Sueños 3

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—¡Que buscabas en su habitación!
El Señor le lanzó semejante puñetazo en la mandíbula que el prometido de la señorita Elisa, cayó de espaldas sobre dos mesas, haciéndolas trizas. No llegó siquiera a tocar las escaleras antes de impactar contra la madera. Bajó los cuatro escalones que separaban la parte de los reservados de la pista principal del tercer piso y se encaminó hacia él con el semblante oscurecido.
  —¡William! ¡¡William!! —Madame Elroy lo llamó a voces.
  Me coloqué delante de él, intentando que parase aquella locura, pero sus ojos pasaron un segundo por mí, únicamente para aniquilarme. Puse mis manos en su pecho y, con un movimiento veloz, se apartó como si quemaran. Sujetó al tipo por las solapas de su chaqueta, sin embargo, antes de pegarle el segundo puñetazo, los seguratas de la mansión aparecieron como vendavales, lanzándose encima del pobre hombre que estaba llevándose la paliza de su vida. Fue así como estrelló su mano contra una de las vigas.
  Archie apareció por una de las esquinas de la sala con cara de horror. William, por su parte, se lanzó para aporrear de nuevo al hombre, que tenía media cara llena de heridas. Madame Elroy tomó su hombro tratando de hacer más fuerza para detenerlo, pero le fue imposible. Estaba cegado.
  —William, por favor, ¡para! —le suplicó.
  Archie llegó a mi lado y retuvo con más ímpetu al Señor, hasta que consiguió que lo mirase.
  —Tranquilízate, tío, ¡vas a matarlo! —se alarmó.
  —Llévatela de aquí —fue lo único que pronunció, con un tono que no admitía réplica.
  Cuando las personas de nuestro alrededor comenzaron a ser conscientes de lo que ocurría, Winston, desde la distancia, consiguió que desviaran su atención al espectáculo de dos hombres que tenían sexo sobre la terraza del piso en la que él estaba. «Todo por evitar los cotilleos al día siguiente», pensé, y estaba segura de que no me equivocaba.
  Salí de la estancia arrastrada prácticamente por Winston. Al llegar a la segunda planta, vi cómo sacaban a los dos, quien se lamentaba por la cantidad de heridas que tenía en la cara, con los ojos casi cerrados y el labio partido.
  —Mañana no podrá ni abrirlos —me aseguró Winston—. ¡Eres una insensata! —se enfadó conmigo.
  —Lo, lo que he...
  —¡¿Qué demonios hacías tú ahí arriba?!
  Elevó las manos al techo y detuvo su paso para mirarme de manera acusatoria. Se pasó una mano por el rostro, esperando una respuesta coherente por mi parte que no llegó, porque lo único que conseguí fue balbucear como una idiota:
  —Yo... Yo... —En cuanto nuestros pies tocaron la sala principal, en la que todo el mundo disfrutaba de una auténtica orgia, mujeres se rasgaban la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos sus partes, rígidos como una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con cualquier pareja...Winston tiró de mí hasta que nos quedamos apartados en una zona en la que no nos veía nadie. Me miró, volvió la vista al frente y bufó enojado. Nunca había visto algo así—. ¿Por qué lo defiendes tanto? —me preguntó cuando el subidón de imágenes después de ver aquel espectáculo había menguado.
Me tragué el nudo de emociones, procurando no echarme a llorar en cualquier momento. Porque todos sabemos que después de una situación como esa, los nervios suelen salir.
  —Yo... lo siento mucho. No pensé que...
  —Pues pídele perdón al otro cuando mañana no pueda abrir los ojos. —Me retorcí las manos con desesperación y volvió a la carga, parándose enfrente de mí—: ¿Te das cuenta del gran problema que podrías haberte buscado? Ahí dentro hay gente que paga mucho dinero para hacer el espectáculo que has visto en un segundo. ¿Y todo para qué? —No le contesté—. ¡¿Para qué?!
  Por primera vez en la vida vi a Winston sacar las garras para defender a la familia, por mucho que...

—Espera Doroty... ¿¡Que es lo que acabas de decir!? ¿Yo le pegué a Terry? ¿Porqué? Y... ¿una... orgia? ¿Sabes lo que es eso? —preguntó mientras se ponía de pie con las manos sobre su escritorio y George le colocaba la mano en el hombro tratando de contenerle el enojo que se escuchó de alguna forma.
—¡Donde estaba Candy esa noche!—estaba levantando la voz.
—La señorita después del... tango, se subió a un árbol señor William y después bajó por la torre. Yo, yo ¡Renuncio Señor!, yo no puedo volver a asistir a la gente en ese tipo de...
—Espera Doroty — habló George, ¿Hay algún otro testigo de lo que sucedió aquella madrugada? No entiendo como no salimos en la prensa... ¿sabías algo de eso William? La tía abuela... ¿Elisa? Archie... ¡Grandchester!.
  Después de contestarme de malas maneras, paró de frotarse la barbilla con insistencia, dejando su mano suspendida en el aire. Alguien llegaba, y yo sabía quién era. James lo miró; después a mí. Pasó por mi lado como si no estuviese, y ese gesto me dolió en el alma. Me dejaba sola y desamparada con la fiera que acababa de plantar sus pies frente a mi.
  Escuché sus pasos rodeándome, inspeccionándome. Cuando se detuvo frente a mí, puso su mano sobre sus labios como si estuvieran aguantando su peso. Tenía los nudillos con cicatrices, y esa imagen se clavó en mi mente, culpándome de lo ocurrido por insensata, tal y como había dicho Winston. Me observó a través de sus espesas y largas pestañas, y me vi obligada a girar mi rostro hacia donde estaba James. No quería verlo.
—Doroty, mírame —me ordenó.
Su intenso tono de voz hizo que mis piernas temblasen. No me quitaba los ojos de encima. No parpadeaba. No se movía. Simplemente, esperaba una respuesta por mi parte, la cual salió con un hilo de voz:
Después del tango: La señorita Elisa permanecía inmóvil y sonreía, y su sonrisa, para aquellos que la veían, era la más inocente, cariñosa, encantadora y a la vez seductora del mundo. Sin embargo, yo creo conocerla y no era en realidad una sonrisa, sino una mueca horrible y cínica que torcía sus labios y reflejaba todo su triunfo y todo su desprecio.
Hizo una señal y varios meseros comenzaron a desfilar con copas llenas de un licor blanquecino... y usted también tomó Señor William, cuando vio que la señorita Candy salió apresuradamente hacia el jardín. Después... todo comenzó... las personas... los invitados bailaban y se besaban a su alrededor, presa de estremecimientos orgiásticos y orgásmicos. y yo vi como el prometido de la señorita Elisa subió las escaleras con una botella que tenía el mismo color. Usted subió después... de mi.
—Doroty...—James habló.
Encontré al prometido de la señorita Elisa...
—Terius Grandchester se llama Doroty —interrumpió George.
—Si, al señor Grandchester, caminando perdido en el segundo piso... Me convenció...

"Entonces, ¿me ayudarás? —tartamudeó, levantándose del taburete de un salto para sentarse en el borde de una baranda y apretar también mi otra mano—. ¿Lo serás? ¿Lo serás? ¿Me aceptas como amigos? ¡No digas nada! ¡No hables!"

—Yo lo llevé hasta la habitación de la señorita Candy y abrí con mi llave su puerta. Pero me quedé cerca por si la señorita llegaba y me necesitaba para algo...
—¿Que te dijo Grandchester? para que hicieras eso Doroty —preguntó George cuando vio que el Señor William nuevamente se pone de pie y James se colocó delante de mi...
—Lo siento Señor... el me la mostró, dijo que quería entregarle aquella gargantilla de brillantes a la señorita Candy, en muestra de su amistad, que si quería se la entregara yo, pero que también quería pedirle perdón...

La más bella Herejía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora