Capítulo 9 "El Sótano"

7 7 1
                                    

-Len-

La abuela siempre ha dicho que la disciplina y la mano dura son necesarias en la vida, sobre todo en los jóvenes, por eso sus métodos de castigo y corrección van más allá de solo prohibir salidas o quitarnos el teléfono.

Cuando considera que necesitamos un ajuste de actitud se va a lo físico. No hablo de golpes, aunque a veces hace uso de ellos, depende de lo enojada que esté y qué tan grave sea el motivo del castigo.

Ella suele implementar trabajos forzados, levantando sacos, llevando rocas pesadas en la espalda dentro de una mochila, a veces nos hace sostener cosas calientes durante minutos. 

También usa el aislamiento. Nos encierra en el sótano. Dormimos allí, en solo un colchón viejo, durante el tiempo que ella decida. También debemos permanecer allí durante el día, comemos alli, hacemos nuestras tareas allí. Solo salimos para asearnos, ir a la escuela y a la iglesia.

Tampoco podemos hablarnos si alguno de nosotros está dentro.

Yo puedo soportar los castigos físicos, casi no me importa tener que levantar o llevar encima algo tres veces por encima de mi peso... pero el sótano, el sótano simplemente lo detesto.

Es un lugar pequeño, tan pequeño que me causa claustrofobia, no tiene ventanas ni rendijas, tampoco calefacción, asi que depende de la época del año en que nos encontramos puede hacer un frío bestial o un calor sofocante.

Dentro solo está el colchón donde dormir y una pequeña mesita con una lámpara y una biblia.

De niños, la abuela nos enviaba mucho aquí. Y estoy segura de que fue la fuente de muchas de mis pesadillas. A menudo tenía sueños en los que los crucifijos cobraban vida y me atacaban, me gritaban insultos y decían que era impura, una hija del demonio. A veces soñaba con Jesús bajando de la cruz y estrangulándome, y no podía escapar; la abuela decía que se debía a mi mal comportamiento, que era la forma en la que Dios me decía que debía cambiar, "ser una buena niña, obediente y sumisa"

Llegué a tener tanto miedo de estar en este lugar que simplemente hago lo que me dicen, sin chistar y si quiero hacer algo que sé que la abuela no aprobará recurro a mentir, cómo cuando fui a la casa de Caleb u hoy en el bosque, solo que esta vez hubieron problemas.

Cómo a las 8:00pm la abuela me bajo mi cena. Comí sola, en silencio absoluto. Suponía que Simón estaba encerrado en su cuarto también.

Luego de un rato la abuela volvió para llevarse mi plato y me dejó subir al baño para lavar mis dientes y tomar mi medicina.

—Buenas noches – fue lo único que dijo cuando baje de nuevo. Las noches aquí iban a ser todo menos buenas. No respondí, solo le dedique una mirada fugaz.

En cuanto cerró la puerta me deje caer en el colchón. Intente luchar contra ellas pero las lágrimas se amontonaban en mis ojos haciendo imposible detenerlas, así que las dejé salir.

No era justo, no habíamos hecho nada malo...

Lloré y lloré en silenció no sé durante cuando tiempo, pero después de lo que parecieron horas, el sueño por fin me venció y me quedé dormida.

XXX

-3:33am-

Caminaba despacio, arrastrando los pies descalzos, la nieve caía a mi alrededor cubriendo el mundo de blanco, el cielo estaba gris y el frío se me calaba en los huesos.

Las calles estaban desiertas, no había ni una sola persona por ahí, ni un solo auto o bicicleta, parecía como si todos se hubieran desvanecido.

Todo estaba en silencio, salvo por la voz...

—... Silena, Silena... – podía escucharla llamar.

En casa se escuchaba como un susurro pero mientras caminaba por el pueblo se hacía cada vez más intensa.

Caminé hasta el parque infantil, y seguí hasta que llegue a Las Hermanas del Consuelo.

La verja estaba abierta, a pesar de que no había señales de alguien más estuviera ahí.

—...Silena...– dijo con más insistencia cuando entré a las instalaciones de la escuela.

La seguí por los pasillos, la cafetería y el auditorio, la busque y busque sin parar.

Entré a la biblioteca y allí, sentada sobre una de las mesas, mirando por la ventana, estaba la Mujer de Blanco. 

Volteó a verme cuando di un paso dentro y me hizo señas para que me acercase.

Se levantó de la mesa y la seguí.

Camino por entre los libreros, como si buscase algo.

—¿Qué estás haciendo? – pregunté, pero no obtuve respuesta.

Siguió buscando y caminando hasta que de pronto se adelantó a toda velocidad hasta el último librero en la sección de Clásicos y señaló hacia el último tramo de arriba, a un libro grueso encuadernado en lo que parecía cuero color vino.

Estaba demasiado alto para mi, y no alcanzaba a leer el título en el lomo.

Pensé en buscar una silla para bajar el libro, pero cuando me di la vuelta los libros empezaron a caer de sus estantes.

Salían disparados uno tras otro.

La Mujer de Blanco tomó mi mano y me guío fuera de allí. Cuando íbamos casi llegando a la puerta de salida de la biblioteca escuchamos un ruido tras nosotras.

Volteé y todos los libros caídos se empezaban a amontonar como si una fuerza magnética los atrajera, creando una extraña figura, parecida a una persona. 

Dio un paso hacia nosotras y corrimos a la puerta, logramos cruzarla y...

Abrí los ojos, incorporándome de golpe.

Miré a mi alrededor, seguía en el sótano.

Llevé una mano a mi pecho, tenía el corazón acelerado. Esto de despertar así iba a causarme un ataque cardíaco uno de estos días.

Sentía los cientos de ojos de los crucifijos sobre mí, como si siguieran cada uno de mis movimientos. Era la primera noche y este lugar ya estaba empezando a meterse dentro de mi cabeza.

Me recosté de nuevo y cubrí mi cabeza por completo con las matas, como un escudo protector igual al que hacía cuando era pequeña en las noches que sentía que las sombras y la oscuridad venían a por mí.

Me costó mucho, pero al final, después de mil horas, logré volver a dormir.

Sangre MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora