Dylan
Odiaba las malditas pastillas para dormir, no podía entender cómo las personas se volvían adictas a estar sonámbulas todo el día, con la percepción alterada y el pensamiento lento. Aunque debía reconocer que eran efectivas en tratar loquitos como yo, mi ansiedad había disminuido; mi sueño, mejorado y casi no tenía pesadillas. Aguardaba el momento en el que la doctora Stone dijera que estaba mejor y comenzara a reducir la dosis.
Me moví en la cama y estiré la mano, Matt no estaba. No me giré, solo suspiré decepcionado mientras miraba a través de las cortinas colarse los rayos del sol. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño un rato más.
Desperté cuando Mery me sacudió un poco.
—Señor, es más de mediodía. Debe comer.
Ella abrió las cortinas; la luz, como una cascada dorada, se derramó dentro de la habitación.
—Ciérralas, por favor —le pedí cubriéndome los ojos—. Todavía tengo sueño, no quiero comer.
Otra ventaja de las pastillas era justamente que dormía mucho. Despertaba por la tarde y de esa forma era menor el tiempo que pasaba sin Matt. La soledad, como de costumbre, me asfixiaba, temía que los demonios —reales o imaginarios— volvieran a visitarme. La presencia de Matt los exorcizaba, si él estaba nada malo sucedería.
Un pensamiento pueril, sin duda.
—Señor, por favor, tiene que comer. Está muy delgado
—Mery...
—Señor, debe comer.
Suspiré. Era cierto, tenía que comer aunque no tuviera ganas, había prometido que sanaría por mí y por Matt. Aparté la colcha y me levanté. En el baño sonreí al mirarme al espejo, era una de las tareas que la doctora Stone me había puesto: esa y decirme las cualidades que me gustaban de mí. También me había pedido que por las noches anotara en un cuaderno lo bueno y lo malo que me sucediera durante el día, al final debía sacar un balance. La idea era que me diera cuenta de que por muy horrible que fuera alguna situación, siempre había algo bueno, además de lo malo.
Enfocarme en lo bueno, ese era el objetivo. Difícil.
Me cepillé los dientes, lavé mi cara y me até el cabello de cualquier modo, con pequeñas cosas como esas me hacía cargo de mí mismo. Eran mis victorias, igual que comer. Bajé a la cocina todavía con el pijama puesto. Al entrar, me envolvió el aroma del café recién hecho, las fresas y la miel. Mery interrumpió lo que cantaba al sentirme llegar.
—Panqueques —dije sintiendo como se me hacía agua la boca al ver la pequeña torre bañada en miel en el plato sobre la mesa.
—No las rechace —pidió ella—. Está muy delgado, no le harán daño.
—¿Cómo podría? —pregunté sentándome a la mesa.
—Ya nunca las come. —Mery sirvió el café en una taza de porcelana blanca—, cuando era niño le gustaban mucho.
—Nunca han dejado de gustarme. Parece que estar en el hueso tiene sus ventajas.
Panqueques como aquellos era un platillo que no solía comer a menos que fueran preparadas con ingredientes que me evitaran engordar, pero ya que en mi actual condición eso no era un problema, me permití el pequeño placer de saborearlas y regresar a mi infancia.
Mery charló un poco sobre las compras que haría durante el día cuando mi móvil sonó debido a una notificación de WhatsApp. Lo revisé esperando encontrar un mensaje de Matt, sin embargo, el remitente me sorprendió. Mi número era nuevo, privado y nadie lo tenía excepto Matthew.
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Gritos en el silencio
Mystery / ThrillerDylan Ford es un famoso actor que quiere darle un rumbo diferente a su vida. Por azares del destino, conoce a Matthew Preston, un abogado recién graduado a quien ve como su última oportunidad, involucrándolo en la tormentosa vida que lleva. Sin sabe...