Séptimo acto: El viejo mundo. Parte 3

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—Magnífico —Desde su guarida, Wolframio degustaba entre sus dedos una llamilla de aura, remanente de aquella pulsación energética. Cerró con brusquedad su extremidad, esfumando las ascuas en el entorno.

El decrépito chacal expulsaba vaho por el hocico, mientras observaba sus televisores con fascinación. Las pantallas titilaban al son de las corrientes aurales, expelidas por la imagen de un Lucario descontrolado en la lejanía.

—Un Seferiano purasangre frente a mí —Extendió la palma derecha como si tratara de manipular aquella proyección.

Se levantó así con dificultad de su corroído trono férreo, que muy apenas le mantenía con vida. Trastabilló, y aunque algunos de sus tubos se soltaron por el movimiento, poca importancia le dio y siguió andando hasta llegar a los cinescopios.

—Tan joven —Un silbido se escuchaba entre su hablar, revelando la dificultad que le suponía su respirar— y solitario.

''Peligro, nivel de oxígeno crítico. ''

Resonó una voz incolora y metálica en el perímetro. Entonces el anciano entrecerró los ojos y se dio la vuelta, acuclillándose para tomar una de las tuberías flexibles esparcidas en el suelo; acto seguido, procedió a enchufar la manguera en un orificio ensangrentado por debajo de su pectoral.

—Computadora, contacta a esa lagartija de nuevo, hay un cambio de planes —Aspiró una fuerte bocanada de aire—. Que todo aquel que ose pisar las tierras de Molayne, sea de Aúrea o de Plata, no será más que para cavar su propia tumba... —susurró con desdén— ...no estoy de humor para entrometidos.

''Mensaje enviado, Emperador Wolframio. ''

—Es hora de tocar una nueva melodía —Tomó entre sus patas una vieja llamadosfera—, pero antes, hay que preparar el señuelo.

Ráfagas de aire fogoso cercenaban el pasto alrededor de Chalcantita, quien parecía estar sumido en una especie de trance, a medida que avanzaba en línea recta sin detenerse.

—Mi propósito —Repetía con una voz ronca—, ser Wolframio.

— ¡Alto ahí! —Un Aegislash usaba su escudo para bloquear los látigos invisibles que rodeaban al perro azul— ¡Aléjate, estás asustando a mis clientes! ¡No me obligues a–

La espada se esfumó en una fracción de segundo, eyectando hacia atrás como un escopetazo todos los minúsculos fragmentos del metal residual, que momentos atrás conformaron su cuerpo. Chase, aún hipnotizado, se abrió paso entre los escombros, mientras le rodeaba una esfera invisible que vaporizaba todo dentro de su radio de efecto.

—¡No creerás lo que ese Lucario me hizo! ¡Qué vergüenza, qué falta de cordura y respeto! —Espeon apareció a un costado del Lycanroc, muy disgustado y con los cachetes inflados.

—Amatista, ¿On tabas? Íbamos a ir a las carreritas de Rapidash —Lycanroc acarició su cabeza— ¿Qué te pasó? Estás empapado.

—¡Brrrrr! ¡Quise entablar un diálogo por las buenas con Chalcantita y terminó salpicándome con una rabieta! —Se relamió el pelaje con ahínco.

— ¡Oigan! —Cobalto llegó trastabillando— ¡Espiga no se siente bien!

— ¡¿EH?! ¡¿Q-qué le pasó?! ¡¿Se le bajó la presión?! —Espeon se secó en segundos por la noticia, ignorando la tragedia que le acababa de pasar.

— ¡Está sentada en una de las bancas de la entrada junto a Disteno, rápido vengan!

— ¡Voy a comprarle una coquita! —Lycanroc se abalanzó al puesto de bebidas más cercano.

Pokémon: La odisea del creyenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora