Dylan Ford es un famoso actor que quiere darle un rumbo diferente a su vida. Por azares del destino, conoce a Matthew Preston, un abogado recién graduado a quien ve como su última oportunidad, involucrándolo en la tormentosa vida que lleva.
Sin sabe...
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Matthew
Después de hablar con Nils, reflexioné sobre otra cosa. Si Dylan no estaba hospitalizado en ningún sitio, podía llamarlo y preguntarle directamente cómo se encontraba y qué sucedía en realidad con él.
Pero una vez que tuve el teléfono en la mano, el temor se apoderó de mí. No era solo el hecho de volver a hablarle o de pedirle perdón y esperar su reacción. Más que nada, tenía miedo de comprobar que Dylan se encontraba tan mal como decía Marc.
Busqué su número en los contactos, marqué y esperé. Sonó, nadie atendió. Volví a llamar unas dos veces más. A la tercera perdía la esperanza de poder saber de él, sin embargo, me contestó.
—Dylan, hola, soy Matt —carraspeé, nervioso, mientras escuchaba su respiración del otro lado—. Quería saber cómo estabas, vi en las noticias...
—¿Qué viste en las noticias? —Una voz demasiado grave para ser la de Dylan fue la que habló—: ¿Viste una nueva oportunidad para acercarte ahora que él está vulnerable?
—Quiero hablar con Dylan. Ponlo al teléfono.
Timothy resopló del otro lado de la línea antes de contestar.
—¡Él no quiere hablar contigo, déjalo en paz!
—Necesito que él mismo me lo diga. ¡Ponlo al teléfono, maldita sea!
— Ya te dije, él no quiere verte o hablarte nunca más.
—¡Ponlo al maldito teléfono, Timothy! Sé que le niegas las visitas. Necesito comprobar que Dylan está bien.
—¡Eres un maldito loco obsesionado! ¡Ya déjalo en paz!
No esperó mi réplica, cerró la llamada.
Me sentía furioso con ese maldito tipo, también conmigo mismo. No debí permitir que Dylan se fuera de mi casa y volviera con él.
Que hubiese sido él quien contestara el teléfono de Dylan, acrecentaba mi temor de que las cosas no marchaban bien. No le permitía a Nils, que era su mejor amigo, verlo, tampoco que atendiera su propio teléfono e iniciaba una tutela que buscaba manejar sus bienes y tomar decisiones sobre su vida. Cada vez más aumentaba mi certeza de que Timothy había secuestrado a Dylan aprovechándose de su dependencia emocional.
Al menos tenía que verlo y comprobar que su estado mental era tan malo como para que Timothy tomara el control de todos sus asuntos. Pero si ese no era el caso lo arrancaría de sus garras.
Recordé que cuando era el abogado de Dylan, él pasó a mi correo muchos documentos, entre ellos los datos de sus trabajadores. Él había querido dejarle la casa a Timothy, pero a los empleados debía despedirlos con una buena compensación por sus años de servicio.
Salí a mi estudio y encendí el ordenador, busqué entre los emails los suyos.
El correo con los documentos adjuntos apareció, así como el cuerpo escrito por él. Leerlo volcó sobre mí una terrible nostalgia más el apremio de saber cómo se encontraba. Debía darme prisa.