CAPITULO 12

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El día después de su llegada , Fred y Nataly fueron a jugar al jardín de Said. Kajir y el sheik se encontraban moviendo la tierra de las rosas y seleccionando algunas. Los niños se ofrecieron a ayudar a regar y pasaron gran parte de la tarde entretenidos.

Sabrina , que necesitaba llevarlos con el doctor para un chequeo le pidió a Augusta que fuera por Fred y Nataly al jardín del sheik pero el ama de llaves se justificó ocupada por el planchado de la ropa de cama y eso dejo a la viuda sin otra opción que ir ella misma.

Recorrió el sendero y cruzó al jardín vecino y cuando hubo avanzado un trecho comenzó a oír a los niños cantando en un idioma que no era el propio , pero lo más curioso, fue la voz que los estaba guiando. Era de una calidez y un atractivo hechizante, profunda y versátil.Mientras más se acercaba más envuelta en la melodía se sentía.

Cuando sus ojos se encontraron con los del sheik mientras cantaba, sintió como el rubor subía por sus mejillas. El término de cantar cuando los niños notaron la presencia de Sabrina.

—Muy buenas tardes señora Kenworth— dijo

— igualmente para usted señor. Me temo que debo llevarme a los niños porque tienen cita con el doctor.

—Lamento haberlos demorado... bueno pequeños será hasta otro día y continuaremos practicando. Kajir, acompañalos. Yo sigo.

Los niños protestaron pero siguieron a Kajir por el sendero y Sabrina que dió media vuelta para ir con ellos fue detenida por el sheik.

—No quiero molestarla pero creo que necesitamos hablar.

Sabrina contempló la rosa que el sostenía frente a ella y evito sus ojos.

—Lo siento Said.Yo no puedo ni debo.

Said sacudió la cabeza y dió un paso hacia delante. Ella retrocedió. El extendió su mano hasta su rostro y la acaricio con la punta de sus dedos.

Rozo sus labios y Sabrina tembló tanto que creyó derrumbarse allí mismo.

—No he podido olvidar la forma en que tú boca me saboreo. Aún puedo sentir la suavidad de tu lengua sobre mi piel— dijo Said casi en un susurro.

El beso que siguió a esas palabras fue apasionado y brutal. Demandaba y declaraba como solo un hombre puede. Augusta no podía creer lo que veía oculta entre los arbustos del jardín donde llego luego de que Kajir dejara a los niños.

Ver a Sabrina abrazada con el apuesto sheik turco le emocionó hasta las lágrimas. Ella que había atestiguado toda la violencia y el dolor que el marido de aquella joven mujer causo gratuitamente no podía más que alegrarse de que al fin su amiga tenía lo que merecia.

Cuando Said libero a Sabrina , está salió corriendo con el rostro enrojecido y los ojos plagados de lágrimas. El sheik por su parte permaneció quieto mirándola desaparecer por el sendero y luego volteo en dirección de los arbustos.

—No es preciso que se oculte... sus sollozos se escucharían a kilómetros. Venga, salga de ahí.

Augusta salió de dónde estaba y se seco las lágrimas , nerviosa.

—Disculpe.

—No hay porque. Veo que ahora sabe lo que sucede entre su ama y yo.

—Lo supe desde que lo vimos en el parque aquel día.Sabrina es joven y bella, un hombre como usted jamás la pasaría por alto.

El sheik le sonrió y se echó el cabello negro a un lado. Augusta observó los músculos en sus brazos pues llevaba la camisa arremangada, los aretes en su oreja brillaban con la luz del sol y la línea de su mandíbula esculpida completaba aquella expresión divertida y despreocupada que el lucía. Era un hombre joven , apuesto e intrépido, lograría cualquier cosa que se propusiera, pensó Augusta.

—Sabrina ha sufrido mucho. Jamás amo a su marido y no conoce otro trato con hombres que no sea el de aquel animal. Se lo digo pero usted quizás lo noto.

— Jamas dañare a tu señora, ella es muy valiosa para mí. Solo deseo su felicidad y su gozo.No tienes nada que temer, Augusta.

Luego de escuchar esto, la mujer lo saludo y volvió a la casa. Una de las criadas más jóvenes le informo que la señora salió ni bien llegó llevándose a los niños rumbo al médico.

Esa noche Said le escribió a su cuñado solicitándole ayuda para indagar sobre la muerte de Adam Kenworth. Sabía que su cuñado contaba con recursos y contactos que el, al ser un extranjero y recien llegado, no tenía. En la carta , justificaba su intervención en vistas de una futura relación comercial con la viuda Kenworth , lo que era mentira pero serviría para convencer a Lucien de brindarle asesoramiento.

Era vital para el sheik saber todo sobre aquel incidente y al sellar la carta la sostuvo durante unos segundos deseando con fuerza que llegará pronto a destino. Mientras vería de seguir cerca de Sabrina y quizás obtener su versión de los hechos.

Todo esto seguía dando vueltas en su mente al día siguiente cuando iba saliendo rumbo al centro del condado y su cochero se detuvo súbitamente.

—Gracias a dios han pasado por aquí— dijo una voz aflautada desde dentro de un carruaje que estaba a un lado del camino aparentemente accidentado.

Said bajo de su cabina y observó al chófer del coche averiado mientras se acercaba a ellos. Su chófer trabó conversación con el hombre y el dueño del vehículo bajo de un salto para unirse a ellos.

—Mucho gusto caballeros, soy Thomas Kenworth, como verán el inútil de mi chófer no trajo una rueda de repuesto para este largo y tedioso viaje y casi acabo con el cuello roto en estos caminos.

—El placer es mío, soy Said, sheik de Magreb, Turquía.

Said escucho al hombre no sin antes reparar en la pinta que llevaba. Era delgado , de nariz aguileña y ojos azules e iba vestido con un traje blanco impecablemente cortado.

— Le daremos nuestra rueda, Thomas, aún le queda un trecho hasta donde su cuñada y nosotros no vamos lejos. Me gustaría que acepte una invitación mía a cenar si le apetece.

—No se diga más, sheik Said, gracias por su ayuda , ¿pero dígame dónde vive?

—Soy vecino de su cuñada Sabrina Kenworth. Me mudé hace unos meses. Bueno, debo seguir mi viaje, lo espero esta noche, Thomas.

Said no podía creer su suerte. El hermano del desgraciado Adam Kenworth aún visitaba a su cuñada , seguramente tenía pruebas de que la mujer era inocente.

La Elegida del SheikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora