónde saco la fuerza, pero el caso es que lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos.
—Albert, despierta. Por favor, despierta —ruego cediendo ante la histeria al ver al hombre al que amo tumbado inconsciente sobre mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—. Albert, por favor. —Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo.
Se mueve.
—Albert ¿que hiciste?— pregunto pero no responde aún, —Albert...
—No sé si respira —sollozo, y miro con ojos vidriosos al hombre corpulento que está sobre mí. ¿Por qué no lo he comprobado todavía? Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerlo para detectarle el pulso.
Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta.
—Concentración Candy, piensa, piensa... necesita calor.
Sin darle mayor importancia al hecho de que esta casi desnudo, caigo en cuenta de que tiene el cabello húmedo y quizás el aire de la terraza, más la borrachera le hayan bajado la presión por el frío. Me levanto y trato de arrastrarlo con dificultad para meterlo en la cama, Albert me mira, sonriendo me toca la mejilla y se levanta del suelo para tumbarse en la cama.
Es la primera vez que lo veo que ha tomado tanto. El grandullón ha resultado ser un grandullón ebrio, pero sigo pensando que no me gustaría que se enfermara.
—¿Qué le habrá pasado en la mano? —me pregunto al ver la sangre y los cardenales.
La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo.
Una vez más se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona. La mira con auténtico asco y la estrella contra un macetero elevado. Me estremezco ante el fuerte estrépito que crea a nuestro alrededor, empieza a llevarse el brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto lo suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas.
Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a él parece aliviarlo, de modo que lo mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve horas aquí tirado en la terraza, desnudo e inconsciente. Aunque estemos a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden. ¿Por qué me alejé de él? Desde que llegó ha pasado toda la fiesta y noche comportándose extraño. Me acerco para taparlo con la colcha y su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra.
—¿Candy? —Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas oscuras. Sus ojos normalmente azules y adictivos ahora parecen negros.
—Hola —digo, y coloco la mano sobre su brazo.
Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que lo reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarlo de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo.
—Lo siento —murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
Permanezco ahí, observándolo en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojado. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Siempre lo he cuidado, y me sale de manera instintiva. Me arrodillo y apoyo para tratar de cubrirlo completamente. Albert abre los ojos nuevamente, me sonríe y de un solo movimiento, me agarra del cuello, se gira tumbándome en la cama y me besa.

La más bella Herejía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora