20. Buenas intenciones.

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20. Buenas intenciones.

-Dime ahora qué es lo que te pasa.

Abro los ojos impresionada en el momento que oigo su gruesa y decidida voz contra mí. Giro rápido en mis pies y lo veo cerrar lentamente la puerta con un semblante serio, limpiándose con una pequeña toalla el sudor de la frente.

¿Le digo o no le digo? Si le digo todo se irá a la basura y si no le digo, estará así de frío y colérico conmigo todo el tiempo.

-April, no lo voy a volver a repetir. ¿Qué mierda te ocurre?

Lentamente su cuerpo se desplaza para alcanzarme y no lo reconozco ¿Quién es este gélido Aaron? ¿Son tan obvios mis acciones y gestos que provoquen que pierda la paciencia tan rápido y se coloque furioso como si quiera golpear algo debido a su frustración? Y sin esperarlo, lo tengo frente a mí, sus manos de dirigen a mis brazos y me zarandea sin mi consentimiento. No sé cómo reaccionar, no sé qué hacer. ¿Le grito, le detengo, le golpeo? Cualquiera de esas va a avivar su enojo.

-April. -gruñe mi nombre. -¡Joder!

Achicada en mi lugar y con los hombros encorvados y ojos lagrimosos lo miro, solo lo miro ¿Qué hacer? No quiero acabar lo nuestro, pero tampoco quiero que se aproveche de mí. Algo ocurre en sus ojos, algo cambia, ese brillo característico vuelve y su rostro frunce el ceño al percatarse de lo que me está haciendo. Repentinamente suelta mis brazos y sin esperarlo, choco contra su pecho y sus labios dan rápidos besos por mi cabello.

-¡Oh, cariño! lo lamento tanto, ¡soy un bruto!

-¿Por qué hiciste eso? -logro apenas susurras. Me siento tan débil y su toque no fue tan poderoso para dañarme, pero sí quemó mi piel al ser jamás tocada de esa manera.

-Es que mi madre me tiene tan nervioso y que tú no me contestes qué te sucede justo como ella lo hace, me pone los pelos de punta y la ansiedad me consume. Lo lamento tanto, florecita. -asiento, es a lo único que atino a hacer. Me siento como una muñeca inservible que solo funciona para asentir o negar cuando le mandan a hacerlo. Él se da cuenta y rápidamente nos dirige a mi cama para sentarnos, tomarme las manos y darle unos largos besos a mi dorsal -Es que necesito saber qué hice mal. ¿Hice algo mal, cierto?... ¡Siempre las termino cagando!

Lo observo nuevamente impresionada por sus acciones, frustrado se levanta y para mi doble asombro, su cuerpo gira ágilmente y golpea, a mano limpia y hecha puño, mi pared, abollándola. Oigo un gruñido y un leve quejido salir de su boca. Atino a levantarme como si me estuvieran poseyendo y a su lado, niego con la cabeza al ver sus nudillos dañados y dedos repletos de sangre.

-Vamos a curarte, don impulsivo. -le sonrío con gracia intentando borrar aquella imagen y él gruñe en desacuerdo para ir juntos al baño.

Sentándolo en el escusado, le acaricio suavemente su mandíbula con una leve barba crecida y suspiro enamorada. Conectamos nuestros ojos, pero nadie dice nada, así que aprovecho la oportunidad para dirigirme a los primeros auxilios que tengo guardados y comenzar a curar sus heridas.

En el proceso de curación, donde casi toda su mano estaba vendada y desinfectada, su otra mano, con dedos delicados levanta mi mentón. Sus ojos azules me analizan, intentando entender lo que pienso; mi padre siempre dice que es imposible descifrar lo que piensan las mujeres, pero que conmigo, es un caso distinto, mis ojos cuentan todo junto con mis gestos y no puedo evitarlo. Y siento que Aaron lo ha cogido, absorbe la información y la guarda porque mis ojos son una puerta abierta repleta de aclaraciones.

-¿Qué está mal? -susurra leve, tan suave que tuve que inclinarme a escucharlo. Se ve débil pero todos los hombres son iguales, aparentan.

-Nada. -le sonrío, aunque su ceja levantada comprueba que no me cree. -Me hiciste falta, eso fue todo. -levanto los hombros.

Soy virgen ¿y tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora