Capítulo XII: Sin escape

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Dylan

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Dylan

Habían transcurrido varias semanas desde que Matt y yo estábamos juntos y en ese tiempo se instauró entre nosotros una rutina que me hacía sentir tranquilo y bastante feliz.

Por las mañanas él se iba a cumplir sus funciones en la empresa de su padre y yo me quedaba en casa. Dos veces a la semana recibía la visita de mi esteticista y todas las mañanas mi nuevo entrenador personal iba para que me mantuviera en forma. Nils me buscaba y me llevaba a las sesiones de fotos que tenía pendientes, así como a la grabación del comercial de un perfume nuevo que lanzaría Bulgari.

También fui con mi psicoterapeuta, no le hizo gracia que estuviera viviendo con mi nuevo abogado a quien tenía pocas semanas conociendo. Sin embargo, tuvo que reconocer que yo estaba más tranquilo, incluso disminuyó los psicofármacos porque las pesadillas ya no me impedían descansar por las noches.

Matt no tenía empleados en la casa. Al principio me pareció extraño y me pregunté cómo haría él con los quehaceres domésticos, sin embargo, luego llegué a la conclusión de que era ventajoso que así fuera, pues él y yo teníamos más privacidad, excepto los martes y los miércoles que una señora muy amable se dedicaba a limpiar toda la casa.

Otra cosa que al principio me pareció complicada, pero que luego me llenó de orgullo y confianza en mí mismo fue el tema de la alimentación. Si lo pensaba de manera detenida, tenía que aceptar que yo era bastante inútil. No sabía cocinar, no tenía idea de cómo se llevaban las actividades cotidianas de una casa. Estar solo me hizo dar cuenta de eso.

Matt sugirió contratar un servicio que preparara diariamente mi alimentación basada en mi régimen dietético y al principio así fue. Sin embargo, parte de la rutina de Matt y mía consistía en preparar la cena juntos. Con él me di cuenta de que cocinar no era tan difícil como siempre pensé y que además me gustaba, así que poco a poco fui atreviéndome a preparar yo mismo mis almuerzos, excepto los días en los cuales, por exigencias de mis actividades, no tenía tiempo para ello.

Si me hubiesen preguntado un mes antes como imaginaba mi vida en el futuro cercano, habría dicho que no la visualizaba o que me veía en un manicomio asediado por visiones terroríficas y recuerdos todavía más desagradables de las cosas repugnantes y hórridas que había hecho por causa de Tim.

Pero no era así, vivía un milagro. Tal vez Dios sí me amaba, me sonreía, se compadecía y era tan bondadoso como siempre me dijo mi madre que era. Me perdonaba y me enviaba un ángel que aparecía por las tardes con un ramo de flores en los brazos.

La primera vez que Matt lo hizo fue unos días después de haberme mudado con él.

—¡Qué preciosas flores! —le dije al verlo entrar con un ramo de tulipanes rojos.

—¿Te gustan? —me preguntó—. No sabía qué tipo de flores eran tus favoritas, entonces decidí comprar estas por lo que significan.

—¿Y qué significan? —Tomé el ramo de sus manos.

Gritos en el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora